jueves, 7 de febrero de 2013

Varkala, el pueblo de los guiris delgados y las señoras que barren la playa

De procesión
Tras un plácido viaje en autocar desde Allepey, sin conductores sicópatas ni precipicios, llegamos a Varkala. Nos pasamos las cinco horas de viaje repitiéndonos “no nos vamos a hacer ilusiones, no nos vamos a hacer ilusiones”. Es que nos moríamos de ganas de playa, pero viendo el estado de la de Fort Cochi y de todo el resto de Kerala lo más que nos podíamos imaginar ahora era el Somorrostro de Carmen Amaya. Siguiendo las instrucciones de nuestra Swami Isabel habíamos reservado en el hotel Akhil, que según las fotos tenía una piscinaza de aquí te espero.

Desde Kalambalam Junction hasta Varkala nos pillamos un tuktuk que nos dejó, como le pedimos, en el restaurante Sreepadman, lo que según la Lonely era “Una verdadera joya gastronómica con vistas a la piscina del templo y estupendos asientos en la parte trasera”. Como nos vieron guiris y con la Lonely en la mano nos hicieron pasar a la parte trasera. Sólo tenían dos platos a elegir, nada buenos, y los estupendos asientos, de plástico, claro, estaban invadidos de perros pulgosos y cuatro guiris superauténticos que, según lo que les oímos, iban de ahí al ashram de Amma “la madre de los abrazos” de Allepey, donde una señora les iba a abrazar en plan místico varios días seguidos. De nuevo la sensación de “por qué se me ha ocurrido venir aquí con lo bien que estaba yo en Allepey con Jose Luis Kethrapapoooli...”

Pero al llegar al hotel y cruzar la puerta todo cambió. Al principio no nos lo creíamos, pero en las paredes, en los suelos... se veía algo que hacía dos semanas que no habíamos visto y que ya casi habíamos olvidado. “¿Que es ese extraño material que cubre suelos y paredes?” Azulejos relucientes, metales recién pulimentados... Nuestros ojos tardaron en acostumbrarse. Al principio parecía que todo estuviera hecho de agua, pero al tocar ya vimos que no, que eran Superficies Brillantes. Increíble. Los cristales volvían a ser transparentes y no translúcidos. En el espejo del baño salía yo reflejado y no ese señor raro con manchas de color café, pasta de dientes y moho. Dejamos las mochilas y nos fuimos corriendo a ver la piscina. “No nos hagamos ilusiones todavía no nos hagamos ilusiones todavía”, repetíamos en voz alta mientras dábamos saltitos de ballet por el camino de hibiscus que llevaba a la pisci. En la piscina había varios guiris gordotos, pero inofensivos, porque la piscina era inmensa y estaba impecable. Hicimos un pequeño templito en una esquina con unas hojas y unos cocos en honor a nuestra nueva diosa Isabel (shanti shanti), y nos tiramos de cabeza por el lado hondo, que cubría y todo.

Playa recién barrida
Varias horas después me acordé de que supuestamente también había playa por ahí. Como Carol se muerde las uñas no me costó mucho sacarla de la piscina para llevármela a ver si la encontrábamos . Y ahora que teníamos la piscina asegurada ya hasta ni nos preocupaba que la playa estuviera sucia o fuera de ladrillos. Tras dar dos voltios y medio por una casa en obras llegamos a un acantilado y debajo, increíblemente, había una playa magnífica. No nos lo podíamos creer. El agua caliente, la tierra limpia, las olas justas... Pero lo mejor estaba por llegar. Entre los varios guiris que estaban haciendo yoga y alcanzando el nirvana había unas cuantas señoras indias que estaban como si tal cosa BARRIENDO LA PLAYA. Nos derrumbamos. Caímos de rodillas y lloramos.

De los cinco días siguientes no recordamos casi nada. Todo era demasiado raro. No raro divertido en plan indio, sino raro raro. Por una parte estábamos encantados con la piscina y la playa y con una vagancia encima que nos impedía hacer cualquier cosa de provecho, pero por otra parte lo de estar en un sitio lleno de restaurantes que se llaman “Himalayan Kitchen” “Café del Mar” “Trattoria Peppo”, etc... donde todos los currantes son nepalíes y en las tiendas te venden recuerdos de “Free Tibet”, donde la comida ni pica ni está muy buena, donde todos los turistas son occidentales pero visten como los indios de los dibujos animados... es muy raro. Lo más raro de todo la fauna de guiris que nos juntábamos allí. Lo más abundante eran las señoras que eran jóvenes y parecían muy viejas o eran viejas pero se mantenían jóvenes (no lo averiguamos), todas con sus fulares, sus saris y sus colchoncillos de yoga debajo del brazo. Carol lo vió enseguida. Aquí estamos faltos de complementos. Necesitábamos urgentemente camisetas con el “OM” , un colgante con un elefante, pantalones de estampados vivos, la bufandita, pulseras variadas (imprescindible al menos una en un tobillo) y un libro de Paulo Coelho (no hace falta abrirlo, se sobreentiende que hace mucho calor para leer).


 Luego estaban los guiris extremadamente delgados y morenos, que daban bastante yuyu. Igual estaban muy sanos, pero parecía que se fueran a desmayar de un momento a otro. Ser delgado en la india, aunque vengas de visita, esconde algo inquietante. Para compensar había otros tantos anglosajones obesos, que ya es más normal. También, y pese a los acantilados, vimos a unos cuantos con muletas y hasta a una pareja de ciegos con un niño pequeño. Pandillas de rusos variados. Familias de suecos, franceses con críos... El mejor guiri de todos era un zumbado (creo) que en un loable esfuerzo por salvar el universo se estaba montando un huerto ecológico de 3 x0'50 metros en el borde del acantilado con varias macetas y textos explicativos como “Aquí he plantado SEIS semillas SEIS de platanero”, haciendo compost con pieles de tres naranjas y cosas por el estilo. Lo vi los dos primeros días, pero estoy preocupado porque luego ya no, y las plantas se le empiezan a secar. Alguien debería continuar su obra.

A decir verdad en la playa también hay color local. En la cala norte hay unos cuantos señores que se ponen debajo de una sombrilla multicolor y dan bendiciones y rezos al que se los pide. Normalmente tienen colas de gente esperando. Luego están las familias de domingueros que vienen todos juntos y se remojan en tejanos, saris o hijab , lo que toque, pero sin enseñar chicha. Los mozos locales sueltos si que enseñan, y se van paseando de lado a lado de la playa en plan machomen mientras exploran a las guiris. A diferencia de los chuliplayas españoles, los de aquí gustan ir de ligoteo agarraditos de la mano entre ellos, lo que creo que les hace perder puntos.

Bendición matutina

En cualquier caso, la mayor atracción de la playa son los vigilantes. Cuatro señores con bigote, entrados en años, carnes y un uniforme que no se ve muy adecuado para tirarse a salvar a nadie. Al parecer las playas de Varkala son bastante peligrosas por las corrientes, así que estos señores son los encargados de velar por la seguridad de los bañistas, pero al estilo indio, claro. Ateniéndonos a la actitud de los vigilantes de Varkala el peligro empieza a partir de media tarde, justo después de la siesta. Hasta entonces están tranquilillos, adormecidos quizás... pero a partir de las cuatro o cinco empieza el concierto de pito. Porque aquí salvan a la gente con pitidos. También llevan un banderín como de juez de línea. A la que ven que uno se va muy para dentro, pitido. A la que uno se va para la derecha y se sale de las banderitas, pitido. A veces lo hacen al revés, al que se va muy a la izquierda, pitido. En realidad depende de donde estén ellos. Si por ejemplo viene un fotógrafo local que les hace un reportaje y se quedan allí todos de charleta en la banda izquierda, pues todos los bañistas de la derecha amonestados. Aunque el bañista esté a tres kilometros ellos le pitan, y le señalan así con la bandera como diciendo “que te he visto eh que te he visto, a la próxima te vas a la calle”. Cuando el sol está a punto de ponerse y las olas crecen los vigilantes se lo toman más en serio y van pitando a todo bicho que se mueve. A la única pareja mixta de indios que vimos meterse al agua les pitaron cuando les llegaba por los tobillos, y los pobres se quedaron con cara de “Pero si no hemos hecho nada. Si allí hay unos que ni tocan y están ya que se los comen los mejillones... ” Pues nada, pitido otra vez. Los pobres se quedaron mirando alrededor a ver si entendían algo y al cabo de un rato de darle patadas al agua se salieron con cara de fastidio. Mientras, los guiris seguíamos chapoteando alegremente y tragando agua, ajenos a los pitidos de los trencillas. A uno rubio que se metía también le pitaron y se quedó a cuadros, porque estaba justo en medio de la zona delimitada por banderitas. “Estoy en línea, que no lo ves!!!” le gritaba a riesgo de ganarse la roja. El juez de línea le indicó que a la derecha y el rubio obediente se iba a la derecha, pero le volvían a pitar “mi derecha, no tu derecha” (si no no entiendo que pitaba). Empezó a meterse de espaldas para ver si el árbitro le decía que “ok” o le pitaba y poco a poco parece que encontró una ruta y se consiguió meter hasta el cuello y cuando ya se lo llevó una ola el vigilante le dejó en paz y se buscó a otro. Otro vigilante, que parecía el jefe, enviaba a algunos chuliplayas que tenía a sus ordenes y ya estaban mojados para mandar mensajes a los que no respondían a su pito. Poco a poco fueron reduciendo a los bañistas hasta que sólo quedábamos diez guiris y cuatro chuliplayas en cinco metros de agua. El sol estaba rojo como un tomate, se cayó de golpe y se ocultó. Final del partido. Nos abrazamos por la victoria, salimos del agua, saludamos a los vigilantes y a los chuliplayas y ante los aplausos de los domingueros nos fuimos para la ducha.

Tambores en las fiestas del templo de Pozhikkara en Paravoor

Total, que esto ha sido como un lapsus en el viaje y hay mucho menos por explicar que del resto de sitios de Kerala. Eso sí, nos hemos puesto morenitos, y el último día, casi por sorpresa, un tuktukero nos llevó a las fiestas de San Roque de un pueblo de por allí al lado. Aquí las fiestas se miden por elefantes, y estos tenían más de diez, así que debía ser una fiesta gorda. Era muy bonito verlos pasar por la calle mayor del pueblo, con los mahouts apartando los cables de la luz con un palo para no electrocutarse y la gente tirándoles caramelos. También venían las comparsas de tambores de Calanda y los Locomía versión hijra. De refilón vimos una actuación de Khatakali en la plaza del pueblo. 

No nos quedamos a los pasodobles porque a la mañana siguiente nos íbamos para Trivandrum y de ahí a Kochi a acabar el viaje comiendo un poquito más.


De los backwaters de Alleppey

Tras las caminatas de Periyar y nuestros fracasos en la búsqueda de elefantes y tigres decidimos irnos de cabeza a la costa de Kerala. Primero a Alleppey, “la Venecia de Asia”, un pueblo surcado de canales de agua (backwaters)  que comunican buena parte de las zonas costeras de Kerala y que son la principal atracción turística de la región. De ahí a la playita de Varkala, a mojarnos los pies.

Kumily está en la sierra y Alleppey en el mar, así que todo el camino era cuesta abajo. El señor Claus, nuestro casero de Kumily,  nos recomendó ir en autobús hasta Kottayam (4 horas para hacer unos 100km) y desde ahí ir ya en barco hasta Allepey por las backwaters (2 h y media). Precio total, 1 euro. El día empezó bien, porque nos sentamos en primera fila, justo detrás del conductor, y la vista de las montañas y los precipicios eran colosales. Luego se fue complicando a medida que nos fuimos dando cuenta de que nos había tocado un conductor sicópata. La experiencia fue tan “divertida” que acabó de convencer a Carol de hacer un post exclusivo sobre la conducción en la India. Si no lo ha hecho aún es porque le cuesta enfrentarse a sus recuerdos, pero paciencia que llegará. 


 Llegamos a Kottayam una hora antes de lo previsto (parece algo positivo, pero no lo es), y tras recuperar fuerzas y celebrar que seguíamos vivos con unas dosas y unos dulces nos subimos al barco de camino a Allepey. El viaje volvió a empezar muy bien: nos pusimos delante de todo para tener las mejores vistas de las backwaters. La verdad es que es una zona preciosa, parece sacada del Libro de la Selva. El canal, que se va ensanchando o estrechando según la zona, está flanqueado casi todo el camino por palmeras y cubierto de plantas flotantes que llegan a formar islas a las que acuden multitud de pájaros de todo tipo. Entre las palmeras se pueden ver a ratos campos de arroz inundados y pequeñas casas que caben justo en los dos o tres metros que separan ambas superficies de agua. Del canal principal salen otros más estrechos que se adentran hacia el interior y llegan a pequeñas aldeas a las que sólo se puede acceder con pequeñas barquitas. La gente de la zona hace su vida alrededor del canal: llevan cargas en canoas, tiran una caña para pescar la cena, bajan los dos escalones que separan sus casas del agua para bañarse o fregar los platos, etc... A partir de las 5 y pico de la tarde es fácil cruzarse con barquitas llenas de niños con mochilas que acaban de salir del cole y van para casa. Y de fondo las palmeras, los pájaros tropicales, los aullidos de algún mono despistado y Bagheera que seguro que está acechando por ahí aunque no la veamos. Todo muy bonito y sugerente. 


 Hasta que la pareja de recién casados indios que llevábamos detrás y que se había pasado ya dos horas haciendo presión sicológica para ocupar la proa decidió que el canto de los pájaros y el motor del ferry no era lo bastante romántico para ellos y optaron por ponerse música en el móvil que pudiera rivalizar con ambos en belleza (fallido) y volumen (conseguido con creces). Algunos temas eran acompañados en directo por los mozos, lo que añadía si cabe interés al asunto. Carol ya llevaba una hora dormida a la sombra encima de las mochilas y no les hacía mucho caso, pero yo, que estaba en el lado del sol y me había quedado sin agua hacia rato, estuve a punto de hacerles las armonías vocales. El final del viaje se me hizo un poco largo. Pero llegamos a Allepey sin más novedad y nos fuimos a nuestro hotel, el Malayalam, que como todos los que nos ha recomendado Isabel fue un acierto total (mil gracias). 

Vista matinal desde nuestro porche
  Allepey en si no es que sea muy bonita. Como en todos los sitios que visitamos por aquí nos cuesta mínimo un día adaptarnos a la primera impresión, que suele ser “madre mía como se nos ha ocurrido venir aquí con lo bien que estabamos en dondefueraqueestuvieramosantes”. Tras devanarnos los sesos con el fenómeno de la guarrería india hemos llegado a la conclusión de que  la diferencia clave entre los indios y los españoles está en el uso de la escoba. Aquí barrer barren mucho: hay señoras que las ves dale que te dale con la escoba de ramitas mientras hablan con la vecina o recitan el narayana de memoria, moviendo la porquería de un lado para otro. Pero en el momento en que hasta el español cenutrio medio ya habría decidido usar el recogedor, aquí siguen y siguen barriendo hasta que encuentran una playa, un arcén, la tienda de el de al lado o, en el caso de Allepey, un canal. En las casi tres semanas que llevamos en Kerala  hemos visto muchas escobas, pero ningún recogedor.  Igual si a alguien se le ocurriese importarlos se forraba y de paso resolvía un problema ecológico. O igual no, porque a veces sospechamos que les gusta ver las cosas así o que tienen las papilas buengustativas totalmente quemadas por el curry. Pero bueno. Aparte de la porquería que se acumulaba en los canales del centro, el resto muy bien. La puerta de nuestra habitación daba a las backwaters, veíamos la puesta de sol en los canales y nos despertaban los pajaritos (martines pescadores incluidos) a las seis y media en punto de la mañana. 


Un pájaro later y un ejemplar de later too, vistos desde el hotel
 Me detengo unos segundos a matar a las hormigas que están saliendo de dentro del portátil y sigo, que no me concentro.

Ok. Desde las tumbonas veíamos pasar a los pescadores y a las casas flotantes que son “lo más de lo más”, con su cocinero particular, su aire acondicionado, su televisión de plasma¿? y sus cuervos de polizones en el tejado. La idea que teníamos era gastarnos las rupias en una de esas casas deluxe para dos y dormir en el canal al menos una noche. En el pueblo casi todos los negocios se dedican precisamente a alquilar casas-barco, pero como no sabíamos muy bien como funcionaba el tema nos fuimos directamente al embarcadero a preguntar al sitio del estado. Allí nos dijeron que teníamos que venir el día siguiente a las 9 de la mañana y ponernos a la cola, que “con casi toda seguridad” tendríamos una con todas las comodidades y el precio oficial. Al parecer los propietarios intentan alquilarlas primero directamente al público con precios más altos (o timos varios, sobretodo si reservas por anticipado o desde otra ciudad) y acaban dejando el resto a la empresa pública de turismo, que también controla la calidad. Total, que parece que lo mejor es ir directamente allí. 

Houseboat
 Como hasta el día siguiente aún quedaba mucho y las casas barco no pueden entrar en los canales pequeños decidimos alquilar una barquita pequeña por tres horas para darnos unos voltios por ahí y tirar unas fotos. Creo que nos salió por diez euros, y fue un paseo chulísimo. Con el motor casi parado, estirados a la sombrita en las camas de la barca, sin domingueros ni honeymooners... Perfecto. Total, que nos moríamos de ganas de pillar la casa barco al día siguiente. Como cada noche, nos quedamos a ver la puesta de sol desde la puerta de nuestra habitación y a las barcazas aparcando a lo largo del canal. Como decíamos al principio, las Backwaters son el principal reclamo turístico de Kerala, donde viven cerca de 35 millones de personas. Un montón, casi como en España, pero menos de un 5% del total de habitantes de la India. ¿Y que hacen los millones de indios que se apretujan en Deli o Bombay cuando quieren ver naturaleza? Pues se van a Kerala y más concretamente a las Backwaters. 

Jose Luis Kethrapapoooli seguramente se había pasado toda la semana reseteando passwords como un loco en el call center de Bangalore, así que cuando se despertó el sábado por la mañana no tardó ni dos minutos en meter a la mujer, los cuatro niños y la abuela en el Tata y pirarse camino de Allepey. Diez millones de pitidos después, y embriagado por la belleza inigualable de Kerala, decidía gastarse el sueldo de una semana en una casa flotante para toda la family. Tras una jornada esplendorosa dando vueltas por los canales, saludando a guiris barbudos que les miran pasar desde sus hoteles, tirando fotos a contraluz de la señora y los churumbeles, que si ay que tiro a la abuela al agua que si ay que risa, llega la noche y hay que aparcar el barquichuelo, cenar, empiltrar a la prole y quedarse a ver las estrellas. Jose Luis Kethrapapoooli mira las estrellas desde su barca, henchido de la belleza de la Madre India. Al cabo de un rato de respirar henchido de la belleza de la Madre India se empieza a aburrir un poco y decide que todo está muy silencioso y que los señores de los barcos de al lado, y los de más allá, y los de dos kilómetros más allá, seguramente se estarán aburriendo también. Por suerte, Jose Luis Kethrapapoooli, que es un encanto de persona,  tiene una cinta con los grandes éxitos de Chiquetete en indio y un equipo de audio de 4000 megawatios con autorewind que de alguna forma ha conseguido subir al barco. Desde las 10 de la noche aproximadamente hasta las 6 de la mañana siguiente los éxitos de Chiquetete se suceden uno tras otro para gozo y disfrute de todos los barcos alojados en el canal.

Más de quinientos metros al oeste, en la orilla, un guiri barbudo y su moza se pasan toda la noche proyectando catapultas incendiarias, asaltos a casas-barco y genocidios aricidas y dravidicidas. Finalmente deciden que no vale la pena arriesgarse a pagar cien euros por una casabote y que te toque a Jose Luis Kethrapapoooli y familia al lado y que las Backwaters son igual de bonitas desde la costa y que al día siguiente se iban para la playa.

Los comedores de hombres


Aunque parezca mentira por los posts anteriores, aparte de comer nos vamos desplazando por India poco a poco. Dejamos Munnar para dirigirnos a la Reserva Natural de Periyar, casi en la frontera con Tamil Nadu, que merecidamente escribo en mayúsculas por la cantidad de animales gordos que viven allí: tigres, elefantes, osos, bisontes, sambares, y de ahí para abajo, montones de pájaros, monos, etc…

Adelanto que de los sambares para arriba no vimos nada más que bisontes y de noche, que son como los de día pero más bulto que trota y menos bisonte. De todos modos, para aumentar las posibilidades de verlos nos apuntamos primero al trek más cañero: 8 horas por la frontera entre Kerala y Tamil Nadu, el Border Trail Hiking. Empezábamos a las 8 de la mañana y nos esperaban dos guías tamiles que durante un buen rato iban respondiendo muy amablemente a todas nuestras preguntas con el ya habitual "later later" que a veces alternaban con "yes, tiger, yes", ya más propio de esta región (en otras se lleva el "I'll check with my travel agent", mucho más pro). Pasada una media hora se nos unió un forestal keralita, que llegó rifle en mano. Por si nos atacaba un oso o un elefante, nos dijo, pero no se lo descolgó del hombro nada más que un rato. Supongo que está por ver el oso que con la solanera de las 3 de la tarde sale a darte el susto. De los tigres en cambio nos tranquilizó diciendo que, de encontrarnos con uno, saldría huyendo antes que nosotros.

El objetivo del trek, según nos contaron a la que ya habíamos desembolsado las rupias y llevábamos 4 horas de marcha, no es que el turista disfrute (porque claro, a estas horas no se ve nada, hombre), es evitar que los furtivos se metan en la reserva y talen los árboles de sándalo, que valen un riñón. Esto está muy bien pero un poco de sensibilidad de no soltárselo al turista, que se ha hecho 10.000 kms para venir a ver tigres, así de sopetón tampoco estaría mal. Igual les dimos mucha pena, ahí mirando a derecha e izquierda todo el rato, como a punto de ver algo, y decidieron ahorrarnos 4 horas más de tortícolis. Nosotros, que somos impermeables al desánimo, fue acabar 8 horas de andar cuesta arriba sin ver nada y apuntarnos al siguiente. Si algo hemos aprendido en India es que el que más da la brasa triunfa, y a lo mejor por pesados nos sacaban algún bicho de muestra.

Doble protección: un rifle y un puma por si te atacan por la espalda
 El hecho de que el forestal, que era el superior, fuese keralita y los dos guías, tamiles, es algo que se viene repitiendo desde que empezamos el viaje. Aquí nos comentó el propio forestal que, asi como él ganaba 25.000 rupias al mes, a los guías el estado les pagaba solo 5.000 (unos 70 euros). El resto del sueldo lo completaban con propinas. Nos explicó que antes había tamiles viviendo dentro de la propia reserva, cazando y cortando árboles, así que el gobierno les ofreció trabajar de guías y vigilantes por un sueldo a cambio de marcharse de la reserva. La verdad es que el sueldo es una miseria, pero es posible que lo duplicasen o triplicasen en propinas. Los que nos tocaron se las ganaban de largo porque, aparte de las 8 horas de caminata que se pegaron, eran muy simpáticos.

En fin, resumiendo, lo mejor del trek, la demostración de kalarippayat, lo peor, darnos cuenta a la hora de comer que no nos habíamos enterado y que lo que nos dieron para desayunar a las 8, y habíamos tirado casi entero, era para todo el día.

Cuando el forestal te entrega este desayuno sabes que te has apuntado al trek correcto. 
 Sigo con los tigres, porque al no poder verlos he tenido que pasar al plan b: comprarme un libro y/o una camiseta con un tigre (preciosa, me va a durar lo menos 3 lavados). En el caso del libro he acertado de pleno en la elección y los días siguientes he estado enganchadísima. Sólo con el título podréis entender por qué: "Man-eaters of Kumaon" (Los comedores de hombres de Kumaon) de Jim Corbett. El tal Corbett, de padres británicos pero nacido en el norte de India a finales del siglo diecinueve, era un experto cazador de tigres al que llamaban de los pueblos donde había casos en los que se merendaban a la población. Con los años pasó de cazador a conservacionista y los indios le acabaron poniendo su nombre a una reserva. A diferencia de Kipling, el tono de Corbett no es apenas colonialista, lo que se agradece al leer las descripciones de la vida cotidiana de los pueblos por los que va pasando. También tiene sus detractores, así que a saber, pero en cualquier caso como libro de aventuras es súper entretenido. Ya me he hecho con dos más para leer a la vuelta: "My India" y "Jungle lore".

Sobre tigres cuenta, para tranquilidad del que piense venir aquí, que raramente atacan a la gente y que los indios estaban bastante acostumbrados a toparse con ellos en la selva e ignorarse mutuamente. Que sólo algunos tigres demasiado viejos o enfermos, sin la agilidad necesaria para cazar sus presas naturales, empezaban a comer carne humana. Algunos de los que Corbett mató, se habían comido a más de 200 personas antes de ser cazados, en un radio de más de 100 kms. Esto lo leí una noche a las tres de la mañana, sentada en la calle para no despertar a Alberto, y en menos de cinco minutos estaba otra vez en la cama y con la puerta cerrada con pestillo.

Por desgracia los pestillos no valen de mucho contra el dominguero malabar, especie bastante más extendida que el tigre y mucho más peligrosa. Os dejo porque estamos en el hotel y se les empieza a oir aproximarse. Voy a por los tapones antes de que sea demasiado tarde.




Kabaddi


Hoy hemos podido comprobar que nuestros sentidos se van agudizando a medida que van pasando los días. Aquí las señoras son capaces de andar por la calle y, al mismo tiempo, cazar una buena rebaja en el puesto de especias o localizar unas sandalias de su número entre los montones que se apilan en los escaparates. Nosotros hasta ahora nos conformábamos con ir esquivando los tuktuks, las zanjas y a las señoras que miran escaparates, pero no dábamos para mucho más. En cambio esta tarde mientras andábamos, por el rabillo del ojo se nos ha colado un cartel y hemos pasado al nivel dos de peatón: el que ve de lado. También es verdad que los cuatro metros de ancho y tres de alto a todo color han ayudado. Ponía "Kabaddi Tournament Kerala 2013" y un dibujo de unos monigotes jugando al pilla pilla. Como lo de Kabaddi sonaba bien y venía acompañado de una puerta bien grande por la que colarse, allá que nos hemos ido.

En los cuatro escalones que rodeaban un campo que parecía de balonmano había unos 10 o 15 espectadores, no más, siguiendo el juego. En la pista, a un lado unos 7 u 8 jugadores y al otro,otros tantos, cada uno de un equipo. Alrededor unas 50 sillas con los que suponemos que eran los equipos que ya habían jugado o estaban por jugar. Nos hemos sentado un rato, por si observando éramos capaces de deducir las normas, pero la verdad es que más allá de entender que el quiz estaba en tocarse y en evitar ser tocado, tampoco nos hemos enterado de mucho.

Ya más tarde en el hotel, con la wikipedia cargando a 7 kb/s, hemos aprendido que el kabaddi es el deporte oficial de Bangladesh, ni más ni menos, y oficial en los Juegos Asiáticos. Se juega con 7 en cada equipo, que se colocan en los extremos del campo. Por turnos, cada equipo manda a uno de los suyos al campo contrario. El objetivo del que va, el "raider", es tocar a un contrincante y volver al centro sin que lo capturen. Los del equipo contrario, por su parte, se cogen de las manos en parejas para evitar chocarse entre ellos. Como a esto no le acababan de ver la gracia, a alguien se le ocurrió añadirle una norma que lo complicaba un poco más: el "raider" tiene que hacer todo lo anterior sin respirar y, para probar que no hace trampas, a la vez ir cantando "kabaddi kabaddi kabaddi". Si deja de cantar o respira, pierde punto.

Para ganar, aparte de agilidad y cintura, hay que tener buen oído para detectar que tu oponente no deje de cantar. El árbitro, por su parte, ha de ir con el ojo y la oreja puesta para evitar las infracciones. Aquí tenéis un partido de kabaddi donde se puede ver todo esto. En el minuto 3:10 hay un plano del "raider" donde se le ve dándole al kabaddi entre dientes.

martes, 5 de febrero de 2013

De excursión a la oficina de Medio Ambiente de Kumily

Calle de las lavanderías
Esta tarde, al cabo de un rato de volver de un trek en el que no hemos visto ningún elefante, Carol me ha dado unas rupias y me ha dicho “Anda, bájate a la oficina de medio ambiente y nos compras dos tickets para el tour nocturno de mañana a ver si tenemos más suerte. Y no me sises las vueltas que te conozco.”. Así que tralarí troloró que me bajo para el pueblo, dando saltitos y esquivando tuktukuses. Desde el Clauss Garden he tomado el atajo para esquivar la calle de las lavanderías, que huele un poco mal, y ya de paso evitar también el callejón de la farmacia, donde el día de antes un niño de un par de años me atropelló levemente con el Tata de su padre mientras éste le enseñaba el bello arte de conducir a la india. Además, el atajo pasa por una casa que por algún motivo huele un montón a cardamomo y da como gusto. También pasas por delante de otras que tienen unos dibujos raros en el suelo de la entrada hechos con tiza blanca o arroz o algo así y que según internet sirven para atraer a los buenos espíritus y para que los peregrinos hinduístas sepan donde son bien recibidos. Aquí en casi cada casa hay un signo que denota la religión de los que hay dentro.

El resto del camino es anodino, salvo por el póster de la convención del partido comunista que adjunto aquí al lado. En Kerala han mandado históricamente los comunistas, pero los de aquí no son leninistas ni maoistas ni troskistas, son Cheistas y todo está lleno de imágenes del Che. En ocasiones las imágenes son de Benicio del Toro haciendo del Che en una peli, pero para el caso es lo mismo. Si un líder del criterio y sentido común como es Maradona apuesta por el Che y por el DYFI, la suerte está echada. Tras tirar la foto llego al chiringuito del departamento de medio ambiente.

Dentro está el señor de bigotito de turno. Carol me había advertido de las malas artes de este Carlton en particular (a partir de ahora Bigotitos para no confundirle con otros carltons) que regenta el local: “Se le cuelan todos los que quieren y no hay manera de que se centre en un cliente, así que o te impones o te va a tener allí tres horas”. Por suerte, además de él sólo había un jubilator indio que estaba allí para dar conversación y una pareja de chavales franceses que estaba intentando decidirse por una excursión u otra. Bigotitos les miraba con cara de cansancio y de vez en cuando contestaba alguna de sus preguntas con cosas que hasta a mi, que no estaba escuchando, me parecían incoherentes. No escuchaba no por falta de interés, sino porque tenía que concentrar toda mi atención en el abuelete, que tenía ganas de charla. Aquí el tema de los jubilados está un poco complicado. Lo de supervisar las obras parece que es más una actividad que se hace en familia o con grupos de amigos y a los jubilados les cuesta imponerse para ocupar los mejores sitios. Además, visto el estado de mantenimiento de las carreteras y las casas estamos seguros de que hay pocas obras. Así que ellos se tienen que buscar actividades alternativas. Este en concreto estaba en la caseta de turismo para contradecir sistemáticamente todas las informaciones que aparecían en los carteles informativos o que pudieras sonsacarle a Bigotitos. El proceso es el siguiente: te miras los carteles, le preguntas a Bigotitos, te peleas media hora con él para entenderle, y cuando ya te crees que lo has conseguido, te pones la mochila para irte y Bigotitos ya está atendiendo a otros, el abuelo, con toda su buena fe, su aplomo, una experiencia que le avala... te dice todo lo contrario de Bigotitos y tu te quedas con la duda de si has entendido algo, así que vuelta a empezar.
El interfecto

En esas estábamos cuando al chico francés le empezó a entrar la risa con la última explicación que le había dado Bigotitos y ya se daba por vencido. “Ok, ok”, decía con ganas de irse... Y la novia, más seria y en francés, “pero te has enterado de algo?” “ermmm... creo que ….”. El resto no lo entendí muy bien, pero la chica se empezó a mosquear y empezaron a discutir entre ellos. El abuelete y yo nos los quedamos mirando y Bigotitos también, claro. La chica le decía al novio algo así como “Es que siempre me haces igual, porque es que nunca te enteres de nada pero dices que sí y luego no te has enterado y tengo que volver a ir a preguntarlo yo y blablalalbalbla blablabla”. El abuelete y yo, que debíamos tener novias parecidas, ya nos conocíamos la escena así que vimos que la cosa iba a acabar mal. La chica empezó a subir el tono de voz y cuando se cansó de darle cera al novio se giró hacia Bigotitos y le soltó, ahora en inglés con acento francés y a voz en grito, “Y usted, QUIERE HACER EL FAVOR DE ESFORZARSE UN POQUITO EN HACERSE ENTENDER????? LLEVAMOS UNA HORA AQUÍ Y NO NOS HA ACLARADO NADA DE NADA. ESTO ES DE LOCOS. ESFUERCESE UN POCO, QUE PARA ESO LE PAGAN”. Luego pegó un golpe en la mesa y se quedó mirando fijamente a Bigotitos y poniéndole caras que ni la Belen Esteban cuando dice lo de “meentiendees”. Los veinte segundos de silencio tenso los rompio el abuelete diciéndome, comprensivo, “Es que parece que la chica habla muy poquito inglés” y me hacía así con la mano poquito poquito.

Aquí tengo que decir, en defensa de los indios, que a diferencia de nosotros, que lo aprendemos de mayores y no lo practicamos, ellos hablan inglés desde pequeñito y a diario y se entienden perfectamente. Entre ellos, claro. Así que es normal que lo de que vengan de fuera y no les entiendan no les entre en la cabeza.

Pero estábamos con Bigotitos aguantando el tipo. La verdad es que se contuvo muy bien, porque lo más fácil era que le hubiera soltado un bofetón a la chavala. Pero no. Tras unos segundos de silencio y la frase del abuelete, que todos fingimos no haber oído, Bigotitos dijo “Muy bien, muy bien.... Yo se lo explico. Se lo voy a volver a explicar. Pero escúcheme con atención por favor, porque se despista y luego se lo tengo que repetir.”. Saltan chispas. Bigotitos no se achanta, iba a ser un duelo entre profesionales. El abuelete y yo sabíamos que Bigotitos se la iba a volver a clavar, pero no sabíamos cómo. La chica le mira fijamente, concentración máxima. Se le ve capaz de entender hasta el sánscrito. El novio, cabizbajo, aguarda en segundo plano, aterrorizado. Bigotitos abre la boca, parece que va a decir algo. Se lo piensa. Sí. No. Las pupilas de la chica se dilatan. Los pelos de las orejas se le erizan. Bigotitos arranca: “La excursión nocturna tiene 3 horarios, 7, 10 y 1.” Ahí se para, como la Mayra Gomez Kemp. La chica no puede ocultar su cara de sastisfacción “ok, lo he entendido...” y se ve triunfadora. “OK, so the departug is at 7, isn't it?” Ha caído en la trampa, Bigotitos no tiene piedad: “¿¿¿Como que departug, como que departug??? Eso que idioma es, eso no lo entiende ni su padre hombre, que es que vienen aquí sin saber inglés y así no hay manera... Hábleme en inglés señorita, en inglés. Si no yo no le puedo ayudar. En inglés.”. El abuelete me puso cara de “se veía venir, se la ha comido con patatas” y yo aproveché el desconcierto de la moza y el jolgorio de Bigotitos para colar mi pregunta y sacar mis entradas sin mayor problema y huir a toda prisa.

Por el camino me gasté el cambio en galletitas.

domingo, 3 de febrero de 2013

Masticando Kerala

Biriyani decorado (único en su especie)

Si habéis leído algún otro post reciente ya sabréis que nos estamos dedicando a agotar las existencias de comida de 1000 millones de indios con todas nuestras fuerzas. Ya nos quedan pocos días por aquí y hemos empezado a contar los restantes en desayunos, comidas y cenas, así que es el momento de hacer un post dedicado exclusivamente a la manduca.

Restaurantes de Kerala. Como seleccionar uno bueno.


La clave elemental para descubrir un buen restaurante indio es la roña. Si el personal del local tiene demasiado tiempo como para ponerse a fregar el suelo, quitar las telarañas de las paredes, hacer diseño de interiores o limpiar cuidadosamente los cubiertos es que no tienen mucha rotación, así que mejor evitarlo, no sea que nos vayan a poner un roti de antesdeayer. También es importante examinar la carta, no por sus platos, que son casi siempre los mismos (sobretodo en los vegetarianos), sino por su nivel de descomposición: se tiene que ver auténtica y ancestral, las esquinas inexistentes, los manchurrones con alcurnia. Si se desintegra mientras la coges es que estás en un buen sitio. El mobiliario también puede dar pistas de un sitio con buena comida. Las sillas deben ser siempre de plástico o como mucho de laminado de madera tipo “teleclub años 60”. Las mesas, de formica oscura. La iluminación debe ser muy sutil, tirando a inexistente. Con que veas tus propias manos es suficiente.

Cocina del Indian Coffee House de camino al wc

Una vez dado el visto bueno al comedor debes investigar el backoffice para comprobar que todo está en orden. Con la excusa de “me voy a lavar las manos” puedes adentrarte, bajo tu propio riesgo, en territorio desconocido. Dirígete a los lavamanos, que suelen estar indicados. Por la misma zona debería estar el wc, aunque camuflan la puerta con una capa de roña milenaria que la hace indistinguible de la pared y sólo se puede detectar al tacto. Entra únicamente en caso de extrema necesidad. El objetivo de acercarnos a esta zona es buscar el callejón que lleva a la cocina. En efecto, en los restaurantes indios buenos buenos tienen callejones laberínticos por dentro que no sabes si llevan a la habitación del dueño o al cuarto de planchar. Si te despistas lo mejor es esperar a que pase un tipo con cientos de miles de lamparones en su ropa. Si no es el cocinero debe ser el camarero o algún primo que viene de visita. Síguelo haciéndote el despistado y con suerte llegarás a las cocinas. Entorna los ojos, no los abras del todo. Un cerebro occidental puede explotar si ve una cocina india de sopetón. Bajo ninguna circunstancia te quedes más de diez segundos allí o quizás no consigas volver a salir. Cuidado con los cucharazos de los cocineros.

Si consigues regresar, siéntate junto a tu pareja, recupera el ánimo en la medida de lo posible y suéltale la frase esa que siempre has querido soltar de “...He visto cosas que vosotros no creeríais...”. Y prepárate porque, por mucho que lo dudes, la comida va a estar buenísima.


Modalidades de restaurantes

Vegetarianos y NO vegetarianos.


En el sur de la india, y más al sur y al interior, muchos restaurantes son vegetarianos, así que cuando quieres comer algo de chicha tienes que buscar el cartelito “Vegetarian and NON-Vegetarian food”. En la costa, especialmente en los sitios turísticos, también hay montones de restaurantes centrados en el pescado y el marisco. Por lo que nos han contado, las madres hinduistas abroncan a sus hijos si comen carne o pescado porque es algo así como poco virtuoso, y lo que mola es poder decir que son vegetarianos puros en público, como los buenos brahmanes. Luego en privado parece que son menos selectivos, y en las carnicerías hasta se encuentra ternera. Se supone que para los cristianos, pero no sé no sé...

Con Aire acondicionado y Sin aire acondicionado.

Si estáis en la india y vais apurados de dinero para comer (raro sería, pero...) ... cuidado, no entréis en un restaurante con aire acondicionado! En algunos locales tienen salas con aire acondicionado en el que los precios son ligeramente más caros, al menos el precio de los panes.

Con Reservados para familias y para mujeres

Al venir aquí en plan turista una de las primeras cosas que te llaman la atención es que mientras las mujeres van maqueadas con sus saris de colores vivos y joyas a tutiplen los hombres van hechos unos zarrapastrosos de aquí te espero. Suponemos que para evitar tan horrenda visión a las señoras (o quizás porque son muy muy conservadores) algunas cafeterías y restaurantes tienen salas en las que no pueden entrar hombres si no van con su familia. Lo de que los hombres no pueden tocar a las mujeres parece que va en serio: en algunos sitios hay colas separadas por sexo y en el autobús normalmente unos van en un lado y otras en el otro. A mi una señora me hizo poner a Carol en medio de ambos en el asiento del autocar.

Precios

En la review de la Lonely de un restaurante de Munnar ponía “Buena relación calidad/precio”. No se como habrá calculado el ratio el autor, pero cuando en todos los restaurantes del pueblo se come de maravilla y por menos de 3 € por cabeza mucho tiene que haber apurado el cálculo.... En sitios como Varkala o Fort Cochin, más orientados a turistas y con platos occidentales el precio puede subir, pero vamos... De risa.


La carta

Aquí va la foto de una carta estándar de restaurante vegetariano con precios, concretamente la del Anapoorna de Kumily. 70 Rupias= 1 € más o menos. La elaboración de los platos cambia bastante de restaurante a restaurante, pero los nombres se mantienen. Traduzco los platos principales, que no son necesariamente especialidades de Kerala:

Dosa: Son una especie de crepes grandes y finitos que se mojan o rellenan con lo que ponga. Por defecto vienen con una salsa de lentejas y una de coco.
Oothapam: Nos lo pedimos un día pero no nos lo trajeron, así que ni idea...
Paratha, Rotti, Naan: Son tortas de pan fino. Las paratha son algo más elaboradas y tienen una textura parecida a la del croissant pero en aplastado. Se hacen a la plancha o al horno y si no van rellenas sirven para mojar y comerse algún otro plato. Vamos, como en España.
Aloo: Patatas
Gobi: Coliflor
Paneer: Es un queso que sabe y se utiliza como el tofu (o viceversa)
Raita: Yogur con...
Papad: Una especie de pan fino frito, parece pan de gamba
Pakoras: Parecido a buñuelos. A mi en España no me habían gustado nunca, pero las de aquí están buenísimas.
Pulau y Biriyani: Arroz con especias suaves (canela, cardamomo, anís,...) y frutos secos y dulces el primero y lo mismo pero con una especie de salsa masala picante añadida el segundo.
Thali: no sale en la foto, pero es lo más común. Un plato de arroz blanco rodeado de cuenquitos pequeños con salsas y encurtidos variados.
Estilo Masala: Lo que sea cocinado con un curry de crema de leche super especiado y picante. Normalmente de color rojo (muchas veces con colorante)
Estilo Chili: Más dulzón, no necesariamente más picante. Sabe más a ajo.
Estilo 65: Es un rebozado primero en un conjunto de especias y luego en harina. Se supone que la receta original es para el Pollo 65, pero la coliflor así está de muerte. Lo del 65 tiene muchas explicaciones.. que si la receta se la inventó un tío en el 65, que si lleva 65 ingredientes, que si hay que dejarlo macerar 65 horas... ni idea.
Estilo manchurian: Estilo chino del norte, cocinado en plan agridulce con salsa de soja, ketchup, etc... No pica.
Pakoras cocinadas por Alberto en su curso con el cocinero más borde de todo India


Cómo comer

Lo normal al pedirte la comida es que te la traigan en unos cuencos metálicos sobre una bandeja circular de metal. Pero la bandeja en realidad es el plato (como el del thali), así que vuelcas el contenido de los cuencos en la bandeja y te pones a comer con las manos. Se supone que lo típico es usar hojas de platanero sobre la bandeja como plato, pero a nosotros no nos lo han puesto nunca así, no sabemos si porque nos ven guiris o porque se ha pasado de moda.

De lejos parece que lo de comer con las manos está chupado, pero ni de coña, porque aquí son super finolis y te ponen una de normas que no veas. Para empezar no te dejan, precisamente, chuparte los dedos, y como aquí muchas comidas son totalmente salsosa, pues... Imposible no hacerlo. Tampoco te puedes meter los dedos en la boca. Lo fino es “acompañar la comida con el rotti y dejarla caer dentro de la boca usando la punta de los dedos”, pero nosotros como mucho la dejamos caer al suelo o, si tiene suerte, a la boca del perro que suele pasar por debajo de la mesa. Además, con la derecha sólo, la izquierda no juega porque se supone que se usa para otras cosas.

Luego se supone (según la lonely planet) que en todas las mesas hay un cuenco con agua para lavarse los dedos entre bocado y bocado, pero nosotros no lo hemos encontrado o lo hemos confundido con los vasos, así que nada. Un camarero nos chivó que lo que se hace realmente es sacudir la mano para que la comida vuelva al plato con el resto y tal, pero tampoco es fácil, por lo que cada dos o tres intentos yo pasaba por el lavamanos.

Creemos que para los indios tampoco debe ser tan fácil comer así, porque generalmente ponen cara de estar leyendo el periódico en lugar de comiendo, lo que a mi personalmente me desconcierta un poco cuando ves que en lugar de un periódico hay un plato. Se ve que antaño también usaban los periódicos viejos a modo de plato, así que igual viene la costumbre de ahí.


Nuestra selección de platos

Badam milk en Thaff, Alleppey
1º Badam Milk: Un batido frío de leche dulce de almendras y pistachos especiada con cardamomo. Es lo primero que probaré a hacer cuando llegue a casa.
2º Gobi 65: Trocitos de coliflor rebozados en especias y harina, se acompaña con lima, rayaduras de chalota (que aquí es más grande y no pica nada cuando la dejan dos horas en remojo) y a veces salsa de ajo.
3º Biriyani: Arroz con verduras y especias variadísimas. Es todavía mejor cuando se acompaña de una salsa de yogur que suaviza el picante.
4º Dosas: Una especie de crepé muy grande y, según el sitio, crujiente, que normalmente sólo sirven para el desayuno. Se baña en un chutney de coco rallado y en otro de curry de lentejas. Cambian mucho de un sitio a otro. La mejor con diferencia para nuestro gusto, la del minilocal del hotel Suryaas, frente a la estación de Kottayam, escondido en un minicentro comercial.
5º Batido de café del Corner Kream. Aunque nadie lo diría por el aspecto megacutre, es una especie de franquicia tipo Starbucks pero a la india. Lo demás no sé, pero el batido este estaba de muerte....


Nuestra selección de restaurantes

Las recomendaciones que hacen en la Lonely están bastante bien salvo en Varkala, donde casi todos los locales que recomiendan son negocios de temporada para guiris que no saben a ná. Nosotros recomendamos:
  • Fort Kochin: Dal Roti y Casa Linda
  • Munnar: SN Restaurant (pero todos estaban buenos, la verdad)
  • Kumily: Annapoorna
  • Allepey: Hot Kitchen, y Thaff por los Badam Milk, que no la comida.  
  • Kottayam: Suryaas. Sólo paramos a comer y a cambiar del bus al ferry, pero las dosas del sitio este lo valían...
  • Varkala: Paradójicamente el sitio con más oferta y donde peor se come, al menos si buscas comida india. El Oottupura está bien y el Little Tibet (por sus momos) también. Mañana probamos uno nuevo así que igual hago update.



lunes, 28 de enero de 2013

El Indinglés, esa lengua


A este chaval, víctima de la confusión linguística, en lugar del tupé que pidió, le están rematando un tazón de libro.

Los keralenses de toda la vida hablan mayoritariamente el Malayalam (o Malabar, que es el nombre de la costa de Kerala). Por otra parte los inmigrantes que vienen de Tamil Nadur a ganarse unos durillos, que no son pocos, hablan el Tamil. Según ellos se entienden los unos a los otros hablen lo que hablen. Por lo que he visto en la Lonely, en un idioma “hola” se dice “namasté” y en el otro “namascar” pero yo debo tener muy mala suerte porque cuando digo namasté me responden namascar y viceversa.

De todas formas lo que te dicen la mayor parte de las veces los indios cuando te cruzas con ellos por la calle (especialmente si son niños) es “hi” “good morning” “how are you” “where are you from” o “what is your name”.Se supone que casi todos los indios hablan algo de inglés, no en vano los han tenido por aquí dándoles la tabarra hasta hace poquito. Hasta ahí bien, pero a partir de ahí la cosa ya cuesta un poco más y la comunicación se hace un poquito más difícil y un muchito más divertida. El inglés indio, o indinglés, es básicamente una alteración del original en el que hay que meter todos los “tr” que se puedan en el mínimo espacio de tiempo a la par que se balancea la cabeza y se repiten los conceptos básicos dos veces. Si en lugar de balancear la cabeza balancean la mano como diciendo “así así” es que la cosa está complicada. Si balancean sólo la cabeza es que no hay problema, de una forma u otra se soluciona la cosa.

Ejemplos prácticos:
  • “I don't have your booking because I haven't checked my email in the last 3 days” en indinglés sería algo así como “I trdont have trour trbooking trbooking, intrernetr closed closed because wtrekeend”
  • “I don't understand what you are saying” “I don't know what kind of bird is that one” “I don't know why that man is so small” se pronuncian todos “laterr laterr” especialmente cuando hablas con guías en trekkings y similares.

En cuanto a los apelativos personales, lo más normal es que te traten de “Sir” o “Madam”, con la excepción de Rashá, el amigo de Shinny (ver post de Munnar) que me llamaba todo el rato “Whiteman” (hombre blanco) lo cual mola muchísimo más.

Respecto al castellano hemos encontrado estas pequeñas diferencias:
  • “Parapara” significa en realidad “Tira tira” y lo usan principalmente los conductores
  • “Va” significa “Vengo”.
El resto es más o menos igual que el castellano cuando te acostumbras. Yo he visto películas indias de los 70 en la tele y lo he entendido prácticamente todo, menos los trozos que hablaban en inglés.

domingo, 27 de enero de 2013

Los munnarenses

Iglesia de la plantación de Kanniamally

En caso de que, sólo con leer el nombre el restaurante Chrissie's no haya quedado claro, explico que estamos en Kumily, a 10 minutos andado de la Reserva Natural de Periyar. Debido al surrealismo imperante en India, nos es casi imposible contar las cosas de manera cronológica o con algún tipo de orden. La última vez que lo intentamos estábamos saliendo del hotel Blue Bells en Munnar. 

Con la esperanza de que nos dieran al menos una sábana de matrimonio y poder dormir tapados, decidímos aumentar nuestro presupuesto a 5.000 rupias diarias y mudarnos al Tea Sanctuary, una casa colonial perteneciente a la Kannan Devan Hills Plantation. Esta compañía pertenece a Tata, que son los que poseen todas las plantaciones de té de la zona y los que parten el bacalao aquí en India.

Porche de la casa, perfecto para sestear

La casa, de unos 300 m2, era compartida entre tres habitaciones de invitados y las de los guardases de la finca, que nos trataron a cuerpo de rey. La mayoría del tiempo la tuvimos para nosotros solos, así que el único ruido que nos despertaba por las mañanas eran los pajaritos, el gallo (que nunca falta) y los langures de alrededor. A las 6:30 nos poníamos en marcha y nos recorríamos las plantaciones que rodeaban la casa andando. 

Como en la propia plantación viven los trabajadores que recogen las hojas de té, podíamos visitarlos cada mañana. La mayoría son tamiles, de la región contigua a Kerala. Por lo que nos han contado, llevan generaciones viniendo a trabajar el campo a Kerala. Tata les proporciona alojamiento, les paga la luz, agua y la atención médica. Hablan tamil, que es ligeramente distinto al malayalam que se habla aquí y, aunque la mayoría son hinduístas, también los hay cristianos. De hecho nos sorprendió que, pese a que no había muchas casas, las de los cristianos y los hinduístas estaban bien separadas por un terraplén,  y sus sitios de culto bien alejados el uno del otro.

En uno de esos paseos conocimos a Shiny que, a sus trece años, tenía más desparpajo que Alberto y yo juntos a los 25. Nos invitó a su casa a tomar té, nos hizo comernos todos los bollos que su madre sacó y nos obligó a volver al día siguiente.

Como era todo tan bonito y tan bucólico, no hemos podido evitar incordiar a todo el mundo y hacer montones de fotos. También es cierto que nos las pedían y nos llamaban a lo lejos para que hiciéramos más. Al final, como ya teníamos a medio pueblo en foto, decidimos bajar a Munnar, que nos pillaba a unos 7 kilómetros y buscar un sitio donde nos hicieran copias para poder darlas a los fotografiados.

El padre, madre, hermana , vecinitos, prima de Shiny, y ella, con la capucha sobre los hombros
Memory stick en mano nos plantamos en el Siva Studio que, amén de estudio de fotos, hacía las veces de copistería local. El señor Siva, el doppelganger hindú de Eduardo Mendoza, tenía las paredes recubiertas de sus obras retratísticas, que básicamente eran variantes de los retratados sobre 3 fondos: paisaje de lago azul chillón, montañas verde fosforito con cielo azul chillón y montañas verde fosforito con cielo azul chillón y cabra. El señor Siva, cuando yo llegué, departía con un cliente animadamente sobre las maravillas de su técnica con el photoshop. Al percatarse de la presencia de un nuevo cliente, me hizo un gesto de "te atiendo ahora mismito" y tras 5 minutos más de charla, un par de paseos afuera y adentro del estudio, otra charla con la señora del cliente anterior, por fin me tocó el turno. Yo, emocionada por la rápida atención del señor Siva, le entregué mi memory stick, donde guardo todas las fotos que voy haciendo, y le dije: "de esas de ahí, hágame 2 copias de cada una". En señor Siva, agradeciendo la confianza depositada en él y avalado por los años de experiencia en impresión a color, hizo un click derecho-abrir con-Photoshop, con mi primera foto. Acto seguido, al aparecer el rostro sonriente de una recogedora de té en la pantalla, decidió que mi encuadre no era el correcto y, con un gesto rápido de ratón, seleccionó otro que le parecía más interesante y recortó la foto. Así, sin parpadear. A continuación, se alejó un poco de la pantalla, comprobó que efectivamente era una mejora necesaria, para al momento volver a inclinarse sobre el monitor y atacar la foto de nuevo en algo que estaba pidiendo ayuda a gritos: el contraste y el balance de color. Ahí yo, que me había estado mordiendo los nudillos durante la modificación anterior, ya no pude evitar saltar: "oiga, el color no me lo toque eh". El señor Siva dio un respingo en su silla pero sin soltar el ratón "no color correction?", como no dando crédito a lo que acababa de oír. Al confirmarle que no, aceptó con cara compungida lo que era claramente un ataque a la base de su negocio: el aumento de la saturación, y con un balanceo de cabeza de resignación siguió imprimiendo las fotos. Aún así, sin poder evitarlo, en cada una recortaba unos 10 o 15 pixeles de cada lado. Al abrirlas, me miraba de reojillo, con el pulso tembloroso, por si yo flaqueaba y le dejaba ponerlas como son las fotos bonitas de toda la vida.

Con el lío del retoque al día siguiente tuve que volver a recoger el memory stick, que me acabé olvidando. Nada más verme el señor Siva me felicitó por las fotos del memory stick (que eran todas mis fotos del viaje). Salí de allí preguntándome si, además de haberse tomado la libertad de mirarse mis fotos y confesarlo sin ningún pudor, además le habría dado por "mejorármelas".

Bichejos de alrededor de la casa: ardillas malabares y langures de Nilgiri