Llevo cinco minutos intentando empezar este post pero no hay manera, no se deja. Sin duda va a ser el más surrealista de todo el blog, al menos para nosotros. Ni el desierto, ni la selva, ni las montañas de Nueva Zelanda, ni las ciudades de Japón, ni las playas paradisíacas , ni los poblados perdidos del sudeste asiático nos han producido tanta impresión como el viaje de vuelta a Barcelona. En el post anterior estábamos explorando Camboya y de repente en este estamos en casa teletransportados. En medio quedan un montón de cosas por contar, pero ya habrá tiempo. De momento estamos intentando digerir la vuelta, así que la contamos tal cual antes de que las sensaciones (ojalá) cambien.
El plan de viaje original era para uno o dos meses más, pero hemos tenido una urgencia en la familia y hemos cambiado algo los planes. En lugar de irnos hacia Vietnam nos fuimos hasta Bangkok, Londres y Barcelona. Nos quedamos con ganas de ver más Camboya y con la duda de saber si Vietnam sería tan complicada como nos habían comentado, pero lo dejamos para más adelante. De momento nos hemos planteado la vuelta como una etapa más del viaje, de duración indeterminada pero etapa pasajera al fin y al cabo. Como terapia previa también nos hemos estado leyendo las L.P. de Barcelona y España, aunque la verdad es que no nos ha servido mucho y la vuelta está siendo una sucesión de shocks. De momento estamos dedicando nuestros peores momentos (estamos totalmente insoportables) a la familia, que para eso les hemos ido enviando alguna que otra postal, pero a los amigos nos los guardamos para cuando estemos un poco más sociables. Total, los únicos comentarios que podemos articular ahora mismo son del estilo de los siguientes:
a) Que caro es todo, es imposible vivir aquí.
En el aeropuerto de Londres nos gastamos en dos asquerosas hamburguesas (una vegetal, eso sí) más de lo que nos gastábamos en desayunar, comer y cenar en el sudeste asiático cada día. El autobús que nos llevó desde Heathrow a Gatwick nos costó aproximadamente lo mismo que el vuelo de Bangkok a Chiang Mai o el de Kuala Lumpur a Vientiane. Ya en Barcelona, la primera cena en restaurante , el equivalente a una semana de alimentación. Sólo la botella de agua costó más que una noche de hotel en Laos. Aún no hemos hecho el ejercicio de calcular el "presupuesto diario de Barcelona", pero creo que lo haremos. Por supuesto, los precios europeos son algo que conocíamos de sobra, y precisamente por eso nos ha sorprendido más el impacto que nos ha causado experimentarlos de nuevo. Dan ganas de encerrarse en casa y salir sólo para comprar arroz.
b) ¿Por qué hay tantas cosas en casa?
En nueve meses hemos necesitado sólo lo que llevábamos en la mochila. Es verdad que nuestras mochilas no eran precisamente ligeras y que las hemos ido reformateando según la necesidad del momento, pero la cuestión es que con sólo abrir una cremallera podías acceder a todo lo que necesitabas en cada momento, de tal forma que el cerebro ya sólo quería lo que había dentro de la mochila, y el resto ni lo contemplaba. En los últimos países que hemos visitado tampoco había nada más, así que nuestra cabeza se había ido vaciando de muchos conceptos y ya sólo quedaban "ropa", "agua", "cama", "autobús", "restaurante", "cámara de fotos", "internet", "impermeable", "camino", "cucaracha", "mirinda", "mosquitera"... y muy poco más. De repente llegamos a casa, supuesto oasis de paz y tranquilidad, y nos la encontramos abarrotada de objetos, tantos que nos agobian. Y no se trata de que nosotros tengamos mucho y los camboyanos, p. ej, tan poco, el agobio no tiene nada que ver con eso. Es el sobreestímulo mental, la sensación de que con cada objeto tienes que hacer "algo" alguna vez, porque para eso deben estar ahí, y el pensamiento reflejo de que es imposible, no hay tiempo ni energía en el mundo como para prestarles atención a todos. En nuestro caso tenemos el agravante de que en casa están también Paula y David, por lo que además de nuestras cosas están las suyas, pero yo creo que el shock hubiera sido exactamente el mismo sin ellos. Una de las primeras cosas que hemos hecho al llegar ha sido despejar la habitación de invitados, llevarnos allí sólo lo imprescindible y recluirnos varias horas al día. Yo ni siquiera he sido capaz aún de sacar lo que hay dentro de la mochila.
c) Por favor, salid de mi cabeza.
Debo haber leído demasiados tebeos, porque para mi no hay una forma mejor de explicarlo. La sensación de ir por la calle y entender lo que dice todo, TODO, el mundo, es igualita a la que debía tener Charles Xavier cuando perdía el control de sus poderes y se le llenaba la cabeza con los pensamientos de los vecinos del tercero B. Muy desagradable. Y lo de que te entiendan cuando no quieres, todavía más.
d) ¿Por qué está todo el mundo enfadado?
Lo notas en todos lados. Los niños lloran a la mínima, la gente anda con cara agria,en las aceras te empujan si no te apartas a tiempo y los camareros te miran con cara de perdonavidas si tardas dos segundo más de la cuenta en decidir lo que quieres desayunar. La agresividad está en todos lados, pero lo de los medios de comunicación es especialmente insoportable. Poner la tele es como abrir la puerta de un siquiátrico en el que sólo hay violencia, desastres, crisis y mala baba. Da la sensación de que el armagedón está al caer y de que no hay ningún futuro posible, así que para que colaborar con el prójimo. El contraste con el civismo, la ilusión y la confianza en el futuro que tienen en casi todos los países donde hemos estado es muy grande, y muy difícil de entender. Aquí lo tenemos todo o casi todo, y no nos jugamos morirnos de hambre si no hay buena cosecha, sino mudarnos a un piso más pequeño o más lleno, cambiarnos de ciudad, tener que trabajar más horas o dejar de irnos de vacaciones cada año, pero parece que el miedo a cualquier pérdida o cambio nos paraliza totalmente. Cuando las chicas del Carrefour nos tiran la tarjeta a la cara cerramos los ojos y nos acordamos de Japón.
e) No tengo ni idea de lo que tengo que hacer hoy, y de todas formas si lo supiera no tendría ganas de hacerlo.
A ver que tal la semana que viene...