domingo, 30 de marzo de 2008

Videos y posesiones

Al parecer la empresa que nos alojaba los vídeos (Stage6) ha quebrado y ha dejado de estar operativa, por lo que la mayoría de vídeos del blog ha dejado de funcionar. Los nuevos los estamos colgando en YouTube, que tiene mucha peor calidad pero al menos no parece que vaya a cerrar en breve. Con los viejos no sabemos que haremos, porque son muchos megas y por estos mundos hay muy poquito ancho de banda.

De momento hemos subido un pequeño vídeo de las posesiones de Wat Bang Phra a YouTube. Lo ibamos a añadir al blog, pero entretanto descubrimos esta maravilla



y nos ha dado tanta vergüenza la comparación que hemos puesto el suyo. El autor es Raül Gallego, un foto/videoperiodista de Barcelona instalado en Bangkok y que, por los trabajos que tiene en su página personal y su curriculum, parece un auténtico fuera de serie. Aún así el sonrojo no nos lo quita nadie. Por otra parte, para nosotros es muy útil e interesante ver como otras personas han retratado el mismo evento que nosotros, especialmente cuando los resultados son como los de Raül.

Cursos de cocina en Chiang Mai

En Chiang Mai hace muchísimo calor y el sol está cada día más rojo. Según los periódicos las dos cosas son culpa del calentamiento global y de los múltiples incendios que se suceden por las montañas de la zona, que llenan la atmósfera de cenizas. Hasta la Reina, que aquí es mucho decir, se ha interesado por el tema y ha encargado al ejercito que se mire un poco el tema a ver si lo apaña. Con los incendios igual sí, pero con el calentamiento global no creo que puedan. Por cada país que pasamos nos dicen lo mismo, que el clima se ha vuelto loco en los últimos años. En Australia nos perseguían las inundaciones, en Japón la época de lluvias duró un mes más de lo habitual, y en Malasía desde hace cinco años no son capaces de predecir cuando empiezan y acaban los monzones. Aquí parece que hace más calor del que ha hecho nunca, y nosotros nos las vemos y nos las deseamos para movernos en esta sartén. Y hablando de sartenes, yo ya me he hecho mis clases de cocina tailandesa.


No han sido más que unas horas en una de las muchísimas escuelas de cocina "para turistas" de Chiang Mai, pero me ha valido para ver como funciona el tema, y para decidir que no merece la pena hacer más. Los cursos están orientados a gente que o bien no ha cogido una sartén en su vida o bien no ha probado nunca un curry, o bien las dos cosas a la vez. Te vienen a buscar al hotel en una furgo, te llevan al mercado de frescos y te pasean por los puestos para comprar algunos de los ingredientes necesarios para realizar los platos de ese día. La profesora se asegura de que cada turi-alumno hormigas guarde en su cesta al menos un ingrediente para que tenga la sensación de haber comprado él, y de explicarte que en Tailandia se utiliza mucho el chili y el ajo. De las crisálidas o huevos o lo que sea (ver foto de la derecha) de hormiga que vendían en el puesto de al lado de los ajos no comentó nada, pero la verdad es que los participantes tenían tan poco entusiasmo que ni los vieron ni mucho menos preguntaron acerca de ellos. Del mercado nos llevaron a las instalaciones de la escuela, sitas en un pueblecito a las afueras de Chiang Mai, muy bonitas y funcionales, en plan campestre. Allí trabajaban cuatro o cinco personas más que se encargaban de ir preparando los alimentos y de limpiar los utensilios que nosotros ensuciábamos. Durante la primera parte del curso fuimos diez estudiantes, pero sólo quedamos cuatro para los dos últimos platos debido que los otros seis habían pagado una tarifa reducida y sólo tenían derecho a los cuatro primeros. La clase la formábamos tres holandeses, tres ingleses, dos noruegas, una australiana y yo. Los holandeses/as venían en un tour con otros cuarenta más, y el resto participaban en un taller de cocina asiática que les llevaba por cursos de distintos países del continentes, desde Japón hasta Tailandia pasando por Hong Kong y no se cuantos más. A priori un viaje muy chulo, pero de todos ellos sólo a uno le gustaba el picante, así que no se si se lo pasarían muy bien o aprenderían algo. Creo que la mayoría no había probado nunca hasta ese día un plato tailandés.


grillos


Grillos con ¿cucarachas? Delicias del norte de Tailandia.


Aunque yo tampoco puedo hablar mucho, porque siendo vegetariano tampoco seguí las recetas originales. Por si alguno está en mi situación, dos pistas. Primero, sustituir en todas las recetas la salsa de ostras por salsa de setas, que tiene consistencia y características parecida. Segundo, sustituir la salsa de pescado por salsa de soja. Y por supuesto, en lugar de carne o pescado, tofu, pero eso es lo de siempre. Por cierto, en los curries siempre ponen pasta de gamba o salsa de pescado, así que aunque los pidais vegetarianos en el restaurante es difícil que lo sean de verdad, ya que la pasta de curry la tienen hecha de antemano. En el curso, en el que no enseñaban a hacer la pasta y te la daban ya hecha, tuvieron el detalle de hacerme una de curry verde vegetariana especial para mi, pero por desgracia no estaba muy buena. El resto de platos sí salieron buenos, especialmente el arroz glutinoso con mango y los rollitos de primavera vegetales. Durante la primera parte del curso fue difícil hacer algo más que seguir los pasos que nos indicaba la profe. Los platos tailandeses se hacen en cinco o diez minutos, y siendo diez personas no daba tiempo a preguntar nada sin que se te quemase el wok, así que... Por suerte en los descansos, y sobretodo cuando nos quedamos cuatro, la cosa fue más interesante y tuve tiempo de preguntar. Lo de los huevos de hormiga al parecer es típico y super normal en la cocina del norte, al igual que los gusanos secos o las polillas gigantes. La cocina norteña se caracteriza por usar insectos y plantas autóctonas de la jungla que ni siquiera tienen traducción inglesa y al parecer los huevos de hormiga se usan principalmente en sopas, por si alguien se lo preguntaba. No os asustéis, que también aprendí cosas más normales que utilizaré cuando vengáis a cenar a casa, como que en la cocina tailandesa se usa mucho más el azúcar que la sal. Esta última sólo se usa en algunas sopas, ya que el sabor salado lo aportan la salsa de soja o de pescado que se añade a casi todos los platos.


gusanos ¿Unos gusanitos fritos para abrir el apetito?


En resumen, una mañana entretenida, pero a nivel gastronómico muy básica. Vinimos a Chiang Mai esperando encontrar una gran gama de cursos y actividades culturales y nos hemos encontrado sólo con la versión turística de los mismos. Carol se interesó por uno de lengua y cultura Thai, pero en el centro cultural le dijeron que sólo los daban cuando había muchos alumnos (no era el caso), y que lo normal eran clases privadas, que nos merecieron poca confianza y eran muy caras. En ese sentido, el curso de masaje del Wat Po en Bangkok, pese al precio, me pareció mucho más interesante y serio. Serio a la tailandesa, claro. Quizás el error ha sido no acudir a preguntar directamente a la universidad de Chiang Mai... quizás la próxima vez.


martes, 25 de marzo de 2008

Comentarios sueltos.

Chiang Mai.

Es la segunda ciudad más grande de Tailandia, con casi dos millones de habitantes, y para los tailandeses representa la esencia del país. A diferencia de Bangkok, es sumamente tranquila, e igual templodonaldque Bangkok está repleta de mercadillos, hasta tal punto que Carol no pudo dormir bien después de visitar el gigantesco mercado dominical de antesdeayer. Lo que más nos ha alucinado de la ciudad es que, por algún motivo que desconocemos, aquí el sol se pone rojo como un tomate a partir de las 5 de la tarde, cuando todavía está muy alto. La luna crece también muy roja, y sólo cuando está muy alta toma su color normal. Nunca habíamos visto nada parecido, y para variar no sabemos que explicación tiene.

 

Los dineros.

La gestión del presupuesto se nos ha desmontado por completo. Antes teníamos que preocuparnos  por lo que gastábamos en alojamiento, comida y transporte, pero ahora son gastos casi secundarios. En Chiang Mai estamos pagando 2,5 € por cabeza para dormir en habitación doble con ventilador, ducha y wireless, y otros 5 o 6 en restaurantes con entrantes, segundos, zumos y algún que otro postre. Podrían ser algunos menos, pero ya son gastos casi despreciables. Ahora tenemos que controlar lo que nos gastamos en compras, masajes, cursos y excursiones, que suben mucho más. Si cuando estábamos en los países caros conseguíamos con mucho esfuerzo no alejarnos del presupuesto marcado ahora nos pasa exactamente lo mismo, que no hay manera de alejarnos por debajo. Es todo tan barato que al final gastamos mucho :) 

 

El rey de Siam.

Phra Chaoyuhua Bhumibol Adulyadej, el Grandioso, es el rey mundial que más años lleva en el cargo, y por lo que parece también es uno de los que más admiraciones despierta entre sus súbditos. A ojos de los tailandeses es a partes iguales un santo y un super-héroe, y no hay casa, tienda o calle que no tenga por lo menos una foto suya. En realidad toda la familia real recibe veneración casi divina, y ahora que acaba de morir la hermana del rey todo el país está de luto y millones de tailandeses acuden a los templos a mostrar sus respetos. En las tiendas de recuerdos venden todo tipo de fotos y estampitas del regente, incluidas las de su etapa de monje y de estudiantes gafotas. No sabemos muy bien si el señor se merece tanto respeto, pero lo cierto es que hace unos meses hubo un golpe de estado para echar a un gobierno corrupto y aquí parece que nadie pestañeó porque el rey seguía estando ahí, y en nada volvieron a organizar elecciones. También nos han contado que la reina es famosa porque ayuda personalmente a los más necesitados, como en los cuentos de hadas. El respeto por la casa real es tan grande que la ley prohibe expresamente pisar los billetes para no mancillar la imagen del rey que aparece en ellos. En los billetes, por cierto, suele aparecer con una cámara de fotos de la que no se separa nunca. La publicidad que le ha hecho a Canon no debe tener precio...

 

Cucarachas.

A lo largo del viaje estamos teniendo mucha suerte con los avistamientos de fauna salvaje. Hemos visto koalas, delfines, possums, tortugas, focas, leones marinos, pingüinos de ojos amarillos, tiburones y otros bichos relativamente poco frecuentes. El problema es que los sentidos se nos han acostumbrado a la vida natural y vemos hasta lo que no queremos ver. Cucarachas hay en todos los países y ciudades que hemos visitado, aunque a veces nos da la sensación de que sólo las vemos nosotros. El otro día estuvimos cenando en un restaurante aparentemente limpio, en el superturístico barrio de  Kao Sahn, en Bangkok, al lado de un ejemplar de tamaño considerable. El bicho estaba intentado decidir si sentarse en nuestra mesa o zambullirse en el pastel de 20 cumpleaños de la guiri de la mesa de al lado, en la que nadie le prestaba atención. Como nos daba rabia que nadie más la viera nos esperamos un rato a ver si saltaba al pastel, pero al final no pudimos soportar la tensión y nos chivamos a la camarera, que entre risas la aplastó con el menú y acto seguido le rompió el cuello con el canto del mismo. El resto del restaurante, guiri en su totalidad, se giró a ver que pasaba, pero siguió cenando como si tal cosa. El menú también quedó en la mesa de al lado, como si tal cosa. Y nosotros nos levantamos, pagamos, y saltamos sobre el cadaver de la cucaracha, que seguía allí, para irnos a dormir como si tal cosa. En esos casos hacemos como que no pasa nada, pero el subsconciente lo graba todo. 

 

Chiang Mai a la hora de comer.

La mayor parte de la gente que visita Chiang Mai lo hace por un tiempo muy limitado. Aquí se viene a ver mercadillos, fábricas de artesanía y a visitar las montañas y tribus de los alrededores, normalmente como parte de un tour organizado por toda Tailandia. Así que los turistas sólo tienen tiempo de salir a la calle por la noche, que por otra parte es cuando refresca y mejor se está. A mediodía no se ve un alma, y muchos restaurantes están cerrados o desiertos. De eso nos hemos dado cuenta tarde, claro, y hoy nos ha pillado por sorpresa, así que tras un rato buscando restaurante en los alrededores del templo que estábamos visitando nos hemos metido aleatoriamente en la pizzeria "Il Forno". Allí nos esperaban dos camareras aburridas, un pizzero que descansaba al lado del horno de leña, inmaculado y aparentemente apagado, y cuatro o cinco mesas desiertas.  El restaurante se anunciaba como "the real slow food". Dudamos un momento, pero como no se veía ningún otro sitio cerca, nos sentamos. Tras leer una extensísima carta nos decidimos por unos espaguetti carbonara y unos ravioli vegetarianos. El pizzero puso cara de decepción, y las camareras, tras tomar nota, se retiraron hacia el interior de la cocina. Al cabo de un rato vino una de ellas para decirnos que mis ravioli se habían acabado y que si no prefería una pizza. En esas nos dimos cuenta de que el pizzero, que andaba entreteniéndose con un trozo de masa y mirándonos de reojo, era manco.

Aunque me picaba la curiosidad por saber como podía hacer la pizza con un sólo brazo, deje que decidiera el hambre y me pedí otros carbonara con la esperanza de que la comida no fuera tan slow como prometía el cartel. La camarera se volvió a retirar y el pizzero, decepcionado, volvió a su aburrimiento. Al cabo de un rato entró un hombre con pinta de chino y de jefe (por lo que hemos visto en casi toda asia los dueños de los negocios suelen ser chinos) y se puso a hablar con el pizzero manco. Este nos miraba y le decía algo al otro de unos espaguetis  y nos señalaba con su único brazo. El chino hizo una llamada con su móvil y al cabo de nada se fue. Yo ya me estaba imaginando que tenían la cocina cerrada y estaban intentando revendernos los espaguetis de algún restaurante cercano, o llamando a casa para ver si la mujer tenía fideos en la nevera. Pero no debió conseguir ni lo uno ni lo otro, porque a los dos minutos volvió a salir  la camarera y nos comunicó que, por motivos  ajenos a su responsabilidad, de la extensísima carta sólo podíamos pedirnos una pizza. Como teníamos hambre pero veíamos que la cosa no iba a acabar bien nos pedimos una única pizza cuatro estaciones para compartir. El pizzero, entusiasmado, empezó a amasar con su única mano y las camareras trajeron unos cuantos tappers con los ingredientes, que dejaron a disposición del chef. Una vez éste acabó de amasar, y bajo la paciente e inactiva mirada de las dos camareras, fue colocando uno a uno todos los ingredientes encima de la masa. Tardó por lo menos diez minutos, durante los cuales yo me pregunté varias veces por qué las camareras y el pizzero no intercambiaban los papeles. Al acabar, el pizzero se lavó la mano, quizás para despejar dudas, y mojó el horno de leña, que yo pensaba equivocadamente que era sólo de decoración, para comprobar la temperatura.  Como marca la teoría, en dos minutos la pizza estaba hecha. Resultó ser una de las pizzas más buenas que he probado en la vida, y eso que, como mi ex-tripa puede atestiguar, he probado muchas. Menudo sorpresón. Cuando ya acabábamos llegó otra camarera en silla de ruedas y ya empezamos a darnos cuenta de que además de que la comida era buenísima el restaurante tenía una sensibilidad especial hacia los discapacitados. Nos lo hemos apuntado para ir a cenar cuando tengan la cocina abierta del todo, porque promete.

 

Chiang Mai a la hora de cenar.

Después de cenar en el hostel por menos de un euro me he ido a buscar a Carol al mercadillo. Ella no había comido nada aún, así que nos hemos metido a picar algo en el restaurante "Grumferhosserssstrumpfer & Antoñio´s", que como su nombre indica es un restaurante de auténtica comida belga y española. La "Ñ" de AntoÑio es prueba más que suficiente de la autenticidad. Las camareras tailandesas llevaban un gorro claramente tirolés, y saludaban en el idioma del cliente con un grado de acierto bastante elevado. Como los precios eran desorbitados, es decir, propios de Europa, Carol se ha conformado con una tortilla de patatas y un pan con tomate. Según Carol la tortilla era exactamente igual que las que te ponen en los bares de Barcelona. El pan con tomate, en cambio, estaba bastante bueno. Al salir nos dijeron "adiós adiós, vuelvan mañana", pero no se quitaron el sombrero tirolés para saludar, lo que nos pareció una falta de educación. No creo que volvamos.

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Antoñio, el Zelig Tailandés, en la puerta de su restaurante.

El tren de las 8:30 Bangkok - Chiang-Mai.

Dicen que es un tren que vale la pena coger pese a las 12 horas que oficialmente dura el trayecto. Nosotros compramos los billetes y llegamos más que puntuales a la estación, a eso de las 8 de la mañana. Llegamos tan pronto que pudimos asistir a la retransmisión por megafonía del himno nacional de Tailandia, durante el cual toda la estación se queda congelada. Pero el tren no apareció. En el andén número 13 estaba el cartelito que anunciaba el tren y que coincidía con lo que ponía el billete, pero allí no había nadie, ni pasajeros esperando, ni revisores, ni tren ni vagones.  Cuando ya había pasado media hora de la  salida teórica nos dedicamos a preguntar por allí si alguien sabía que había pasado con el tren. Tres preguntas más tarde nos enteramos de que el tren se había cancelado sin más ni más. Por lo que nos dijeron, tenía algo que ver con las obras  del AVE de Barcelona, aunque no pudimos entender muy bien los detalles. Nos devolvieron el dinero y nos fuimos directos a un ciber a comprar un billete de avión por unos 30 euros cada uno. Así no hay manera de dejar de volar.

domingo, 23 de marzo de 2008

Galletas Tailandesas y visita al templo del tatuaje Wat Bang Phra.

Estamos en el aeropuerto viejo de Bangkok (Don Mueang o algo así) haciendo tiempo hasta que salga nuestro avión para Chiang Mai e intentando entender como se nos han podido pasar tan rápido los diez días de Bangkok.

Los últimos días los hemos pasado en Khao San Road, que es el epicentro mochilero de Bangkok, un micromundo en el que hay más suecos y australianos que tailandeses y donde se venden cubatas por la calle en cubos de playa. En esta zona los tailandeses llevan el pelo a lo afro y los occidentales usan sarongs y llevan rastas. De fondo suena constantemente Manu Chao, DJ Tiesto, Celine Dion y las ranitas de las vendedoras de recuerdos, todo a la vez y con algunos decibelios más de los necesarios. Como nosotros seguimos queriendo dormir por las noches, nos buscamos una habitación en una calle cercana, y sin muchos problemas dimos con una de a 10 €  en el "K.S. House" que no estaba mal del todo, tenía Wi-Fi, aire acondicionado y lavabo en la habitación. Y pudimos dormir sin muchos problemas. Desde ahí nos organizamos las visitas de los últimos días, entre las que destacamos la noche del Thai Boxing y sobretodo la visita a las ceremonias del templo del tatuaje en Wat Bang Phra, ésta última gracias a un super-chivatazo de Isabel, "ella" del blog El y ella on the trail, que a diferencia del nuestro cuenta un montón de cosas interesantes.

thai-boxing

Lo del Thai Boxing lo teníamos pendiente de nuestra anterior visita a Bangkok, y esta vez no se nos ha escapado. Nos dimos un paseo desde Khao San hasta el estadio cercano, que es donde hacen los combates el jueves, y compramos las entradas en la misma puerta. Nos habían recomendado las entradas de tipo medio, que salen a unos 20 € cada una, nada baratas. Los locales suelen comprar las de gallinero, y los turistas muchas veces las de ring, que son bastante más caras y desde las que no creemos que se vea mejor, ya que están por debajo del ring. La disposición del estadio es similar a una plaza de toros, y la ventaja de las de tipo medio es que puedes campar libremente por toda la tribuna, que está semidesierta (al menos el día que fuimos nosotros), y elegir el mejor punto de vista para seguir el combate y el ambiente en el gallinero, que es casi igual de interesante. La verdad es que no sabíamos muy bien que íbamos a ver. Teníamos la referencia de las películas del Van Damm y de alguna guía antigua que explicaba que los combates eran muy sórdidos y el clima muy violento. La verdad es que no nos pareció para nada que fuera así. Para empezar los luchadores eran minguis de entre 45 y 55 kilos, con cara de chavalucos  y comportamiento aparentemente deportivo. Se saludaban al empezar y al acabar el combate,  y cuando salían de la ducha se apuntaban a ver los siguientes encuentros como si tal cosa. Eso sí, se daban unas galletas de cuidado que se oían desde la tercera gradería pese a los gritos de los fans y los apostadores. Ni la música de fondo de la orquestilla, que ponía tensión a medida que avanzaba el combate, acallaba el ruido  de las patadas que se arreaban en las canillas, que a nuestro parecer debían doler tanto al que las daba como al que las recibía. Cuando alguno fallaba la patada y se iba al suelo o cuando recibían dos o tres tollinas seguidas daban un poco de lastimilla, pero más por la vergüenza que debían estar pasando que por el dolor, que no parecía que les importara mucho. Vimos cinco o seis combates, tiramos unas cuantas fotos y nos fuimos para el hostel demasiado tarde como para encontrar un restaurante abierto, así que cenamos nuestros ya habituales bollos de pandan del Seven Eleven.

Esa misma noche recibimos un mail con el chivatazo de Isabel, que nos avisaba de que a finales de Marzo se  celebra un festival del tatuaje en un templo cercano a Bangkok. Por lo visto los fieles van allí a tatuarse totems animales y durante la celebración entran en éxtasis y son poseídos por el espíritu del animal elegido. Tenía una pinta genial, así que investigamos un poco por Internet y vimos que el festival era justo este mismo sábado, o por lo menos eso afirmaba un occidental en un foro de viajes. También leímos que Angelina Jolie había acudido al templo a hacerse un tatuaje, aunque más concretamente fueron los monjes los que se desplazaron hasta el hotel de cinco estrellas donde se alojó para tatuarla. Y si ni Lara Croft se atreve a ir a un templo es porque debe ser muy muy peligroso. Recurrimos a la chica del hostel para que nos confirmara si era ese día y como podíamos ir hasta allí, pero ni conocía el templo ni mucho menos lo del festival. Llamó al templo para preguntar y al colgar nos dijo "¿Estáis seguros de que queréis ir ahí? Se ha puesto un monje, pero no parecía muy amistoso.". Total, que nos quedamos con la duda de que fuera ese día y en el sitio previsto. Según nos había avisado Isabel valía la pena ir por la mañana a primera hora para ver las posesiones, y eso suponía pillar un taxi en Bangkok a las 5 de la mañana aproximadamente. Contratamos uno con el hostel para el día siguiente y cruzamos los dedos. En el intervalo nos fuimos a ver el Palacio Real, que también lo teníamos pendiente desde la anterior visita a Bangkok. Muy bonito, y muy grande. Nos recordó a Marina D'Or pero con mucho más calor y más o menos los mismos guiris.

El día siguiente fue uno de los más divertidos del viaje. Nos levantamos a las 4 y pico, nos recogió el taxista a las 5 y cuando salía el sol llegábamos a Wat Bangpra Tambol Bangkaewfa Amphor Nakornchaisri Nakornpathom, que era la dirección completa del templo. Yo me imaginaba que llegaríamos a un templo perdido en la montaña y totalmente desierto, que el taxista se iría y a nosotros se nos comerían las serpientes antes de que alguien nos sacara de allí. Pero no. El templo estaba rodeado de chiringuitos y había hasta policías desviando el tráfico, así que tenía pinta de que efectivamente fuera a haber una celebración. A las seis y media de la mañana había unos cuantos monjes, unos cuantos chiringuitos y cien o doscientas personas deambulando por los alrededores mientras un señor con un micrófono soltaba discursos con un megáfono desde el altar del templo. La primera posesión nos pilló por sorpresa. Un tío gordito levantó la mano como diciendo "aquí aquí, que me viene la posesión" y se puso a rugir. Acto seguido se puso en pie de un salto y se fue corriendo como una exhalación hacia los voluntarios que se habían ubicado a los pies del altar. Estos iban de rojo, que como todo el mundo sabe es el color que atrae a las bestias, sean estas reales o imaginarias. Los seguratas bloqueaban al poseso antes de que alcanzara la tribuna y le pegaban un par de tirones de oreja, devolviéndole a su ser al instante. Una vez desactivado el poder del tatuaje, el tailandés volvía cabizbajo a su asiento en la plaza y se volvía a concentrar a ver si le poseían otra vez. Al principio eran casos esporádicos, pero a medida que avanzaba la mañana, la frecuencia de las posesiones aumentaba. El estilo dependía del animal tatuado, que solía ser un tigre, lobo, elefante o toro, los más peligrosos porque atacaban a lo bestia y en línea recta. Pero había otros muchos: gallinas, monos, caracoles o gusanos... muchos de ellos difíciles de identificar. A los tailandeses los tatuajes se les dan bien, pero deberían ver más el National Geographic. Unos apuntaban con los cuernos, otros rugían, otros se la pegaban con los feligreses antes de llegar al altar, y otros se desposeían solos antes de ponerse a correr, pero todos avisaban muy educadamente con la mano en cuanto notaban que les venía la posesión, y algunos hasta se iban colocando estratégicamente por los pasillitos para no pisar a otros poseídos en su estampida. Pese a todo, en algunos momentos había tal concentración de posesos que cuando uno se empezaba a levantar ya había otro que había salido a la carrera y le robaba la atención. Al parecer no hay nada que odie más un poseso que que le roben la atención, así que los guantazos animales y los combates gallina-elefante o tigre-aguila no fueron nada raros. Los fieles, que a media mañana ya eran miles y no dejaban ni un centímetro de suelo libre, asistían a las posesiones con fe y risas a partes iguales, y cuando el poseso de turno se pegaba el gran guarrazo en su carrera hacia el altar, se escuchaba un "ooooh" generalizado muy significativo.

El ambiente (como os podéis imaginar si no residís en Burgos) era una mezcla entre el Festival de Benicassim, la misa del Domingo (que a todo esto, en el altar los monjes iban dando sus sermones), y las tradicionales vaquillas. Hasta los monjes iban con sus cámaras de fotos para inmortalizar las mejores posesiones. La verdad es que fue increíblemente divertido a la vez que interesante. Por una parte nos lo pasamos pipa tirando fotos y esquivando posesos, y por otra fue muy curioso comprobar como, de una u otra forma, se repiten patrones similares en casi todas las culturas. En medio de una ceremonia budista digamos, moderna o light, se estaban utilizando totems y drogas (no averiguamos cuales, pero era evidente) de una forma muy parecida a como se hace en culturas más primitivas. Nos pareció que muchos de los posesos, casi todos jóvenes, ya tenían pintas bastante raras de por sí, e iban en pandillas que a nuestros ojos tenían "mala pinta". A muchos se les notaba deseosos de llamar la atención y de estar más poseídos que los demás. A mi personalmente me recordaban a los más brutos del pueblo en las fiestas locales, a los más desfasados en las discotecas o a los seguidores más radicales en los partidos de fútbol, todos dispuestos a hacer las mayores burradas por pertenecer al clan, en este caso al clan del animal elegido. En fin, que en todos sitios cuecen habas, aunque aquí suelen ser de soja.

Tras varias horas de fotos (las de Carol desde dentro de la acción), vídeos (desde detrás del burladero), sol abrasador y algún que otro topetazo del vaquilla de turno nos fuimos de vuelta a Bangkok en dos o tres autobuses enlazados. Un día agotador, pero muy muy interesante. Ahora nos vamos para Chiang Mai, pero ya nos hemos programado otros cuantos días en Bangkok y alrededores a la vuelta porque nos quedan infinidad de cosas por hacer aquí.

wat-bang-phra

sábado, 22 de marzo de 2008

Bangkok: popurri de gafas, malaria y mercadillos.

  Estos días, con Alberto haciendo su curso de masaje, yo tenía pensado dedicarme a hacer compras y a darme masajes a partes iguales. Ah, y a ha cer unos recadillos en los tiempos muertos. Pero no sé cómo al final los deberes se me han comido el tiempo y aunque he comprado como una campeona y me he dado un par de masajes, me he quedado diciendo "ya?? pero ya nos vamos de Bangkok??? arggg".  Menos mal que volveremos por aquí en una semanas.

khao-sanEntre las tareas pendientes tenía hacerme unas gafas. Las mías se quedaron en algún sitio de Cairns y desde entonces ando leyendo con unas pregraduadas malísimas. Había oído que en Tailandia salía barato hacerse unas así que me he recorrido media ciudad buscando los mejores precios. Al final he acabado comprando una montura por un lado y los cristales por otro. Total 48 euros, con cristales anti-reflejos extradelgados y montura de buena calidad. Por unos 15 euros tienes unas con montura de peor calidad (aunque hay diseños muy chulos) y cristal blanco. Por cierto, en las ópticas también hay que regatear: donde me las hice le dije al óptico, por si colaba, que en otro lado me las hacían por 6 euros menos y me bajó eso el precio. La flexibilidad del precio farang, ejem.

Mi tarea número dos era visitar un médico de medicina tropical en Bangkok. Cuando en mayo del año pasado nos vacunamos en Barcelona pedimos consulta para saber si debíamos o no tomar algún fármaco antimalaria. La doctora que nos recibió no estaba demasiado a favor de las drogas antimalaria y nos recomendó consultar algún doctor en Bangkok cuando tuviéramos el itinerario un poco más definido. Añadió que en Bangkok nos podían aconsejar mejor que ellos en Barcelona.

Al llegar aquí me he acercado a la Travel Clinic, relacionada con la facultad de medicina tropical. Me ha visto un médico en consulta y tras explicarle que vamos a Laos (selva), Vietnam, Borneo, Camboya y China y repasar las zonas que visitaremos en cada país me ha dicho que no nos tomemos nada. Que ellos sólo recomiendan llevar medicación de emergencia a gente que pasa mucho tiempo en sitios muy remotos en la selva y que viajan solos. Que el riesgo de contraer malaria en esos países en las zonas que visitamos los turistas (y viajeros), incluidos los treks organizados, es tan bajo que no merece la pena exponerse a los efectos secundarios de la medicación. Y que si en el peor de los casos nos infectábamos, en todos esos sitios podían tratarnos. Para probar lo que decía había un cartel enorme sobre su cabeza en el que se leía que del 2000 al 2005 sólo habían tenido 21 casos de malaria de viajeros en el hospital y 5 de ellos sospechaban que la habían contraído en la India.

Además de ese cartel por toda la clínica había otros que decían que no había que tomar la profilaxis de la malaria en ninguna zona de Tailandia porque el tipo que tienen aquí es resistente a las drogas que prescriben. Al leerlos me acordaba del médico que en nuestra primera visita a Tailandia nos encasquetó una caja de doxiciclina a cada uno, asegurándonos que era indispensable que la tomásemos. Al final nunca llegamos a tomarla, pero cuánta gente hay que viene de vacaciones unos días a Tailandia y se los pasa aguantando los efectos secundarios de una medicación que no necesita?zapatillas

Algún otro recado más he hecho que ha reducido el tiempo de compras a dos días. Grmff. Los dos los he pasado en Chatuchak, o la madre de los mercadillos. Dos días andando, 7 kilos de compras y no me lo acabé. El primer día hacía muchísimo calor y cada media hora paraba a tomar algo. El mercado está lleno de puestos de comida donde te puedes sentar a ver pasar al ciego que canta, al que lleva el cerdo disfrazado de leopardo, al que se ofrece para encontrarte lo que sea en el mercadillo y por supuesto también a tailandeses y turistas cargados de bolsas hasta las cejas. También son ideales para socializar  así que acabé comiendo con unas coreanas muy simpáticas que andaban también emocionadas con el mercadillo. 

cerdoChatuchak es tan grande y la gente compra tanto que hay puestos que sólo se dedican a vender maletas de hule para que te puedas llevar todo lo que has comprado. Entre que todo es muy barato por ser Tailandia y que tienen los mejores precios de Bangkok en muchos artículos te dan ganas de llevarte 4 de cada cosa que compras. Es una maratón del regateo. Como es tan grande y una misma cosa la tienen en varios sitios conviene hacer una vuelta de reconocimiento y regatear sabiendo que si el de ese puesto no baja más aún puedes probar suerte en el de al lado. Y siempre tener muy claro cuánto estás dispuesto a pagar. En cualquier caso viniendo a Bangkok merece la pena planificárselo para poder dedicar un día a Chatuchak, aunque las compras de artesanía es mejor dejarlas para el norte.

huevos

domingo, 16 de marzo de 2008

De vuelta al cole (y a los masajes)

Las vacaciones de Krabi se nos han acabado, y ya estamos en Bangkok siguiendo con nuestro aprendizaje asiático acelerado. Esta escuela más que para aprender nos sirve para darnos cuenta de las muchísimas cosas que no sabemos y que antes no sabíamos que no sabíamos. Por ejemplo, no tenemos ni idea de como funcionan las mareas, ni los monzones, ni las fases de la luna, ni por qué en Bangkok, que está más alejado del ecuador, hace muchísimo más calor que en Singapur. Se supone que en EGB nos enseñaron todas esas cosas, ¿no? Pues ni idea. A ver si algún lector listorro nos pone al día, que a nosotros no nos da tiempo. Ahora mismo estamos totalmente thaimcdonaldscentrados en el mundo de los centros comerciales, los masajes y, cuando hay tiempo, en los misterios de Borneo, destino cercano del que ya nos hemos leído unos cuantos libros (básicamente Carol, que es la que se sacó el graduado escolar), a cual más espeluznante. Supongo que cuando vayamos para allá ya los comentaremos.

Yo de lo único que os puedo hablar ahora es de mi curso de masaje Tailandés, que me tiene muy ocupado. Si a alguien se le ha escapado un "haleee masaje tailandés, que gustazo" ya os aviso que seguramente ha cometido el mismo error que yo. No es un curso para recibir masajes, sino para darlos, así que el gustazo será para otros, pero nunca para uno mismo. Yo por lo menos llevo 3 días con agujetas por todo el cuerpo, desde las puntas de los dedos hasta las puntas de los pies. Tengo agujetas hasta en el dolor de la costilla. Aún así, el curso es totalmente recomendable. Pagas unos 180 € (mucho menos si tienes pasaporte Tailandés) y obtienes un curso práctico de cinco días (+5 teóricos si tienes pasaporte Tailandés) a razón de 6 horas por día. El funcionamiento es el siguiente: te presentas en la escuela oficial de masaje Wat Po (tiene las oficinas al lado del templo más famoso de Bangkok) a eso de las 8:30 de la mañana de cualquier día del año, con una tarjeta Visa y 3 fotos de carnet. A las 9 empiezas la primera de las cinco clases en las instalaciones del centro, normalmente tras una pequeña oración budista y un minuto de meditación. Cada día empieza un grupo distinto que se mantiene a lo largo de los cinco días, y cada uno tiene al menos un profesor que habla inglés. En mi caso, como ya os avanzó Carol, he coincidido con una chica medio thai medio alemana, un italiano de cerca de Napoles que es masajista y tiene un spa, la típica masajista sueca rubia de ojos azules y otras diez chicas tailandesas con las que compartimos clase pero no profesor. Los farang tenemos a la jefa de la escuela para nosotros solos, o eso hemos deducido por la edad y por la camisa de color crema que lleva, distinta de la amarilla del resto de profesores. Se llama So Phi, aunque en mi cabeza no va a dejar de ser la profesora Miyagi. Al segundo día de verme retorcer por el suelo cada vez que me tocaban la costilla dolorida me pilló por banda y así con la mirada torcida me dijo "bad muscle bad muscle" y me curó milagrosamente a base de pellizcos, gritos y dolor. La costilla todavía me duele algo, pero me esfuerzo mucho más por disimularlo no sea que me vuelva a curar otra vez.


watpoclass

Las clases son totalmente prácticas. El profe pilla a un modelo y hace una rutina una vez. A partir de ahí los alumnos repetimos la rutina unos con otros mientras la señora Miyagi nos va corrigiendo. El primer día se aprende una técnica, el segundo otras dos y el tercero las dos siguientes de un total de cinco. Los dos últimos días de clase son para practicar y en el último también se hace el examen, porque hay examen. Yo de momento y pese a mi pudor me desenvuelvo mejor de lo esperado y parece que no se me da mal del todo. Teniendo en cuenta que el buen masaje tailandés tiene que doler, yo lo estoy haciendo aparentemente bien, o eso dicen los lagrimones que sueltan mis compañeros. Giuseppe, que da masajes estilo pizzero, es el que más me sufre, pero la sueca y la tailandesa no andan muy atrás. Esta última se pasa la clase dando alaridos, pero al parecer es independiente de quien le de el masaje. Posiblemente sea porque a pesar de ser tailandesa le han hecho pagar la tarifa de guiri, y la chica anda un poco indignada. Yo de momento sólo sufro cuando me atacan la costilla, y el resto me parece mucho más suave que los masajes profesionales que me han da do hasta el momento, y aún así llego al hotel agotado, tanto del ejercicio hecho como del recibido. El ambiente en clase es muy bueno, tanto con los profesores como con los alumnos, y por lo que dicen el italiano y la sueca la calidad del curso es bastante buena, así que estoy más que contento.

thaimonk1Para llegar al Wat Po tengo que coger el sky-train hasta el embarcadero central del rio Praya y allí coger el longtail king-size que me lleva hasta el templo. La sensación es la misma que cuando iba al cole, pero ahora en lugar de en metro voy en barco y acompañado por monjes budistas. La única diferencia es que aquí los madrugones sí que me parece que merecen la pena.. En cuanto acabe este me apunto a uno de cocina Thai, que sigo pensando que es la mejor del mundo. Os dejo, que acaba de llegar Carol cargada de bolsas y con cara "de este mercado era diez mil veces más grande que el de ayer".

P.D. (me dice que después de dos días aún no se ha acabado de ver el mercado de Chatuchak)

P.D. (Como colgamos los posts cada vez que hay luna llena vamos un poco retrasados. Os avanzo que a día 18 de Marzo ya he recibido el suspenso correspondiente del Wat Po y tengo que ir otros dos días a recuperar... De los cuatro farangs sólo ha podido ir a examen la sueca, los demás a repetir!)

sábado, 15 de marzo de 2008

Bangkok por fin

princesa Después de seis días en la playa, cinco currys, doce chapuzones en la piscina, tres pancakes con chocolate y un masajito Alberto queda oficialmente recuperado. De la cara pocha con la que salió de Kuala Lumpur a la que ha llegado a Bangkok hay un abismo. La crisis ha pasado. Y lo mejor es que ni siquiera hemos llegado al "Yo mañana me cojo un avión y me vuelvo a Barcelona" o al "Que venga un helicóptero a buscarme ya mismo", que suelen culminar los momentos de máxima tensión viajera de Alberto. Es cierto que a ratos se queja de su costilla pero eso indica normalidad más que otra cosa.

La entrada en Bangkok era un objetivo en sí del viaje. Los dos teníamos curiosidad por ver si la impresión que se nos había quedado de la visita anterior se correspondería con lo que nos íbamos a encontrar. Yo la recordaba como una ciudad caótica, llena de polución y muy ajetreada y soprendentemente tenía muchas ganas de volver. Hasta que no nos dimos cuenta de que las instrucciones que nos habían dado en el aeropuerto para llegar en autobús al hostel estaban totalmente equivocadas no me acordé de la manía tailandesa de indicarte aunque no sepan el camino (Alberto dice que los madrileños hacemos lo mismo y tiene razón) y al subir al autobús nos acordamos de lo barato que es aquí todo (50 céntimos de euro hacer los 30 kms que separan el aeropuerto del centro).

El primer día lo dedicamos a hacer un recorrido por los sitios que recordábamos en Silom, la zona donde nos alojamos. Incluso volvimos a no encontrar un restaurante que no encontramos la primera vez.

futurama-panucciEn el segundo cada uno se fue por su lado. Alberto al templo Wat Pho, a apuntarse a unas clases de masaje tailandés que comenzaban ese mismo día y yo me fui con la cámara a tener un día de compras y fotos. Por la tarde nos encontramos en el hotel, molidos cada uno de lo suyo. Supongo que Alberto contará algo de su curso en su próximo post, pero yo me voy a adelantar con una primicia: le ha puesto en un grupo de trabajo con una sueca, una tailandesa y un italiano y pito pito gorgorito, le ha tocado como compañero para practicar el italiano que, según Alberto, tiene más o menos la pinta del tío del dibujo.

Mientras Alberto está en clase yo me dedico a andar y a entrar en tiendas. Ayer cometí un error que fue acabar al límite de mis fuerzas en una calle donde había 40 personas más para coger un taxi y que estaba lo suficientemente lejos del hostel como para no apetecerme volver andando pero no tanto como para que fuera una carrera apetecible para ningún taxista (me pedían una millonada por cogerme, para compensar). Ni parada de metro ni monorail cerca, ni taxi ni tuk tuk que quisiera llevarme a un precio razonable. Y además las calles colapsadas. De pronto apareció un motorista que aceptó el precio y me subió de paquete. Aquí en Bangkok es otra forma de moverse, más barata que el taxi y el tuk tuk. Ahora, después de la carrera del otro día también debo decir que no es apta para cardíacos. Llegué al hotel en 10 minutos con el pelo en plan Almodovar (casco? qué es eso) y las uñas ancladas en el reposapiés. Me lo pasé genial esquivando los autobuses y los taxis a toda leche y yendo en sentido contrario, pero por muy divertido que fuera no creo que vaya a utilizar demasiado la moto para moverme por Bangkok.

En la zona donde cogí el taxi hay un centro comercial donde pasé casi toda la tarde. Es el Indra Center. A mí me recuerda a los laberintos de las ratas de laboratorio, con sus luces fluorescentes y todo pero lleno de tiendas de ropa y artesanía a precios de risa. Al entrar todo se vuelve de un tono verduzco y no sabes si es de día o de noche. Es muy fácil perder la noción del tiempo y desorientarse, sobre todo en los que no tienen aire acondicionado, que son la mayoría. Acabas andando sin rumbo fijo entre puestos que no sabes si has pasado ya o sólo te lo parece. Para cuando has llegado a la tienda donde tienen eso tan chulo que te quieres comprar estás tan atontado que regateas con torpeza y hale, te la han clavado. Como lo cuento. Comprar en Bangkok está reservado para los más preparados: un sólo error y adiós presupuesto. Ah, y por si lo anterior fuera poco, de cuando en cuando te ponen un elefante en el camino para desconcertarte. Yo parpadeé un par de veces antes de sacar la cámara al ver al de la foto.

elefante

lunes, 10 de marzo de 2008

Vacaciones de las vacaciones en Krabi

De forma extraordinaria y para alegría de todos los lectores, este post va a ser corto. Lo prometo. No os voy a contar todos los millones de planes, vuelos y reservas enlazadas que había hecho para visitar Malasia (Borneo incluido), ni os voy a contar las depres y mosqueos que me he ido pillando cada vez que veía que los monzones o la falta de billetes se cargaban mis planes uno tras otro. Os lo voy a resumir de forma breve: me he estresado tanto que he obligado a Carol a huir de Malasia e irnos a  Thailandia, concretamente a Krabi,. De ahí tiraremos para Bangkok y Chiang Mai y desde allí volveremos a la carga con Malasia si el tiempo y mi escasa pericia reservadora lo permiten. De momento estamos en la playita una semana, en hoteles buenos o muy buenos, y con planes de no hacer absolutamente nada más que relajarnos. Esta va a ser nuestra semana de lujo asiático, avanzada unos veinte días por necesidades del guión.

De entrada nos costó un poco más de lo esperado reservar hotel en Krabi. Entre que estamos en temporada alta y que empezamos a buscar dos días antes de coger el avión (KualaLumpur-Krabi, 45 € o menos con AirAsia), las cosas se pusieron un poco difíciles. Además, los precios de los hoteles no son tan baratos como los recordábamos. También hay que decir que aquí queríamos estar cómodos, con piscina, tv por cable, etc, etc... lo que evidentemente encarece bastante la cosa. Nos estamos gastando casi todo el presupuesto diario en hoteles, y de momento estamos más que contentos. Tras tres días aquí podemos decir que ya casi hemos recuperado del todo las energías, que era el objetivo.  De Tailandia se dice de forma peyorativa que es muy turística, pero a nosotros nos tiene obnubilados. Algo tiene el idioma, la tranquilidad de la gente, la comida o el clima que te relajan nada más llegar. A diferencia de Bali, aquí los vendedores no te acosan, ni corres el peligro de caerte en un foso mientras paseas, así que lo de salir del hotel no se convierte en una ginkana sino en todo un placer. En los escasos ratos en los que salimos de la piscina nos vamos a ver puestas de sol a la playa de Ao Nang, a explorar restaurantes o a darnos un masajito.  Las aventurillas las dejamos para más adelante y por eso en este post sólo va a haber dos, y como ya he dicho al principio, breves.

La primera tiene que ver con mis costillas. Yo ya casi no me acordaba, así que imagino que vosotros menos, pero en Nueva Zelanda me fastidié una costilla mientras me agachaba a coger un bote de nocilla. Es lo que tiene el ser un intrépido aventurero, que estás expuesto a los riesgos más extremos. Como era de esperar la costilla se curó, o eso creía yo, que ya me había olvidado del tema. Pero ayer en medio de nuestro primer masaje tailandés se oyó un "crac" y me di cuenta de que muy curada no debía estar. La masajista dijo un "ooohh sorryyy", deshincó su rodilla de mi espalda y se fue a comentar la jugada con la masajista de Carol a la habitación de al lado. Mientras, yo intentaba explicarle a Carol lo que había pasado, pero entre que teníamos una cortina de por medio y que no nos oíamos debido a las carcajadas de las masajistas no nos aclaramos. No se si me la arreglaron o me la acabaron de fastidiar.

La segunda aventurilla tiene que ver con un secuestro muy agradable que sufrimos. En el primer hotel en el que estuvimos compartimos mesa y desayuno con una mujer tailandesa que andaba por allí de vacaciones con su hijo de cuatro años. Luego conocimos al marido, que era también muy agradable y que se ofreció a llevarnos a Ao Nang en su coche. Pese a que Ao Nang está a poco más de diez minutos de nuestro hotel llegamos allí cuatro horas más tarde, porque de por medio nos llevaron  a cenar a un restaurante tailandés increiblemente bueno, bonito y barato que estaba donde cristo perdió el gorro y antes de eso a un cementerio de conchas que había por el camino. El cementerio  era como una pista de baloncesto comida por el océano, pero en lugar de cemento tenía plafones formados por millones y millones de conchas fosilizadas sobre los que podías andar y llegar hasta la playa. La experiencia de este viaje me dice que allí donde hay mejillones y conchas yo me caigo, y esta vez no ha sido la excepción. En este caso fue con un resbalón lento y artístico de más de diez segundos de duración. Casi me dio tiempo de calcular el coeficiente de rozamiento del barro sobre las capas de almejas petrificadas antes de darme el costalazo. Por lo menos el barro amortiguó la caída y las únicas consecuencias consistieron en llegar al super-restaurante con una capa de lodo en el 30% de mi cuerpo. Poca cosa. Luego la cena estuvo muy bien. Los Tailandeses, que hablaban inglés con muchísima dificultad, intentaban pronunciar nuestros nombres sin éxito a la par que intentaban controlar los desmanes del vástago, apropiadamente llamado Singh (León en thai). La comida estuvo buenísima, y entre plato y plato un chico filipino de nombre Gerardo nos amenizaba con las mejores versiones de los Beatles que he oído , casi a la altura de las de nuestro cuñado David (que son las mejores de largo). Creo que es la primera vez que disfruto con un músico de restaurante. Después de la cena nos fuimos a Ao Nang en busca de un bar con músicos, pero resulta que aquí también están de elecciones y eso implica que la música en vivo está prohibida, así que nos sentamos a tomar algo y al poco nos llevaron de vuelta al hotel.

Como veis, poca cosa a contar. Vacaciones de las vacaciones :) Si echáis de menos desventuras de mayor calibre os recomendamos leer el blog de Jose On The Road. Cuando nos da la sensación de que las cosas nos van mal recurrimos a el para darnos cuenta de la potra que estamos teniendo durante todo el viaje, y también para echarnos unas risas (o unos temblores). Jose, que sepas que si vamos a alguna isla de tailandia lo vamos a hacer aterrorizados.

miércoles, 5 de marzo de 2008

La fiebre malaya

petronasEstamos en Kuala Lumpur y Kuala Lumpur está en nosotros. El caos de esta ciudad se nos ha metido en la cabeza y no sabemos hacia donde ir. Hemos llenado las libretas con fechas de monzones y horarios de aviones y trenes para asegurarnos que no nos vamos a una playa en plena tormenta ni a una ciudad cuando podríamos estar chapoteando en el mar. Ahora tenemos montones de opciones y seguimos sin saber cuál es la mejor. Probablemente acabemos en las playas tailandesas o haciendo algún cursillo en Chiang Mai para luego volver a bajar a Malasia. Tenemos casi claro que volveremos a Borneo en un mes para visitar el santuario de orangutanes, pasar unos días en un campamento en la jungla y posiblemente hacer snorkel en la isla Pulau Sipadan. Pero la Malasia peninsular se nos está atravesando y aún no sabemos para dónde tirar.

Mientras escribo esto hay como 10 hormigas que salen de entre los bordes del portátil y la pantalla, corren un rato por el post y vuelven a entrar. Miedo me da lo que pueda estar pasando ahí dentro.

Decía de Kuala Lumpur que es caótica. También es sucia y gris e invita a poco más que las visitas de rigor, que se cuentan con los dedos de una mano. Yo hoy me he ido de exploración y he dejado a Alberto haciendo los deberes. Lleva 3 semanas dando vueltas a la guía de Malasia y aún no se aclara. La lee y la relee y se deprime porque no le cuadran los monzones con los planes. Hay veces que incluso llega hasta las páginas del final, donde hablan de la malaria y la fiebre de esto y lo otro y esos días tenemos drama. Le sale la vena hipocondríaca y se le manifiestan todos los síntomas de lo que haya leído. Entonces nos pasamos la cena recordando todas la vacunas que se ha puesto, estadísticas, etc...vamos, todo el ritual anti-crisis. Esa noche se va a la cama medio convencido y al día siguiente se levanta en plan Miguel de la Cuadra Salcedo. Para matarlo.

kuala-lumpur Mi día de exploración ha acabado en una vuelta por Chinatown, una visita a las Petronas y otra a la torre de comunicaciones (desde donde está hecha la primera foto del post, que aunque no es la mejor vista de las Petronas se ve lo altas que son). Como las tres cosas están bastante retiradas las unas de las otras y no me apetecía mucho coger el monorail he podido comprobar de primera mano que el responsable de urbanismo de Kuala Lumpur efectivamente es un demente. Algo había oído pero no pensé que la mala fama le hiciera tanta justicia. La ciudad está llena de calles de cuatro carriles que los peatones han de recorrer por unas aceras inexistentes y cruzar por unos pasos de cebra que no suman más de 10 en toda la ciudad. Los kualalumpurenses se amontonan en un sitio cualquiera del borde de la calle y a la que son más de cinco cruzan a mogollón, supongo que con la lógica de que a mayor el bulto menor la posibilidad de ser atropellados. Yo me he apuntado a esta técnica y de momento me ha servido para sobrevivir un día entero.

Aparte del tráfico lo único que me ha pasado hoy digno de mención ha sido un encuentro que me ha dejado intrigada. Iba andado por Chinatown y de pronto me aborda un señor señalándome los pies "anda, qué zapatillas más chulas, dónde te las has comprado?". Explico que las zapatillas a las que se refería son unas Adidas que tienen ya cuatro añitos, varios viajes y una cantidad de roña suficiente como para señalarlas por otros motivos. Y al señor, a no ser que fuera representante de Reebok (bueno, en Malasia, donde todo es imitación, sería de Reebol), no veía yo de dónde le podía venir el interés. Tampoco parecía ligoteo porque le acompañaba una mujer de su edad, su esposa me imagino yo. Le respondo que Nueva York, me pregunta si soy americana y digo que no, que española. A todo esto, como yo me sé que en Barcelona estos "encuentros" acaban en un abrazo de más y una cartera de menos, me agarro discretamente la bolsa de la cámara. El hombre me explica que es filipino y que se llama Pepito y hablamos un poco en español. Me pregunta de qué parte de España y casualidades de la vida, de esas que sólo pasan en sitios turísticos, me cuenta que su hermana tiene un contrato en un hospital en Madrid, pero no sabe cuál. Yo me vigilo la bolsa con un ojo y a Pepito y a su acompañante con el otro. Hemos seguido charlando un rato, nos hemos deseado buena suerte y hale, cada uno por su lado. ¿Sería Pepito un Pepito malo? Pues mira que me da rabia quedarme con la duda, pero nunca lo sabré.

Por suerte antes de venir a Kuala Lumpur hemos pasado por Melaka, que es una ciudad muy tranquila. Su situación entre monzones hizo de ella el puerto más importante de Asia y la zona más multicultural de Malasia. Fue gobernada por portugueses, holandeses e ingleses en distintas épocas y todos dejaron algo. Ahora la mayoría dominante es china y no tuvimos que andar mucho ni preguntar por ahí para darnos cuenta. Están de elecciones en Malasia y en Melaka todos los candidatos sin excepción son chinos.

En Melaka nos alojamos en el hotel Ringo's Foyer, regentado por un chino de nombre Raymond. Nada más llegar conocimos a una suiza muy jovencita que se apuntó a comer con nosotros. El del hostel nos llevó a un sitio que conocía y comimos los tres por menos de tres euros en total. De camino al sitio de comidas Raymond nos fue explicando dónde comprar el agua más barata, dónde bollos para el camino a Kuala Lumpur, dónde internet, dónde la parada del autobús (en la que dejamos a una pareja que se marchaba)... Mientras comíamos ya nos había organizado una cena con el resto del hostel y nos había hecho un planning de qué ver esa tarde. Nos fuimos con Yvone, que así se llamaba la suiza, a ver la ciudad con el compromiso de estar a las 7 en el hostel para cenar.

En la cena éramos seis en un restaurante chino en el que Raymond se preocupó de que todo el mundo pudiera comer bien. Porque no pudimos elegir, que lo pidió él todo, y además en mandarín con lo que hasta que no llegó a la mesa no sabíamos qué íbamos a cenar. Luego estaba todo muy bueno y hasta Yvone, que lo de la comida asiática lo llevaba fatal, pudo cenar. Al día siguiente nos escapamos a nuestro aire y al volver por la noche nos encontramos con otro chino en el lugar de Raymond. Y buff, qué chino. No callaba y no nos dejó apenas meter baza. Decía que le habían enseñado algo de español y nos soltaba "qué pasa neeeeeng" y "de puta madre" y luego se reía como un loco. Nos ponía a Manu Chao al tiempo que nos pedía que le tradujésemos la letra de la Guantanamera. De verdad que merece la pena pasar la noche en ese hostel sólo por conocerlo.

Al día siguiente nos marchábamos de Melaka y cómo no, Raymond hizo un grupo para ir a la estación en el que íbamos dos hongkonesas, una china canadiense y nosotros. Cuando llegamos al hostel y el dueño nos organizó la vida nos dio un poco de agobio, pero luego lo agradecimos un montón. Los días en Melaka fueron muchísimo más divertidos no sólo para nosotros, estoy segura de que para el resto de la gente que conocimos también. El hostel es muy básico, pero está limpio, es céntrico y es muy barato, así que si nos lee alguien que vaya a Melaka, le recomendamos que vaya a dejarse organizar por Raymond.

Antes de Melaka, y para enlazar con el post anterior, volamos de Bali a Singapur, donde nos comimos las últimas tostadas con kaya y mantequilla en la panadería del que ya considerábamos nuestro barrio, nos despedimos de nuestros nuevos gatos, Romeo y Pepper, y visitamos el Safari Nocturno, donde vimos animales como el de la foto a 1 metro de distancia, sin cristal ni rejas por medio.

 flyingfox