jueves, 27 de noviembre de 2008

De compras en Tokio

tokyo-perros

Así como algunos famosos cuentan sus vivencias tras desengancharse de las drogas, yo he decidido rehabilitarme de las compras escribiendo un post. La repentina subida del yen ha reducido considerablemente mi presupuesto en Japón y ha mandado a la porra mi carrera de compradora compulsiva. Eso sí, no pienso retirarme sin transmitir los conocimientos adquiridos a aquellos que aún tengan ahorros como para pasar del mirar al comprar.

Comprar en Japón es divertido y estresante. Divertido porque cada transacción contiene detalles que nunca se verán en España. Ejemplos:

- El dinero o tarjeta no se da en mano. Se coloca en una bandeja, de donde el dependiente puede recogerlo. En cambio las vueltas y el recibo el dependiente te las devuelve entregándotelas con las dos manos.

- El dependiente cuenta en voz alta tanto la cantidad de dinero que entregas como lo que te devuelve. Si son billetes lo hará varias veces, contando también en voz alta, para evitar equivocaciones.

- En muchos comercios si quieres realizar un cambio, aunque sea por un artículo idéntico, te hacen la devolución a la tarjeta y un nuevo cobro. Esto, con el cambio de moneda y las comisiones, es una puñeta.

- En algunas tiendas también te acompañarán a la puerta donde te entregarán lo que hayas comprado y te despedirán entre reverencias. Yo pensaba que estas cosas sólo pasaban en Pretty Woman, hasta que compré unas botas y me hicieron el paseo.

- Si tu compra es importante es posible que varios empleados hagan círculo alrededor tuyo y te aplaudan al comprar. Por suerte sólo he visto cómo les pasaba a otros.

- Lo que hayas comprado te lo entregarán en una bolsa que invariablemente va sellada con celo en la parte de arriba, de modo que no puedas meter ni sacar nada.

La parte estresante de comprar en Japón es la cantidad de gente que suele haber siempre y la manía de muchas dependientas de perseguirte por toda la tienda. Esto último al principio pone un poco nervioso, sobre todo porque no sólo te siguen, también te hablan. En cuanto miras una prenda más de dos segundos te preguntan si te lo quieres probar pero también muchas veces sólo vienen a halagarte y a decirte qué chulo es lo que llevas puesto. A lo mejor esto último es sólo para ser simpáticas. Ahora que ya puedo entender qué me dicen, es más fácil hacer que no me sigan, porque les digo que sólo miro. Antes huía por toda la tienda y al final salía corriendo.

En las tiendas las dependientas dicen continuamente "Irasshaimase", que viene a ser algo así como bienvenido. Lo dicen a los clientes que entran y a los que salen. Lo hacen de forma automática mientras siguen colocando la ropa o atosigando a alguna clienta indefensa. Si pasas 5 minutos en una tienda es fácil oír a una misma dependienta decirlo 20 veces o más. Da miedo hacer la cuenta de cuántas veces lo dirán a lo largo del día.

Los probadores también tienen su qué. En la mayoría hay que descalzarse para entrar y dejar los zapatos fuera. Yo siempre pienso que si aplicaran esta regla en España te quedarías sin zapatos más de un día.

boton Cuando te pruebas ropa suelen venir a preguntarte qué tal te queda. Para que no te sientas desatendido o para que no te enrolles en el probador, a la que te estás metiendo la ropa por la cabeza ya te están preguntando. Como se te ocurra salir con lo que te has probado te espera un chorreo de halagos al que las españolas estamos poco acostumbradas. Lo de la pelotería yo creo que no lo llevamos muy bien.

En algunas tiendas en las que hay muchos probadores, ponen un botón como el de la foto para que puedas avisar si has cogido una prenda de una talla demasiado pequeña o tienes alguna consulta. Aún así vienen a preguntarte cuarenta veces cómo va.

capuchaComo el efecto de la ropa sin zapatos no es el mismo, dentro de muchos probadores también puedes encontrar zapatos de tacón para ponerte y ver cómo te queda. Aquí las tallas de calzado no van por números. Hay talla S, M y L (a veces también LL) y para de contar. Yo uso un 38 y aquí es una L o LL, depende del fabricante.

También en muchas tiendas, y en previsión de que un porcentaje muy alto de japonesas se maquillan, te entregan una capucha estilo Ku Klux Klan que te cubre toda la cara. Se supone que te la has de poner para no ensuciar los jerseys ni correr el maquillaje. Yo he preferido usarla para hacerme unas fotos para el blog.

Comprarse camisetas o jerseys aquí no es muy difícil, porque hay de muchas tallas, pero pantalones es más complicado. En España yo uso una 34-36, que aquí equivale a talla gigante, elefante y similares. Eso cuando la hay, porque muchas veces la talla M o L son como para niño de 7 años. Hasta mis compañeras de clase chinas, que son pequeñas, se quejan de que les cuesta comprar pantalones aquí.

Y vamos terminando. Avisar que el que se haya aburrido con este se prepare para el siguiente, porque seguimos con compras.

martes, 18 de noviembre de 2008

Intercambios España - Japón

Parece que el trabajo de acercamiento cultural que Carol está haciendo por Tokio da sus frutos y las relaciones entre el país naciente y España son cada vez más estrechas. Nosotros les hemos enviado a los Reyes, la recesión, y a Carol, y ellos contraatacan enviándonos a Shin Chan de visita a Barcelona:




Si congelais la imagen en el minuto 3 y 21 segundos podreis ver en primer plano a dos tipos muy parecidos a Dali y Picasso, y un poco más al fondo, a la izquierda, a Pascual Maragall. Lo del Pascual al parecer tiene su historia... Según nos han hecho saber fuentes bien informadas, todo empezó cuando la Generalitat y el ayuntamiento negociaban la financiación de la película de Woody Allen, hace ya unos añitos. Por entonces el Pascual, pese a las constantes sugerencias y las múltiples cabezas de caballo que le hacían llegar sus compañeros de partido, no se había retirado, y todavía tenía un último plan para pasar a la historia: ser el primer presidente de la Generalitat en conseguir un Oscar al mejor guión original. Por desgracia para él las negociaciones con Woody Allen se complicaron y este no sólo no aceptó el guión del Pasquis, sino que además, en una decisión muy polémica y muy poco respetuosa con las aspiraciones del pueblo catalán, exigió que el papel de protagonista lo hiciera un madrileño, Javier Bardem, en lugar del propio Pascual. Fue un duro golpe que acabó por desmoralizar al presidente y que finalmente causó su dimisión, sintiéndose abandonado por los compañeros de partido que se habían puesto del lado del newyorkino. Las conversaciones para pactar el adiós fueron duras. Montilla, como desagravio, concedió al ex-alcalde olímpico su compromiso de colocarle en alguna gran obra audiovisual. A cambio, el bigotes se comprometió a no largar sobre asuntos turbios como el truculento final de Cobi (Se dice que su cadaver se hizo "desaparecer" en los cimientos de la nueva Diagonal Mar. Al parecer formaba parte de una trama de especuladores inmobiliarios que acabaron descontentos con algún asuntillo.)

Al final la cosa quedó como quedó. Maragall asistió a la premiere de la obra en el salón de su casa, junto con Carod Rovira y algún que otro amiguete. Diana Garrigosa les hizo bocatas de nocilla y mortadela a todos, le quitó los bordes al pan bimbo (exigencias del Carod), les preparó una jarra con Tang y les recogió el SuperpistaLooping para que no tapara la pantalla. Dicen que cuando el Pasquis se vió en la tele se le saltaban las lágrimas de la emoción. "Ara sí!!! Supera aquesta, Kuato!"

lunes, 17 de noviembre de 2008

Casa Pakky presenta...

Hace un par de semanas al entrar en mi habitación descubrí una nota que alguien había deslizado por debajo de la puerta. La casera, la señora Pakky, me invitaba a una fiesta de recibimiento que iba a celebrarse en la casa donde vivo. En el papel explicaba que ella traería amigos, comida y bebida, y que nosotros podíamos aportar también bebida o comida de nuestros países. También pedía que en caso de asistir lo confirmásemos dejando un papel en una pequeña caja de cartón que había colocado en el salón.

A mí la idea me pareció un detallazo por parte de la mujer y a los pocos días confirmé mi asistencia añadiendo que prepararía tortilla de patatas, que es lo único que me sale un poco decente.

Entre tanto vino una chica nueva a la casa, Vero, una mallorquina muy salada, que también se animó a preparar una sangría para la fiesta.

Del resto de la casa no sabía quién iba a presentarse. Aparte de mí, en casa viven dos ingleses, una canadiense, dos tailandeses y un polaco. Antes también había un ruso que todas las noches sacaba una botella de whisky y el portátil y se ponía a discutir con su novia por Skype hasta las tantas de la mañana. Un día desapareció y según me contó la señora Pakky se marchó a su país a enrolarse en el ejército. Yo sigo durmiendo con tapones por si acaso vuelve.

La señora Pakky, además de ser muy hospitalaria, tiene alma de portera, y a mí, que también lo tengo, me viene de perlas.

Con los que tengo más relación en la casa es con los tailandeses. El padre de él tiene un salón de belleza en Bangkok y él en casa Pakky ha montado una sucursal. Todas las semanas vienen tailandesas a dejarse depilar las cejas por Lek, o a que les tiña el pelo o les haga la última moda en peinados. Entre semana montan unos saraos en el salón de casa muy divertidos y yo siempre acabo cenando entre matizadores y rulos. A veces lo dejan todo hecho un desastre, pero se les perdona.

Con los demás tengo más o menos relación. Uno de los ingleses es un chaval rechonchillo, con calvicie incipiente y cara de pan. El pobre no se debe comer un rosco en su tierra natal y aquí ha visto que tiene posibilidades con algunas japonesas despistadas que confunden occidental con guaperas. Como no se lo debe creer ni él, cada día da el parte al que tenga oídos para escucharle. A mí me cuesta contener la risa a veces cuando le oigo contar sus líos.

Y también está la canadiense, se ha convertido en mi semi-enemiga en la casa. El primer día entró con el de la agencia hablando a gritos. Y desde entonces no ha bajado la voz. En el trato es bastante desagradable y yo la evité durante unas semanas.

Hasta que una noche decidió montar una fiesta en casa con sus amigos y mandarnos a todos a nuestras habitaciones a cenar. Para más inri, puso todos los platos de la fiesta en una estantería que a la 1 de la mañana se desplomó haciendo un ruido increíble. Al oírlo desde mi habitación bajé corriendo y me encontré montones de platos, vasos y cuencos rotos entre el suelo y el fregadero. La canadiense, que era la que había montado el lío ni salió de la habitación a ver qué pasaba. Estábamos en casa casi todos y sólo salí yo. Sólo hay una palabra para eso: pardilla.

Como yo no quería que la señora Pakky se encontrase todo el mogollón, con lo bien que nos trata, lo recogí y me fui a la cama. Al día siguiente le pregunté a la canadiense, que me respondió que lo había oído todo, pero que había pasado de salir a ayudarme porque eso no era tarea suya, sino de Pakky (que viene una vez a la semana a limpiar). Ole sus huevos.

Desde entonces le he declarado una guerra semi-secreta, y he involucrado a la tailandesa sin que ella lo sepa. Admito sugerencias para posible ofensiva.

El caso es que ayer era el día de la fiesta y por la mañana yo no tenía ni idea de si alguien más se presentaría. Vero y yo fuimos a comer a Harajuku y a la vuelta compramos todo lo necesario para preparar la sangría y la tortilla. El vino de la sangría era peleón peleón, pero es que con los precios de aquí era para lo que nos daba el presupuesto.

Al entrar en casa nos encontramos con montones de amigos de la señora Pakky que faenaban por la cocina y el salón. Sorprendentemente algunos de ellos hablaban algo de español, así que en "japañol" nos presentamos. Pusimos nuestros nombres en katakana en una pegatina que nos pegamos al pecho y nos liamos a cocinar.

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La tortilla y sobre todo la sangría triunfaron. Esta segunda se recibió con gran expectación por la parte japonesa de la fiesta y no duró ni dos segundos. También es verdad que vinieron 20 personas y nosotras no habíamos calculado sangría para tantos.

Por supuesto hicimos el pardillo de nuevo y junto con el polaco, que preparó el típico guacamole de Varsovia, fuimos las únicas de la casa que aportamos algo a la fiesta. Varios no vinieron y la canadiense, como siempre, se presentó tarde, sin nada y hablando a gritos.

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La verdad es que la fiesta fue un exitazo y yo me lo pasé muy bien. La señora Pakky (la que corta bizcocho en la foto junto a Vero) se había traído amigos, familiares, hijos de amigos y hasta al del Sakura House. Entre todos aportaron comida de sobra, dulces y hasta hicieron un okonomiyaki. Y también cerveza y tequila. Al final, como en toda fiesta japonesa que se precie, acabamos bastante bebidos. Alguno hubo que apenas se tenía en pie e intentaba mantener el equilibrio contra el frigorífico.

Durante la fiesta recibí varias invitaciones para cenar en otras casas y también se programó una segunda fiesta para dentro de un par de semanas. Menos mal que casi todas son en mi barrio, porque yo en Tokio me pierdo casi siempre.

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sábado, 15 de noviembre de 2008

Ponyo 崖の上のポニョ

ponyo_02 Este verano estrenaron en Japón la nueva película del estudio Ghibli, Ponyo en el acantilado sobre el mar. En España hasta el año que viene no estará en los cines, pero sí que se presentó en el Festival de Venecia y fue un exitazo.

La película cuenta la historia de la amistad entre un niño llamado Sosuke y un pez rojo llamado Ponyo. Como casi todas las películas de Miyazaki, es tierna y surrealista. Yo me emocioné viéndola.

El caso es que su estreno ha sido todo un fenómeno en Japón, sobre todo entre los niños. Una compañera de clase me contó el otro día que ya ha tenido que llevar a los suyos a verla dos veces porque están todo el día Ponyo para aquí, Ponyo para allá.

Además de ser una película muy bonita, la canción es superpegadiza y varias veces a la semana me cruzo con niños cantándola. Yo también la canto, pero bajito, claro. Y a la casa donde vivo ha venido otra chica española que ha reconocido cantarla también.

Esta canción la canta una niña que en sus actuaciones siempre aparece acompañada por dos músicos/coro/bailarines. A quien, en el estudio Ghibli, se le ocurrió formar el trío o lo han ascendido o lo han despedido, pero seguro que no se ha quedado donde estaba.

La fiebre Ponyo también se ha extendido a Youtube y los padres japoneses, para hacer honor a una tradición que tantas risas nos ha traído a los españoles en las tardes de domingo, se han echado al salón a filmar a sus hijos. El resultado se puede ver buscando el nombre de la película en Youtube. De todos los que he visto he hecho una selección de 3 finalistas y un campeón, que se gana el título a pulso. Hacer este post ha sido divertidísimo. Viendo algunos vídeos lloraba de la risa.

Finalista 1: La más monilla

Finalista 2: Cantando en familia

Finalista 3: El futuro friki (no lo digo yo, lo dice su hermano)

Campeón absoluto (ver hasta el final)

viernes, 14 de noviembre de 2008

El Okonomiyaki (guía para torpes)

okonomiyaki1El otro día fui a cenar a un Okonomiyaki con unos compañeros de clase. En este tipo de restaurantes uno cena sentado en una mesa que a la vez cumple la función de parrilla. Coge el menú, que por suerte en el sitio donde cenamos estaba en katakana, elige una mezcla y la pide al camarero. Nosotros pedimos un mix de carne y otro de pescado. La verdad es que no lo recuerdo muy bien porque yo iba con un poco de retraso traduciendo y dije que sí a todo.

Al poco rato de tomar el pedido volvió la camarera con dos cuencos, cada uno con una mezcla. El okonomiyaki en sí se lo prepara uno mismo. En el caso de los que nos trajeron, no era muy distinto a hacer una tortilla de patatas. Ahora, que darle la vuelta con dos espátulas tenía su tela.

Básicamente para hacer un okonomiyaki se echa aceite en la plancha, se coge el cuenco, se desparrama el contenido (a ser posible dentro de la plancha) y se pasa calor. Es algo así como cenar con la cabeza metida dentro del horno, pero con mejores vistas.

okonomiyaki2

Aquí ya teníamos uno controlado y el segundo en proceso. Teniendo en cuenta que de los cinco, el único que cocina en casa es Hung (el chico de la izquierda), no íbamos mal. Todos los tarros que se ven alrededor de la mesa son cosas que se supone que uno ha de echar al final: picante, mayonesa, salsas irreconocibles por mí y algo que nunca sabré si era ácido (suppai) o salado (shoppai), porque siempre confundo las dos palabras.

Al final, nuestro okonomiyaki presentaba este aspecto. Lo que se ve arriba moviéndose no era nada que hubiera reptado por las patas de la mesa: son láminas de bonito, que se ponen así de contentas con el calor. A Alberto le gusta mucho que se las pongan cuando pide platos vegetarianos.

Cuando llegó el tercer okonomiyaki nos dimos cuenta de que la experiencia adquirida en los dos primeros de nada iba a servirnos en este. Era de queso, con una consistencia totalmente diferente a los anteriores y no sabíamos ni cómo echarlo a la parrilla. Menos mal que la camarera acudió en nuestra ayuda y muy mañosilla ella nos lo preparó.

A la mitad del vídeo tuve que cambiar la memoria y no se ve como echa parte de los ingredientes en el centro. Lo aclaro para que nadie piense que la mezcla sale del centro de la mesa.

La camarera, como se aprecia en el vídeo, cocinaba de oído, porque con el pedazo de flequillo que gastaba era imposible que viera lo que estaba preparando.

altarbudistaAcabamos pidiendo un cuarto okonomiyaki de yakisoba (tallarines fritos), que nos cocinamos nosotros. Este era bastante fácil. Tres vueltas hacia delante, tres hacia atrás y listo.

Al final, nos pusimos las botas y nos salió por 1.000 yenes por cabeza, cervezas y refrescos incluídos. Al cambio ahora unos 8 euros. Realmente comer en Tokyo puede ser bastante barato.

Sin relación alguna con el okonomiyaki, no quería dejar pasar un día más sin contar mi último descubrimiento friki de Japón: el altar familiar para mascotas del todo a cien. El precio no son 100 yenes, son 735 con impuestos, pero claro, es un artículo de lujo. Eso sí, mármol no es.

Tampoco vale para cualquier religión, es un altar budista. A lo mejor hasta está homologado por el Dalai Lama.

Los que aparecen en la caja acompañando al difunto imagino que serán amigos de la familia que han venido a presentar sus respetos.

 

lunes, 10 de noviembre de 2008

El castañero cañero

ameyoko

El otro día estuve paseando por Ameyoko, una calle cerca del parque Ueno donde hay muchas tiendas de comida y ropa y un ambiente muy similar al de los mercadillos españoles. Un buen plan de sábado es pasar la mañana aquí, viendo a las madres comprar pulpo mientras los niños se zampan una bolsa de dulces (Ame es "golosina", "dulce", y de sus tiendas viene el nombre de la calle)  y luego bajar paseando hasta Akihabara para encontrarse con los otaku y el Tokyo friki.

En Ameyoko me encontré a este vendedor que llevaba el negocio con mucha gracia. Para vendedor de huevos no serviría, pero lo de las castañas se le daba de muerte.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Marujeando por Barcelona

Como yo me he quedado castigado en Barcelona hasta que acabe los deberes y no tengo muchas cosas exóticas que contar voy a aprovechar para airear todas esas cosas que Carol os oculta y que siempre os han intrigado. No lo hago porque rabie de envidia de que ella esté en Japón y yo aquí, que conste, es porque creo que es mi deber moral de reportero marujil informar sobre lo que ocurre en el mundo. Las preguntas más frecuentes que han llegado a la redacción han sido estas:

¿Donde está Carol?

Creemos que en Japón. Según mi sobrina Lua, que es la que le sigue la pista por el mapamundi, puede estar “en Pineda, a la platxa, a casa del yayos, en Japón, o en Salinas del Manzano (Cuenca). O a Ojos Negros, pero no crec. Ojos Negros està molt lluny.”. Las fotos que ha enviado descartan Pineda y Ojos negros. En la casa de los yayos no está, y las fotos que ha enviado de sus compañeros de clase no encaja con la tipología habitual de los conquenses, así que todo indica que está en Japón.

¿Y cuando vuelve?

Pues no lo sabemos. En teoría el 28 de Diciembre, pero eso de que caiga en el día de los inocentes no me da muy buena espina. El vuelo (de Finnair) le salió muy barato como para que fuera de ida y vuelta...

¿Y que hace allí?

Ha ido a aprender japonés, que ha sido su sueño de toda la vida desde hace, por lo menos, tres meses. Desde que fuimos a Mongolia había estado aprendiendo ruso, pero como en ruso sólo ha podido practicar las frases elementales de supervivencia (“No, no estoy interesada en comprar un Kalashnikov, gracias.”) y alguna que otra forma de cortesía (“Bonito chandal.” o “Que bonitos premolares. ¿Cuantos kilates tienen?”) al final decidió pasarse a una lengua en la que la gente no le contestase con monosílabos, y el japonés para eso es perfecto. Aunque no los entiendas son tan amables que da gusto quedarse ahí con cara de tonto mientras ellos se esfuerzan y se esfuerzan por hacerse entender. Y te puedes quedar media hora pensando en silencio en lo que te han dicho y no hacen la más mínima intención de irse, es como si en cuanto establecieras comunicación perdieran su voluntad. Algún día habrá que probar su capacidad de aguante...

¿Pero aprende?

Al parecer sí, aprende un montón y en un mes (bueno, es cierto que ya llevaba un par de meses estudiando por su cuenta) ya es capaz de mantener una conversación de media hora seguida en japonés. Eso dice ella. Cabe la posibilidad de que en lugar de en Tokio esté en Salinas y haya confundido la exótica fonética salinera con la japonesa, pero de todas formas eso no le restaría ningún mérito. Pero en serio, que el japonés hablado está chupao... mucho más fácil que el inglés...

¿Y tú que haces por Barcelona?

Pues los deberes. Tengo que acabar unos estudios que tenía pendientes y un curso de video-juegos que acabo de empezar, así que de momento no me puedo mover de aquí. Aparte de eso, que me quita mucho más tiempo del que me pensaba, estoy bastante liado experimentando con el tiramisú, que me sale de miedo, y con los bizcochos, que no hay manera de que me salgan bien y no tengo ni idea de por qué. Sorprendentemente sigo manteniendo mi tipín post-viaje, creo que porque como me he quedado sin dinero para gasolina ando mucho más. Ahora el Tongariro me lo haría en hora y cuarto como mucho.

El resto del tiempo lo dedico a quitarme los gatos de la chepa (creo que echan de menos a alguien), a enviar tupers con tortilla y cloquetas de jamón para Tokio, a lavar los tupers que me llegan de Tokio, a leer el blog, y a poco más. Bueno, algunas noches veo dos series que aprovecho para recomendar mientras espero que salga la nueva temporada de Lost:
The Flight Of the Conchords.
The Wire

Las dos están disponibles en el emule, aunque la de los Conchords sólo está en inglés.

¿Y no vas a ir a verla a Tokio?

Pues sí. Me voy a finales de mes diez días con Finnair por 550 euros. Creo que sólo con lo que me ahorrare de estufa ya saldrán los números, porque mira que hace frío en Barcelona... Voy haciendo las maletas... Algún encarguito?
P.D. Me ha dicho el Tarik que mande recuerdos, así que aquí van...


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miércoles, 5 de noviembre de 2008

Tokio, qué paz! (Versión 2008)

tren-tokio

Una de las cosas que me gustan de Japón es que por las mañanas puedo ir a una cafetería, sentarme a estudiar y que nadie me moleste. No se me sienta al lado el que habla alto por el móvil para que todos oigamos lo importante que es su trabajo ni la que le cuenta a la amiga su fin de semana a voz en grito. Aquí como mucho te toca el que estornuda avergonzado del sonido que produce, la que habla bajito por el móvil o los amigos que hablan para ser escuchados sólo por ellos mismos. Para mí, que tengo el oído asquerosamente fino, esto es un paraíso.

Las cafeterías en las que suelo tomar café también son frecuentadas por estudiantes japoneses, por oficinistas, parejas o grupos de amigos. Aunque sea hora punta y estén hasta la bandera, casi todo el mundo es consciente de que para vivir con comodidad en una ciudad es imprescindible no molestar al de al lado. En Tokio esa manera de pensar se manifiesta en muchos gestos a lo largo del día.

También me gusta ver como Tokio está lleno de gadgets que en España aún no se utilizan y que sirven para hacerle la vida un poco más fácil a uno. Ya hablamos de los wateres con chorritos. También en los lavabos hay papeleras y grifos que sin tocarlos se ponen a funcionar y sillas en los cubículos para que las madres dejen a los bebés mientras hacen pis (aquí muchas mujeres llevan a los bebés colgados con arnés, en lugar de cochecito, y claro, a la hora de ir al baño es un problema).

Me gusta que me den una bolsa para meter el paraguas mojado al entrar al centro comercial los días de lluvia. Y que el dependiente del super de al lado de mi casa me dé las gracias en inglés pese a tener tropecientos años y no mirarme a los ojos al decirlo.

En el caso del super, estoy segura de que el hombre ha hecho ese esfuerzo muy a propósito pero ni siquiera me ha mirado. Aquí prima la sutileza y el hecho de que un señor en un super de barrio te hable en inglés es un detalle que es fácil pasar por alto, y más si mira al suelo mientras lo dice. La comunicación en japonés es increíblemente vaga e indirecta y requiere su tiempo aprender a darse cuenta de pequeños detalles como ese. Yo no tengo ninguna duda de que meto la pata a diario por no captarlos.

Hablando de abuelillos japoneses, el otro día cuando estaba a punto de salir por la puerta de casa, llamaron al timbre. Al abrir dos viejecitas extremadamente chiquititas me miraban con cara de sorpresa desde el otro lado. Parecían sacadas de una película del estudio Ghibli, tan diminutas y tan pegadas la una a la otra. Me saludaron sonrientes y me preguntaron si hablaba algo de japonés. Al decirles que un poquito, sacaron un folleto estilo testigos de Jehová, con sus puestas de sol y sus niños. Me preguntaron si podía leerlo y les dije que no (igual si me daban tres años y un diccionario, se lo leía), y ellas, hay alguien en la casa que lo pueda leer? y yo, pues es que somos todos guiris estudiantes. Y disculpándose ,entre sonrisas, retrocedieron unos pasitos con mucho sigilo y desaparecieron calle abajo. Menos mal que me quedé con el papel en la mano, sino habría pensado que eran una aparición.

Os dejo una actuación que me encontré el otro día en el Sunshine City, un centro comercial cerca de Ikebukuro. Anda que no va sobrado el tío.