miércoles, 10 de marzo de 2010

De viajeros a anfitriones

terraza

Hoy, tras muchos meses de inactividad en el blog, nos hemos remangado, reinstalado el live writer y puestos manos a la obra. Y nunca mejor dicho.

El año 2009 fue bastante movidito. Geográficamente más para mí que para Alberto, pero los dos estuvimos igual de liados. Empezamos el año en Barcelona, aún con resaca del viaje y sin tener las cosas muy claras. Luego yo me marché a Tokio, Alberto se quedó en Barcelona y volvimos a juntarnos para la boda de mi hermana en julio. El otoño yo seguí de estudiante en Tokio y Alberto de rodríguez en casa. Hasta que en enero de este año por fin se nos ocurrió llevar a cabo una idea que nos había estado rondando la cabeza desde el 2008.

Febrero del 2008 exactamente. Por entonces llevábamos ya varios meses viviendo en guesthouses, hostels, hotels y ryokanes. De unos nos gustaban unas cosas, de otros otras y de algunos pocos nada en absoluto. En cada sitio comentábamos las mejoras que se nos ocurrían o las formas de hacer que nos parecía añadían calidad al servicio. Sin darnos cuenta algo iba tomando forma en nuestras cabezas, pero hasta que no llegamos al hostel One Florence Close de Singapur no se materializó en una pregunta: Oye, ¿y si montamos un guesthouse? Serían los gatos, que las dueñas nos trataron muy bien, que el sitio era agradable… no lo sé, pero lo cierto es que los dos pensamos que montar un sitio como aquel era una manera de ganarse la vida que nos podía gustar.

Como dicen, del dicho al hecho hay un trecho, y en nuestro caso dos años de diferencia. Desde febrero del 2008 hasta ahora nuestros niveles de motivación respecto a montar un guesthouse han tenido muchas subidas y bajadas. Durante el viaje lo hablábamos con entusiasmo, como se habla de los planes que uno aún no puede realizar. Cuando volvimos todo se nos hizo cuesta arriba y los contras pudieron a los pros durante muchos meses. Fundamentalmente, el hecho de que montar un guesthouse suponía establecernos casi definitivamente en Barcelona hacía que yo no lo viera claro. Al final, las ventajas de tener un negocio así han podido con todo lo demás. Sobre todo porque tenemos tantas cosas de cara que hay que intentarlo: estamos en Barcelona (probablemente la ciudad más turística de Europa), tenemos el sitio (si nos va mal, el dinero invertido en obras no se pierde), estamos a tres minutos de la playa y bueno, qué leche, que hay que intentarlo. Esperamos que al menos, si nos va mal, la crisis haya pasado para cuando tengamos que volver a pensar qué hacer.

En fin, que una vez decididos ya sólo nos queda lo más estresante, agotador, entretenido: montarlo. Sobre los cientos de detalles en los que no habíamos pensado cuando nos liamos la manta a la cabeza os iremos hablando en los próximos posts. Gracias por seguir leyéndonos!