sábado, 24 de mayo de 2008

Panes de penas. De Siem Reap a Battambang.

Cuando llegas a Camboya, especialmente si aterrizas en Siem Reap, te das cuenta de dos cosas. La primera es que Angkor Wat está ahí al lado, omnipresente e inevitable. Para muchos Camboyanos es el orgullo nacional, pero para muchísimos más es el maná del que provienen sus escasos ingresos y sus esperanzas de futuro. El segundo impacto, más inesperado, es que la segunda atracción turística de Camboya es el genocidio de Pol Pot y los Khmeres Rojos.

DSC_0100 Cuando uno viaja a un país en el que la guerra civil, las matanzas programadas, los bombardeos y el hambre han matado a más de dos millones de personas en los últimos treinta años espera encontrarse un muro de olvido y de silencio, miradas bajas y desconfianza. Odio hacia sus exterminadores (los Khmeres), hacia los que les alentaron (en este caso no se libra ni la ONU) y hacia los visitantes que llegamos con treinta años de retraso. Pero si el rencor es humano, el hambre, que muchos sacamos de las ecuaciones porque no la hemos experimentado, es más humana todavía. Y aquí si tienen una cosa clara es que, como decía la Escarlata, no quieren volver a pasar hambre ni miseria, y todo lo demás debe ser secundario. El pudor también. Y cuando tras el desastre empezaron a llegar los periodistas, historiadores, fotógrafos, embajadores, y tras ellos una auténtica miríada de ONG´s, voluntarios y finalmente turistas, todos interesados en el genocidio Khmer, los camboyanos les recibieron con los brazos abiertos y las manos extendidas hacia arriba.

Las librerías de Siem Reap, que son sorprendentemente numerosas, deben ser las únicas del mundo en las que se exponen más libros de historia que de ficción. Y en los videoclubs los documentales se venden más que la última temporada de "Los Simpsons". En la portada de casi todos aparece Pol Pot, una calavera o un niño desamparado. O todos a la vez. De acompañamiento, suponemos que para aligerar la conciencia del turista concienciado de turno, una indefinible mezcla de clásicos y de superventas: Kerouac, Burroughs, Huxley, Hesse, Orwell, Irvine Welsh, Palahniuk, Auster, Kapuscinsky, "El curioso incidente del perro a medianoche", "El economista camuflado", "Jonathan Strange y el señor Norrell"... Yo no supe encontrarles un denominador común, pero para mi horror casi todos los tenía también en la estantería de casa ( y los que no, los tenía Carol ). Y digo para mi horror porque lo de darse cuenta de que encajas perfectamente en un cluster que corre por todas las oficinas de marketing del mundo, y en el que encima no te reconoces, es como para ponerse a pensar. Luego caes en la cuenta de que era en Camboya donde al principio del viaje habíamos pensado en colaborar con una ONG, proyecto abortado en el último momento al descubrir gracias a un blog que se trataba de un timo como la copa de un pino, y te dan picores. Y si te lees la guía de Siem Reap que te dan en todos los guesthouses es peor, porque constatas que, aparte de Angkor, las visitas turísticas obligadas son al museo del genocidio, al hospital infantil, al orfanato, a la cooperativa de mutilados, a la escuela de hostelería para niños de la calle, etc, etc, etc... Es decir, la tragedia como reclamo turístico.

Total, que Siem Reap es a partes iguales una Disneylandia de Angkor y una Disneylandia del Genocidio Khmer. Y si a alguien le parece poco respetuoso con las víctimas o moralmente reprochable, que lo piense dos veces. Porque al fin y al cabo, hay muchísimos camboyanos que están tirando para adelante gracias a ello. Es cierto que en muchos casos venden su propio dolor, como el ancianito, de cincuentaypico pero ya ancianito, que nos contó su triste vida a la sombra de Angkor Wat y al acabar nos pidió un dólar. Las lágrimas que se le escapaban cuando nos contaba que los Khmeres Rojos se habían llevado a toda su familia eran igual de auténticas que las risas que se soltó cuando le dimos lo que pedía. Luego, claro, te asaltan las dudas de si con ese dólar estás fomentando la mendicidad. Estamos tan acostumbrados a los mantras capitalistas de "no hay que dar peces, hay que enseñar a pescar" y a lo de "la mendicidad genera pobreza" que da más cargo de conciencia dar que no dar. Para no dar tenemos la excusa automática de "es que así fomentas que pidan en lugar de buscar un trabajo o ir a la escuela", que siempre acude en nuestra ayuda. Quizás lo que teníamos que haber hecho era convencer al anciano de que no pidiera y de que aprovechase sus conocimientos para algo digno, como escribir un libro o dar conferencias sobre el tema... que por otra parte es justamente lo que estaba haciendo. ¿Por qué es respetable que el señor David Chandler se harte de vender libros sobre un holocausto que no sufrió y en cambio nos da pudor que un abuelito nos cuente su vida (en primera persona) y nos pida un dólar? Pues debe ser por lo mismo por lo que no debemos dar dinero a los niños que venden flores de papel pero sí que debemos colaborar con ONGs que enseñan a los niños a ganarse la vida haciendo flores de papel: porque en occidente estamos acostumbrados a que la caridad, o la ayuda al prójimo, se debe hacer a través de instituciones especializadas, ya sea la Seguridad Social, la Iglesia o la Fundación Ronald McDonald, pero nunca a nivel personal. Eso queda para los musulmanes y los budistas, que son pobres precisamente por eso ( o igual no ). Que conste que ya sé que os deberíamos estar contando el viaje en lugar de estas reflexiones tan ingenuas, pero es que la sensación que se nos ha quedado de Camboya ha sido precisamente esa, lidiar con un sentimiento de culpa constante.

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También es cierto que entre dilema y dilema pasábamos nuestros buenos ratos haciendo excursiones, viendo templos y cogiendo autobuses. El de Siem Reap a Battambang tardó cinco horas de baches y desvíos poco comprensibles en una carretera que une el principal destino turístico con la segunda ciudad del país. Battambang es fea y carece de los servicios de Siem Reap, pero también es mucho menos turística, lo que se agradece. Bueno, lo agradece Carol, porque yo soy más estilo camboyano y prefiero comer a pasar hambre, lo que casi me pasa en Battambang. Aquí vale la pena mencionar a) que soy muy maniático (por si alguien no se había dado cuenta) y b) que los camboyanos se comen todo lo que se mueve, cucarachas incluidas. Esto último, que había podido comprobar en los puestos callejeros de Siem Reap, por una parte me tranquilizaba, ya que si se las comen deben estar cerca de la extinción, y por otra me intranquilizaba, ya que también puede pasar como con el atún en España, que te lo ponen a modo de regalo y aunque hayas pedido expresamente que no lo hagan. Por las proteínas y eso. Es cierto que cucarachas no vi en ninguno de los tres restaurante que tiene la ciudad, pero platos decentes tampoco. Sólo en el "Smoking Pot" ( por lo que conocemos a los camboyanos no creemos que sea una coincidencia el nombre del restaurante con lo de que incineraran a Pol Pot. ¿Alguien conoce algún local de nombre "Franco ha muerto" en España?) comimos bien, y muy bien por cierto, pero lo pillábamos cerrado a todas horas. Por otra parte, el servicio no era precisamente amable. Viniendo de Laos eso lo hemos acusado. En Camboya hay mucha gente simpática, pero también mucha otra que no lo es y que se limita, en el mejor de los casos, a hacer su trabajo con cara de fastidio. Pero si es cierto que el pasado más inmediato y la situación actual no son precisamente idílicos, también lo es que el país está condenado a mejorar, sobretodo teniendo en cuenta el entusiasmo, ilusión y capacidad de esfuerzo de los camboyanos, que manifiestan a espuertas en cuanto les das una oportunidad. Y si no se la das, se la toman, que si hay algo que no les falta es desparpajo.

Bun fue el motorista que prácticamente nos secuestró al bajar del autobús de Battambang. Mientras yo "distraía" a otros cinco tuktukeros y motoristas Carol pactó con él y con su amigo un transporte gratuito hasta el hotel, pacto del que yo evidentemente no me enteré porque estaba concentrado en que nadie me cogiera una de las mochilas y se la llevara para el tuktuk. Y eso fue precisamente lo que pasó. Mientras Carol se iba en la moto con Bun yo me quedé a pelear con su socio, que no soltaba la mochila del ordenador por mucho que le dijera, en perfecto castellano, "esa ni se te ocurra cogerla". Cuando tras un intenso forcejeo se la consiguió subir a la moto no me quedó otra que subirme detrás, porque veía que si me ponía tonto igual la tiraba en marcha o algo por el estilo. Así que pese a las protestas del resto de tuktukeros y a las mías propias, allá que nos vamos, a no se sabe donde. A Carol ni se la veía. Cinco minutos después llegamos al Hotel Chhaya, donde Carol ya andaba estudiando las habitaciones. Como yo ya había hecho el tonto un buen rato pensé que no pasaba nada por hacerlo dos minutos más, así que le estuve regateando el precio a mi motorista sin saber que los del hotel ya le daban una comisión. Por suerte Carol llegó a tiempo para sacarme de mi error.

El hotel de Battambang ha sido uno de los más raros en los que hemos estado durante el viaje. Por una parte las habitaciones estaban sorprendentemente bien para lo cutre que es la ciudad, y por otra el edificio era inmenso, con escaleras laberínticas y "seguratas"¿? en cada planta. Además, en la recepción se juntaban por lo menos unas quince personas entre gente del hotel y tuktukeros, y se hacía difícil saber quien era quien. Seguramente serían las dos cosas a la vez, pero de todas formas si veían que subías para la habitación te atendía uno del hotel y si salías o te quedabas mirando el cartel que anunciaba las excursiones te atendían los motoristas. Bun fue el más despabilado y el primero en ofrecernos un tour completo por todas las atracciones de Battambang, así que le contratamos la excursión a él y su socio por 8 escasos dólares cada uno.

En realidad en Battambang ciudad hay poco para ver, pero en los alrededores hay algunas cosas interesantes: una pagoda donde los Khmeres Rojos hacían de las suyas, un templo donde se refugian cientos de murciélagos gigantes, una vía de tren digna de Rodalies y sobretodo unos caminos muy chulos, de tierra rojísima, que combinados con el verde de los campos de arroz y el azul y blanco del cielo daban mucho juego. Y también mucho polvo, muchísimo. Aquí a ese polvo le llaman la nieve de Camboya.

DSC_0054 Como ya hemos dicho, los Camboyanos no son precisamente tímidos, y nuestro guía no era la excepción. Bun, que aprendió inglés a base de practicar con los turistas, contestó sin tapujos a todas las preguntas de Carol, incluidas las que tenían que ver con el genocidio. Por el camino le iba comentando todo lo que se le ocurría, desde lo que se cultivaba en los campos que íbamos pasando hasta lo que tenía que pagar un novio a la suegra para poderse casar. Luego, como se lo había ganado, se quedó durmiendo a la bartola mientras su amigo Sopy, que tenía sólo doce añitos, nos acompañaba a la pagoda, situada varios cientos de escalones por encima del nivel del Mekong. Sopy, pese a su edad, hablaba un inglés casi perfecto, que para eso se pagaba sus buenas clases con lo que ganaba haciendo de guía ocasional (2 dólares en las 2 horas que pasó con nosotros) , y se nos ha quedado grabado como el arquetipo de lo mejor de Camboya, por lo listo y por lo simpático. Da la sensación de que en Camboya hasta los niños tienen muy claro que la educación y el esfuerzo es lo que les sacará adelante, y no suelen desperdiciar oportunidades. Mantienen con orgullo que, aunque ahora son más pobres, en pocos años se pondrán al nivel de Tailandeses y Vietnamitas, porque mientras sus vecinos no se molestan en aprender inglés ellos sí que lo hacen y por tanto van a tener muchas más opciones de mejorar. Y la verdad es que hay muchas personas, sobretodo estudiantes, que se te acercan sólo para practicar inglés, algo que no nos habíamos encontrado hasta ahora. A Sopy prometimos enviarle unas lecciones de castellano en MP3 y estaba que daba botes de alegría, petición que se añade a la de los diccionarios que le prometimos a Sophier (de Siem Reap). No me extraña que en Europa estemos preocupados por los inmigrantes, porque como lleguen cuatro como éstos se lo van a comer todo mientras nosotros andamos perdiendo el tiempo con rencores y discusiones superfluas.

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Tras despedirnos de Sopy seguimos ruta con Bun & Company. A medida que avanzaba la mañana las nubes iban pasando de algodonosas a tenebrosas, y cuando paramos en el templo de los murciélagos gigantes el tormentón ya estaba a la vuelta de la esquina. Aceleramos un poco el paso y llegamos a nuestra última parada, "el Tren de Bambú", un poco antes que los nubarrones. Este tren no es más que una plataforma de bambú con ruedas que los chavales de los pueblos cercanos ponen sobre las vías del lentísimo tren que pasa por allí una vez por semana para sacarles algo más de DSC_0086 rendimiento. Años ha la movían a base de "remar", pero ahora usan unos motorcillos tipo Zodiac que les permite desplazarse entre pueblo y pueblo con poco esfuerzo. En las carretillas caben una docena y pico de locales, o en nuestro caso dos turistas, dos guías, dos motos y dos conductores de menos de trece años cada uno. Durante el trayecto, que es muy divertido y recomendable a no ser que tengas problemas de cervicales, es frecuente tener que parar para no chocarte con los trenes que vienen en sentido contrario. Cuando eso pasa uno de los dos grupos se baja, desmonta el tren y deja paso al otro. No sabemos como arbitran las preferencias, pero en nuestro caso los que se bajaron fueron siempre los locales, según nuestros guías porque nosotros llevábamos moto y eran más pesadas de bajar,aunque yo creo que lo de que fuéramos turistas pesaba más que las motos. De vez en cuando también había que parar para dejar paso a algunas de las vacas y búfalos que andaban de lado a lado de la vía, o para rearrancar el motor que se calaba. Total, que la lluvia nos pilló a medio camino de ninguna parte, lo que no hizo sino aumentar la diversión. Vale la pena decir que la atracción la gestionan los niños de los pueblos por los que pasa el tren, y es a ellos a quienes se paga y son ellos los que te llevan, sin intervención de adultos. Bun nos contó que algunos turistas contratan el trenecito para ir desde Battambang hasta Phnom Penh, y tardan "sólo" tres días y tres noches. En nuestro caso fueron unos veinte minutos, pero valieron mucho la pena.

Acabada la excursión yo me quedé en la habitación a reposar mis doloridas posaderas y Carol se fue de exploración por la ciudad. Por lo que cuenta se lo pasó pipa hablando con la gente y visitando todas las peluquerías de la zona. No me preguntéis por qué, pero es lo primero que hace en cada pueblo y ciudad aunque luego no entre en ninguna, y si entra es sólo a tirar fotos, como en este caso.

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Pero aunque en Battambang nos hemos encontrado con personajes de esos que te hacen pensar que Camboya va a mejorar mucho su situación en los próximos años también hemos convivido con su cara más inmediata y más triste, la de los desamparados. Por los alrededores del restaurante donde desayunábamos por las mañanas mendigaban, entre otros varios, una chica amputada y embarazada y un chaval de unos 8 años que hacíamos su hijo. Tirando del manual que mencionaba al principio del post, a la mujer le dijimos que no la primera vez que vino a pedir limosna, pero cuando la vimos descuidando discretamente las sobras que nos habíamos dejado en el plato no pudimos sino cambiar de opinión. Al chavalín, que vino inmediatamente después, le compramos un zumo, y en los días siguientes le dimos la mitad de nuestro pan con mantequilla habitual, con el que se iba contento como unas castañuelas. Pero la última mañana que estuvimos allí, tras darle su trozo de pan, decidimos que podíamos darle un par de dólares a la madre, que seguramente los administraría bien. Cuando el crío lo vio, todavía con su pan en la mano, nos siguió unos metros para ver si le caía algo más que su pan diario, pero en este caso nos mantuvimos fieles al manual del viajero responsable y no le dimos nada. Consecuencia, el crío se enfurruñó y tiró el pan, con toda la mala leche que pudo, a la cloaca que teníamos justo delante, para que no pudiéramos dejar de verlo. Nos fuimos de Battambang igual de confusos que llegamos.

viernes, 23 de mayo de 2008

Siem Reap: primera parada en Camboya

Cuando parecía que no íbamos a salir nunca de Laos y cumpliéndose 35 días de nuestra entrada, decicimos coger un vuelo y plantarnos en Siem Reap. Hemos hecho ejercicio de mentalización para despedirnos del país. Retrasamos al máximo nuestra partida porque no queríamos decir adiós a los saludos a todas horas y de todo el mundo, a la timidez de los laosianos, a la ayuda desinteresada, a la hospitalidad, y a una larga lista de cosas que han hecho del viaje a Laos una experiencia alucinante.

Salir del sur de Laos y meternos en Siem Reap ha llevado un par de días de adaptación. La ciudad está plagada de turistas que venimos a visitar Angkor Wat. Hay sitios en los que la esfera mochilera se cruza con la de los tours y da lugar a una mezcla curiosa. Unos seguimos el tour programado por Lonely Planet y otros el que marcan las agencias, y todos vamos a parar a Angkor Wat. Siem Reap se nutre y crece con las demandas de ambos y se adapta a los bolsillos de todos. Uno puede comprar, comer y alojarse según le imponga el presupuesto. Es cierto que la presencia de turistas con dinero encarece un poco las cosas pero en general hay para todos los gustos.

A nosotros después de dos semanas en el campo, sin más oferta que arroz y fideos para comer, nos apetecía darnos un capricho, así que nos hemos dedicado en estómago y alma a probar todos los restaurantes que hemos podido. Bendita pizza y bendito tiramisú.

El resto de nuestro presupuesto se ha ido en pagar las entradas a Angkor (40 dólares por 3 días), el transporte (los servicios de un tuktukero han sido 12 dólares por el recorrido grande y 20 por la visita a los templos más alejados, y el último día alquilamos unas bicis, 2 dólares) y algunas compras (mea culpa).

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En las visitas a los templos esperábamos hordas de turistas y nos sorprendimos cuando el primer día sólo nos cruzamos con unos pocos. Es cierto que sólo vimos los templos secundarios. El segundo vinieron todos los que habíamos echado en falta el primero y más. Por suerte cuando entramos en Angkor Wat llovía y lo pudimos ver bastante tranquilos. El último día madrugamos creyendo haber intuido los horarios y recorridos de los autocares y a las seis de la mañana estábamos en Angkor Tom visitando Bayon casi solos. Fue el día que más aprovechamos, aunque de vuelta tuvimos que pedalear 15 kilómetros diluviando. Si lo planeara todo de nuevo creo que haría el recorrido corto y largo en bicicleta y el día restante contrataría un tuktukero para visitar los templos que están más alejados.

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Explicar nuestras compras sin hablar primero de los camboyanos en casi imposible. Siem Reap es muy turístico, lo que significa que la mayoría del contacto que hemos tenido con ellos ha sido parte de una transacción. Aún estando todas las conversaciones encaminadas a la venta de algún producto o servicio nos lo hemos pasado muy bien. Yo creo que cuando uno lo tiene claro desde el principio se relaja y lo disfruta, o al menos eso nos pasa a nosotros. Nos hemos reído un montón porque los camboyanos son divertidos y bromistas y se les da muy bien camelarse al turista, o sea, nosotros. Como veíamos que la única relación con ellos que íbamos a encontrar en Siem Reap iba a ser esa hemos alargado al máximo el tiempo de cada compra.

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El último día además conocimos a Sophier, el dependiente de la farmacia, mientras comprábamos pasta de dientes. Ese día habíamos estado vagueando por ahí, sin hacer nada. Se nos acercó y en castellano nos explicó que estudiaba para ser guía de español, y que aprovechaba cuando venían españoles a la farmacia para practicar un poquillo. Le propusimos cenar juntos y nos invitó a su casa. Cuando salió de trabajar nos montamos los tres en su moto y nos fuimos para allá. Nos presentó a sus tres hermanos, a su cuñada, a su prima, al marido de su prima, a sus padres y a su abuela. Nosotros íbamos saludando con las frases que nos iba chivando Sophier, pero como no traducía nada nos quedamos con la duda de qué decíamos. Preguntamos por las profesiones de todos, si sabían inglés y todo lo que se nos ocurrió que podía ser un tema de conversación suficientemente sencillo para alguien que habla poco castellano pero a la vez interesante, para que no nos durmiéramos todos. El pobre Sophier tras media hora de español intensivo se cortocircuitó y nos invitó a movernos del porche al salón a ver la tele un rato. Como para demostrarnos sus habilidades como anfitrión sintonizó el canal internacional de TVE y allí nos tienes a los tres viendo a Jordi Hurtado en Saber y Ganar. Tras unas rondas de preguntas del programa la madre de Sophier reapareció por la puerta de la cocina, extendió una esterilla en el suelo y fue colocando los platos de la cena. Ésta consistía en pescado frito, panceta, huevos fritos y arroz. Típico khmer, decía el hermano de Sophier, pero lo cierto es que no era muy distinto de lo que comemos en España. Nos sentamos los tres a cenar y poco a poco se fueron uniendo más miembros de la familia. Se presentaron tíos y primos con más pescado y cervezas y se hicieron un hueco en la esterilla. Como ya éramos muchos y el ambiente festivo decidieron sumarle una botella de Johnny Walker. Alberto, que lleva el Ministerio de Invitaciones a Alcohol del equipo Asiasido, tuvo que vaciar un par de vasos. Pobrecillo, cuánto sacrificio, ejem. Con el whisky el inglés de todos mejoró y pasamos una cena muy divertida.

Antes lo he mencionado de pasada, pero he cumplido uno de los deseos que tenía desde que llegamos al sureste asiático: montar tres en una moto. Alberto dice que yo como paquete soy un paquete, valga la redundancia, y que me muevo mucho y lo desequilibro. En lo que llevamos en el sureste asiático ya hemos alquilado algunas motos y cada vez me llevo una bronca. Que si me muevo de lado, que si no apoyo el pie cuando tengo que apoyar, que si me subo brusco... A poner el pie en el reposapiés ya le tengo cogido el truco e incluso he sido capaz de dar un paseíllo yo sola. El otro día cuando Sophier nos propuso ir en moto los tres a mí me hizo una ilusión tremenda. Alberto me miró con cara de "no nos vayas a dejar mal". Llegamos a nuestro destino sin descalabrarnos, así que no debí hacerlo tan mal. Lo único es que no fui capaz de encontrar apoyo para los pies en todo el camino. Por lo que luego he observado aquí reposan los pies en el tubo de escape, y no se queman!

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También hemos visto unas motos que son un poco más pequeñas que las habituales. La marca es Chaly y es la que utilizan muchos niños cuando todavía son demasiado bajitos para las normales. Como aquí en cuanto llegas con los pies al suelo ya puedes conducir una moto es frecuente ver chavalillos motorizados. El otro día vimos un grupo de cuatro en una Chaly. La niña que la llevaba no tendría más de 10 años y los otros tres estaban entre los 8 y los 5. Pasaron por delante de nosotros esquivando coches y se apearon uno por uno en la puerta de un Chiquipark, donde se metieron a pegar saltos entre bolas.

Cambiando de tema pero siguiendo con Siem Reap, es inevitable no hablar de la que quizá es la impresión más fuerte que uno recibe al entrar el país: la pobreza. No es tanto el hecho de que tengan poco como que muchos de los que mendigan en la calle representan la tragedia de todo un país. Unos porque han perdido brazos o piernas en una mina y otros porque pese a ser niños aún no han conocido otra cosa que la calle. Todos intentan salir adelante con el dinero que trae el turista, al que abordan constantemente. Viniendo de Laos, donde la gente es pobre pero no vive del todo mal, los dos primeros días en Siem Reap fueron bastante chocantes.

Ahora estamos en proceso de elaboración de una de nuestras tonteorías sobre la psique de los camboyanos. En cuanto la tengamos un poco más desarrollada os lo contamos.

jueves, 22 de mayo de 2008

Asiasido versus Pakgoesto

Volviendo un poco atras en el tiempo escribimos esta entrada para pedir vuestra opinion. Ya contamos en una entrada anterior que Pako nos habia retado a una competicion fotografica en las fiestas del Boun Bang Fai. Aun no hay ganador porque no nos hemos puesto de acuerdo ni en las reglas ni en el premio (o castigo para el que pierda). Aqui os dejamos los set del equipo Asiasido y el equipo Rastas.

Fotos equipo Rastas

Fotos equipo Asiasido

A quien damos por ganador?

martes, 20 de mayo de 2008

Retratos Laosianos

Para que no se nos olviden...

Vale, son casi todo niños, pero es porque si los pequeños son tímidos los mayores son casi peor. No hay forma de sacarles fotos sin que se pongan tiesos como una escoba. Además, es que en Laos hay casi más niños que pollos, salen a cinco por familia. Y así pasa, que en cada pueblecito de nada tienen una o más escuelas, porque con cinco por familia a la que sean diez familias ya tienen para un par de clases. Profesores no tienen tantos, pero los niños van al cole igualmente. En treinta y cinco días y media docena de colegios visitados no pudimos encontrar ni un sólo profesor. En algunos casos andaban los niños sueltos, en otros había un vecino del pueblo haciendo guardia y en otros un par de vecinos voluntarios dando clase porque el titular estaba todavía celebrando las fiestas del Pi Mai, que habían acabado para el resto de los mortales hacía más de dos semanas. Si vais a Laos, no dejéis de pasaros por los colegios de las aldeas remotas, a ser posible con libretas y bolis. Si tenéis suerte se los podréis dejar a un profesor, y si no, a algún vecino avisándole de que son para el colegio.

abuela DSC_0126 flor
gorrito manos morros copy
pendiente pipa pollo2
sonrisa ventana zapatillas

Ahora andamos en Camboya, visitando Angkor Wat entre diluvios y soles infernales. En cuanto podamos os lo contamos,

sábado, 17 de mayo de 2008

La ruta nº 13, la otra cara de Laos.

Poco antes de llegar a Laos leí en un foro un comentario de esos que ningún buen hipocondríaco puede dejar pasar. Decía, más o menos, lo siguiente:

" Voy a Laos en breve y me preocupan los ataques que se suceden en la ruta nº 13. ¿Alguien tiene información al respecto?"

Yo evidentemente no la tenía, así que le pregunté a Carol, que se lee las guías de viaje de tres en tres y no se salta ni una palabra, un poco preocupado. La semana anterior ya me había convencido de que la barba me iba a proteger de las picaduras de los mosquitos y de la malaria, así que esta nueva crisis de pánico seguro que me la resolvía en cinco minutos. Efectivamente. Miramos en los mapas y vimos que la ruta 13 no es precisamente una carretera secundaria, sino la "autopista" que atraviesa el país de norte a sur. Además, en la L.P. mencionaba así de rasquis el tema y decían que hacía años que no había el más mínimo altercado. El único consejo era el de siempre, que consultes en tu embajada antes de salir de casa por si ha habido una revolución o algo. No daban más datos, ni del número de ataques, ni de los motivos, ni de los autores. Me volví a pasar por el foro días más tarde y la pregunta de mi colega hipocondríaco seguía en el aire. Nadie le había contestado pese a que él insistía. "No me puedo creer que nadie sepa si es seguro viajar allí o no", decía el pobre. En los blogs y guías que estuvimos mirando por internet tampoco aparecía nada del tema y todo el mundo resaltaba la seguridad de Laos, así que en mi subsconciente moví el asunto de la carpeta "Crisis en curso" a "Invenciones de viajeros". Cuando por fin llegamos a Vientiane las únicas pistolas que se veían eran las de agua del Pi Mai, y en la ruta nº13 el único peligro con el que nos cruzamos fue un loco echando una siesta en medio de la carretera. Y yo los primeros días iba atento por si veía algo raro., que conste. Por si ayudaba al del foro se lo expliqué tal y como lo habíamos vivido. Durante los treintaypico días que hemos pasado por aquí hemos visto como en las tiendas dejan fajos y fajos de billetes en el mostrador, protegidos sólo por un cristalito, y como los niños campan a sus anchas, sin nadie que les vigile y aparentemente sin nada de que tener miedo. Y por supuesto, los laosianos nos han parecido la gente más tímida, pacífica e inofensiva del mundo. Ni siquiera con el Lao Lao de las fiestas hemos visto el más mínimo acto de violencia.

Pero claro, como decía Carol en el post anterior, nosotros vivimos en el mundo del turista, como absolutamente todos los occidentales que se mueven por aquí, sean conscientes o no, y no nos enteramos de la misa la mitad. A veces nos hemos preguntado por el nivel de opresión que había en el país, pero era la pregunta equivocada. Los parámetros en el sudeste asiático son distintos y la frontera entre democracia y dictadura no está nunca muy clara, y tampoco está muy claro que la "libertad" sea el principal objetivo de los ciudadanos. En Tailandia, por ejemplo, el pueblo confía mayoritariamente en el Rey, y muchos desearían que asumiera mayores poderes para acabar con la clase política "democrática", de la que no esperan más que corrupción. Hace poco más de un año tuvieron un golpe de estado militar justamente por eso, y llevan desde entonces sin gobierno. Cuando pasamos por allí estaban de elecciones, pero por lo que sabemos todavía no han conseguido formar gobierno. Y aparentemente la vida de la gente sigue como si nada, por lo menos a ojo de turista. En Tailandia, por otra parte, tienen conflictos en las regiones musulmanas cercanas a Malasia, pero eso es algo que los medios occidentales tratan a menudo, así que no pilla por sorpresa. Pero, ¿que clase de conflicto pueden tener en Laos para que sus pacíficos habitantes se líen a tiros?

En los últimos días, y de forma totalmente independiente al asunto de este post, habíamos empezado a darnos cuenta de que la bandera comunista que ponen en algunos locales no es sólo un reclamo pintoresco para captar turistas, sino que coincidía con los locales más céntricos y con mejor aspecto de cada ciudad o pueblo. Y la actitud de sus dueños era bastante menos amable que la de sus colegas, rozando en algunos casos la chulería. Como no dejamos pasar día sin desarrollar una teoría (tonteoría, según Carol) la que justifica esto es que lo único que queda de "comunista" en Laos es el aparato político y los chanchullos, y el que pasa por el partido recibe las mejores concesiones y ayudas, mientras que el que no pasa sólo recibe palos en las ruedas. Por desgracia, el nivel de inglés de la gente con la que hemos hablado es muy básico como para tratar estos temas, que son ya de por sí un poco delicados. Y de cualquier manera, los ataques de la ruta número trece son otros, y tienen mucha más miga.

Cómo casi todos los problemas actuales del mundo, todo empezó a causa de la guerra fría, concretamente del conflicto en Vietnam. Si pensáis que ahora vendrá una retahíla de críticas hacia los EEUU, habéis acertado, pero esta vez las vamos a camuflar un poco para hacernos los interesantes y para dar un poco de trabajo a nuestros lectores de Virginia, si es que todavía aguantan. Como decía, la guerra fría y el temor a que el comunismo se asentara en el sudeste asiático fue lo que motivó a los EEUU, a través de la C.I.A., a formar un ejército privado en Laos que se encargara, inicialmente, de mantener alejados del gobierno a los comunista y, posteriormente, cuando estalló definitivamente el conflicto en el país vecino, de infiltrarse y cortar el suministro de las tropas vietnamitas del norte. Como los Laosianos, insistimos, son budistas y de lo más pacífico, reclutaron a las tribus Hmong, que al parecer ya tenían sus más y sus menos con los vietnamitas . La etnia Hmong es animista, vive mayoritariamente en las montañas y tiene gran conocimiento del medio natural, factor importante en la guerra de guerrillas. En palabras de sus ex-superiores de la C.I.A.: "son más robustos y aguerridos, y no ceden en sus posiciones". También les reconocían su extremada lealtad. Pero sin duda la principal ventaja a ojos de los EEUU era que no se trataba de ciudadanos americanos y por tanto no aparecían en las listas de bajas, ni tenían que ver sus cadáveres en los medios, ni discutir sus muertes con los políticos. Lo único que había que justificar era una cuenta contable minúscula en el presupuesto de defensa, pecata minuta comparado con el coste político de otras operaciones. Teniendo en cuenta que se trataba de una guerra secreta no reconocida por el gobierno americano, la discrección iba a ser clave. Mientras, el gobierno laosiano seguía manteniéndose neutral y en manos amigas. La C.I.A. seleccionó a los Hmong, les armó, les entrenó y les utilizó a través de, entre otros, Anthony Poe, un ex-marine del que se cuenta que pagaba un dolar por cada oreja comunista y diez dolares por cada cabeza, y del general Vang Pao, que sigue siendo a fecha de hoy un referente de la comunidad Hmong.

El General en su retiro de California.

Todas las atrocidades y trapos sucios del conflicto vecino se aplican también a éste: reclutas treceañeros, corrupción y tráfico de drogas, asesinatos masivos e indiscriminados, etc.. Terroristas de tomo y lomo, que diríamos ahora. Todo bajo el estricto control y supervisión de la C.I.A. y totalmente de espaldas a sus ciudadanos, por supuesto. Según datos de ACNUR 20.000 guerrilleros Hmong perecieron, poco comparado con las 50.000 bajas de civiles y los 150.000 desplazados. Luego llegaron los bombardeos masivos en el noreste de Laos, también secretos, que igual sirvieron para evitar que se instalaran allí tropas vietnamitas, pero que seguro que no fueron muy útiles para defender los valores democráticos en la región. En 1975 los comunistas se hicieron con el poder en Laos, y ésta abandonó su neutralidad previa a la intervención americana. Los Hmong que pudieron escaparon a Thailandia, y desde los campos de refugiados que se crearon allí, a EEUU. Pero la guerra seguía siendo secreta, y una vez los EEUU perdieron opciones en Vietnam, soltaron lastre y dejaron colgados a los Hmong que todavía seguían guerreando en la selva contra el ya comunista gobierno de Laos. Como era de esperar, infinidad de ellos fueron aniquilados por el nuevo gobierno. Entre los que pudieron huir se encuentra, por supuesto, el gran General Vang Pao, que vive retirado en California y que es algo así como el referente de la resistencia en el exilio y un héroe para muchos de los 100.000 Hmong que viven ahora en EEUU. Desde entonces suele acudir, siempre impecablemente vestido y rodeado de una cohorte de "consejeros", a todo acto público que tenga que ver con los Hmong, recaudando dinero con la clara y pública intención de "devolver la democracia a Laos por la vía militar" , pese a que muchos de sus compatriotas aún lo relacionan con el tráfico de drogas y los asesinatos. Y aquí es donde enlazamos con el objeto del post, que no es otro que explicar los ataques a turistas de la ruta nº 13.

Han pasado más de treinta años desde que los comunistas obtuvieron el poder en Laos, y como decíamos al principio, de los ideales originales queda más bien poco, igual que de la guerra fría. El país ha ingresado en la ASEAN, ha empezado a aceptar ayudas internacionales y a potenciar el negocio del turismo. Incluso, oh sorpresa, ha sido "perdonado" por los EEUU, que en el 2004 levantó el embargo al que los tenía sometidos desde que los comunistas se hicieron con el poder en 1975. La rabieta del mal perdedor ha durado casi treinta años. Ahora las tribus Hmong supervivientes parecen haberse reconciliado con el gobierno y son, al menos a ojos de turista, exactamente igual a las demás. En Luang Prabang , por ejemplo, son las mujeres Hmong las que acaparan el mercado de artesanía y las que tienen el contacto más directo con los turistas. Concretamente, son las culpables de que nos hayamos llevado más de media docena de fundas nórdicas entre sonrisas y sin tener ni idea de por lo que habían pasado ellas, sus maridos o sus vecinos. Y es que todo ha cambiado mucho desde entonces. Todo menos los guerrilleros Hmong que siguen ocultos en la jungla, perseguidos por el ejército Laosiano y luchando aún por cambiar el signo del gobierno.

Al parecer las muertes de varios turistas en el 2003 fueron causadas por guerrilleros, pero el gobierno Laosiano intenta negarlo preocupado por las repercusiones en el creciente negocio turístico. Hubo bombas en mercados de la capital, ataques a autobuses, y balas perdidas por doquier. Oficialmente, ataques de gamberros y delincuentes comunes. Pese a que el gobierno ha utilizado los métodos más brutales para acabar con los guerrilleros, incluida la guerra química, no ha podido acabar con ellos, ni tampoco ocultar su existencia. En algunos momentos prometió amnistía a los que se rindieran, pero al parecer los que lo hicieron fueron ejecutados. Más o menos por esas fechas el periodista Philip Blenkinsop consiguió encontrar a algunas de las familias que aún hoy sobreviven en medio de la jungla en las condiciones más precarias. Según cuenta, todos se arrodillaron al verle, pensando que era la avanzadilla americana que venía a acabar con el gobierno comunista. Era el primer hombre blanco al que veían en 30 años, los mismos que llevaban esperando a que los americanos, a los que fueron tremendamente leales, volvieran.

Hmong recibiendo al periodista Blenkinsop en el corazón de la jungla.

Lo que no se podían imaginar era que los dirigentes de EEUU, que tenían ya la cabeza en otras cosas (léase el 11S, Irak, etc...) se hubiesen reconciliado con el gobierno comunista y lo hubiesen aceptado como legítimo. La gota que colma el vaso es de hace muy poquitos días, y no es otra que la detención en EEUU del General Vang Pao. Se le acusa de intentar comprar armas (rifles, explosivos plásticos, cohetes antitanque, cohetes antiaéreos, etc...) con el fin de rearmar a los Hmong y echar a los comunistas del gobierno. El lo niega, y dice que sólo quiere la reconciliación pacífica con los comunistas para que sus compatriotas puedan volver en paz, pero en muchas de sus campañas de recaudación admitía que querían dar un golpe militar, así que lo tiene un poco complicado. Lo más ridículo del asunto es que ha sido acusado por los mismos que hace cuarenta años le contrataron precisamente para llevar a cabo la tarea de la que le acusan: acabar con el comunismo a cualquier precio. Antes era una lucha por la libertad y ahora es terrorismo, ejemplo perfecto de cómo funciona la lógica política norteamericana y la desvergüenza de los dirigentes mundiales. A ver quien se lo explica ahora a los leales Hmong que todavía andan esperando que vengan a salvarles. Así no hay manera de dejar de ser maniqueístas, la verdad.

Pero si nos atenemos al interés del turista, que es de lo que debería ir el blog, aquí no pasa nada. Guerrilleros deben quedar cuatro, y ahora que han cortado las alas de su principal instigador es posible que ni eso. Hace años que a los rebeldes no se les conocen ataques. Además, a nadie interesa que se hable del tema. Ni al gobierno laosiano, que los extermina sin piedad, ni al gobierno estadounidense, que mira para otro lado y legitima al gobierno que ordena las matanzas, quizás pensando que cuantos menos queden menos les acusaran de haberles abandonado o de todas las barbaridades que cometieron siguiendo sus órdenes, ni a la industria turística, que tiene en Laos un filón importantísimo. Total, que no hace falta ni preocupar a los viajeros porque ni pasa ni va a pasar nada más y todos podemos seguir viajando tranquilamente por aquí y disfrutar de los paisajes y de la sonrisa (inexplicable ahora) de los Laosianos, de los Hmong y del resto de gentes que pueblan este maravilloso país, que diría Jose Luis Uribarri. Para nosotros, turistas, los únicos efectos de todo esto serán unas anacrónicas banderas comunistas (divinas para las fotos) y algún que otro cenicero fabricado con casco de bomba americana. Y si hacéis el tour en touk touk por las aldeas de Muang Sing igual tenéis suerte como nosotros y dais con unos fabricantes de fideos de arroz simpatiquísimos que desde hace treinta años utilizan un trozo de mortero con agujeros para extrusionar los noodles. Para que luego digáis que no contamos las cosas buenas que hacen los americanos, que hasta regalan maquinaria para que los pobres laosianos puedan comer...

Pues hale, ya tenemos post y redacción "tema libre" de segundo de ESO todo en uno. Si alguien ha aguantado hasta aquí y todavía no ha conseguido conciliar el sueño le recomiendo que lo intente con estos artículos, aunque aviso que igual os acaban desvelando por una semana:

La Insignia (Totalmente recomendable. Artículo de Rafael Poch, corresponsal en Asia de "La Vanguardia")

El Aliado que EEUU olvidó en Laos (Artículo de "El Mundo")

Laos: Uso del hambre (Amnistia Internacional)

La última guerra del General Vang Pao (NYTimes)

Y ya de paso, para ver que la historia se repite y que lo peor de todo es que no aprendemos, leed sobre el ejército del futuro y ved las ventajas infinitas que tiene comparado con lo de los Hmong. Ahora ya no habrá que organizar misiones de rescate ni que rasgarse las vestiduras por los "abandonados". Una sencilla carta de resolución de contrato con su finiquito correspondiente remitido a la futura viuda y todo arreglado.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Bolaven Plateau: Tadlo y alrededores en moto

Al ver que el tiempo en las islas se nos ponía en contra y que aún nos quedaban unos días antes de volar a Siem Reap decidimos pasar al plan B: el Bolaven Plateau. Esta zona, llena de aldeas y plantaciones de café, mucha gente la recorre en moto en un viaje de varios días saliendo desde Pakse. Nosotros optamos por la opción burguesa que es ir en autobús local a Tadlo, un pueblo en medio de la región, coger un guesthouse con terracita y vistas a unas cascadas, y desde aquí alquilar una moto uno un par de días. El autobús local de momento fue el más pintoresco en el que hemos viajado, siendo los únicos guiris y con nuestras mochilas rodeadas de ramas de plataneras, sacos de arroz y bolsas de pepinos. Nos dejó a un par de kilómetros de Tadlo, al que, ahora que nos hemos puesto cachitas, llegamos caminando sin problemas. Yo, muy fina, quería vistas a las cascadas, pero los guesthouses de allí nos pedían un ojo de la cara, así que acabamos en uno con vistas al río y bueno, las cascadas achinando un poco los ojos también se ven. Nos cuesta cuatro euros y medio, que para aquí no es ninguna ganga. Es curioso como nos han cambiado los estándares de lo que es barato y lo que es caro. Hace unos meses pagábamos 40 euros en Australia sin rechistar y ahora más de 5 nos parece excesivo.

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Tadlo en sí tiene poco más que el río, unos cuantos guesthouses y dos o tres restaurantes donde te alquilan motos. Para no ser menos que las islas, aquí también tienen internet por satélite. Por un precio que cuadriplica lo que pagas en la capital puedes leer el correo o publicar este post. Pese a que la oferta de guesthouses y resorts es amplia no vemos demasiados turistas, algo bueno tenía que tener la temporada de lluvias. Al pasar el último guesthouse y sin separación evidente, comienza una aldea típica laosiana con su templo, su escuela, su gasolinera (en la foto) y su tienda de refrescos. Pese a la proximidad al mercado turístico la vida allí parece igual que en cualquiera de las otras aldeas que se ven en la carretera. A nosotros nos ignoran, eso sí, siempre saludando y sonriendo al pasar. Ni siquiera los niños piden dinero o bolis, lo que sucede en otras zonas frecuentadas por turistas.

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En los días que hemos estado aquí nos hemos alquilado una moto. Manual, que en Laos no hay automáticas. Como no tenemos ni mapa ni nadie que nos lo proporcione nos hemos movido a la aventura recorriendo todos los caminos de tierra que veíamos salir de la carretera principal. Hemos ido a unas cascadas que aquí son visita obligada, pero sobre todo nos hemos parado en todas las aldeas que hemos podido.

tadlo5 En el norte la gente de las aldeas que encontramos estaba un poco más acostumbrada a la visita de turistas. Aquí, al llevar la moto, que nos permite meternos por más caminos y llegar más lejos, hemos visitado pueblos que por cómo nos han recibido, no debían haber visto muchos farang. En uno nos sentamos en el bar-comercio que hay en casi cada aldea a tomar una Mirinda (sí, sí, aquí hay Mirinda). Cinco minutos después ya teníamos a todo el pueblo congregado alrededor mirándonos casi más fijamente que a los culebrones tailandeses. Cuando hacíamos algo inesperado o intentábamos preguntar algo les daba a todos la risa y nos respondían con un chorreo en lao que a saber.

En otro pueblo los niños al vernos se han quedado horrorizados y los más pequeños a la que te acercabas lloraban asustados. Encima una de las abuelas, que para mí que estaba loca, ha venido y les ha dicho algo en lao que por la reacción ha debido ser "Cuidado que estos farang vienen a secuestraros!". Y después de eso ya no ha habido manera.

En otro distinto nos han hecho gestos animándonos a que nos uniéramos a una fiesta y a la que entrábamos por la puerta nos han parado y nos han indicado sonriendo que diéramos la vuelta, que lo que buscábamos allí no estaba. De lo que querían decir tenemos dos teorías. Una es que estaban de celebración animista, en la que no está permitida la entrada a los extranjeros, y que lo que nos han dicho es que nos fuéramos. La segunda es que al vernos entrar han pensado que nos habíamos perdido buscando las cascadas y nos indicaban que teníamos que dar la vuelta. Esto cuadraba más con que unos nos invitasen a entrar y otros distintos al vernos no entendieran por qué parábamos. Además yo imagino que para ellos es difícil de comprender que hayas llegado allí porque ver su pueblo te parezca algo interesante y no porque te hayas perdido. Ante la duda hemos dado las gracias y nos hemos marchado. Al volver a Tadlo le hemos preguntado al del restaurante y nos ha dicho que los laosianos siempre invitan a entrar en sus fiestas...y que lo difícil es salir de ellas.

Y en otro más la tendera y su hija nos han dado conversación, ellas en lao y nosotros en spanglish, y nos han invitado a fumar de su tabaco (y sólo tabaco, eh). He aceptado por curiosidad y sorprendentemente tenía un sabor agradable. Mi subconsciente ha estado de acuerdo porque me ha tenido dos noches seguidas soñando que fumaba, después de 3 años de no hacerlo ni desearlo.

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En estos días algo que llevo sospechando desde hace tiempo se ha convertido en una certeza: no nos enteramos de la misa a la media. En Laos en particular y en el resto de países que hemos visitado en general. Vamos con nuestras mochilas, los recorremos de arriba a abajo, entramos a sus templos, montamos en sus autobuses y de vez en cuando tenemos la suerte de que alguien quiera darnos una pizca de información en directo. En el caso de Laos, después de hacer todo esto, la mayoría nos vamos con la impresión de dejar el paraíso. Pasamos por el país sin que el partido comunista nos incordie, sin ver a los guerrilleros Hmong escondidos en la jungla, sin pensar en tomar un tren que todavía no existe, sin pisar una mina, sin captar las tensiones entre laos y etnias y otro montón de cosas que flotan en el ambiente mientras nosotros jugamos con los niños. Yo me pregunto qué Laos es más el Laos real, el que he visto o el que me ha pasado desapercibido. Probablemente la respuesta sea una mezcla de ambos, pero uno no puede evitar sentir que es un poco como el guiri que cree conocer España porque ha corrido los Sanfermines y que se vuelve a su país con un sombrero mejicano debajo del brazo.

En dos días estaremos en Siem Reap. Volaremos desde Pakse para celebrar el cumpleaños de Buda en Angkor Wat el día diecinueve. ¿Sacarán tarta? Espero que sí porque esta dieta de arroz y fideos va a acabar conmigo.

No puedo terminar el post de Tadlo sin recomendar el restaurante, tienda y servicio de alquiler de motos Palamei (se pronuncia Palamí, que suena todavía mejor). Sus dueños, el señor Po y su mujer, que da nombre el local, son muy simpáticos, tienen buenos precios y además cocinan las mejores patatas fritas caseras de este lado del Mekong.

Cierro con unas fotos de lo que nuestros vecinitos de Tadlo se han cazado para desayunar con sus tirachinas y que nos han enseñado orgullosos al vernos salir por la puerta.

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martes, 13 de mayo de 2008

Si Phan Don, las cuatromil islas del Mekong.

vientianeTras hacer escala en Vientiane, donde nos dio el tiempo justo de ver los templos que no habíamos visto cuando estuvimos por el Pi Mai, tomamos un bús nocturno que nos llevó al sur, a Pakse, en 11 horitas de viaje. El autobús tenía miga, porque en lugar de asientos tenía camas, y en lugar de ir dormidos fuimos criogenizados a doce grados centígrados. Suerte que las mantas eran gordas. Aparte del tema del frío el autobús estaba muy bien, y sólo nos sobró el amigo del conductor, que no callaba, y el que el colchón de Carol fuera a la vez la caja fuerte del vehículo. Cada vez que pasábamos un peaje (aquí las carreteras y los puentes se pagan) venía el copiloto a sacar los papeles y no precisamente con cuidado. Pero bueno, al igual que la sargento Ripley en el Nostromo, llegamos al destino casi sin enterarnos. En Pakse teníamos pensado descansar un día en caso de que el trayecto fuera muy pesado, pero como no fue así seguimos esa misma mañana para las 4.000 islas. Las 4.000 islas es la zona donde el Mekong se ensancha justo antes de llegar a Camboya, formando un casi-lago y dando lugar a infinidad de islitas, algunas de las cuales están habitadas. Nos habían contado que eran muy bonitas, y que además allí vivían los delfines de agua dulce Irrawaddy, que deben su nombre al ahora tristemente famoso río de Myanmar.

xieng-khuan-buddha-parkEn el autobús que nos llevó de Pakse a las islas, el primero auténticamente cómodo en el que hemos viajado por aquí, vivimos uno de los momentos más surrealistas del viaje cuando para amenizar el trayecto nos pusieron, a todo trapo, la película "El vuelo del Intruder". La peli, por si alguien ha tenido la suerte de no verla, explica como unos heroicos aviadores norteamericanos bombardean Hanoi y destruyen los mísiles y demás defensas antiaéreas, que al parecer es lo único que hay en la ciudad. Vietnamita no se ve ni uno (bueno, dos, pero de rasquis), así que las ametralladoras maléficas que disparan solas a los pobres soldados son algo así como Terminators comunistoides. La película por si sola ya es como para quedarse con la boca abierta, pero que nos la pongan los laosianos, todavía régimen comunista de los de la hoz y el martillo, tiene guasa, especialmente cuando por culpa de la guerra de marras, y sin comerlo ni beberlo, el país tuvo el dudoso honor de convertirse en el más bombardeado del mundo. Y para colmo sólo hace unos pocos años que los americanos los borraron de su lista del eje del mal y reestablecieron las relaciones. Por lo que nos dice la gente, aquí no se mira hacia atrás, y como ahora los EEUU aportan ayuda, pues borrón y cuenta nueva. Seguramente hacen bien, pero la verdad es que la película nos la podían haber ahorrado, que nosotros hubiéramos disfrutado más con los habituales vídeos de karaoke laosiano.

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Al poco de acabar la peli llegamos a destino. El autobús nos dejó al borde del río, en un pequeño embarcadero desde el que se accedía a Don Khong, la isla más grande y menos turística de la zona. Desde allí organizan excursiones en bote a las atracciones de las otras islas, así que pensamos en quedarnos un par de días para ver si valía la pena seguir bajando o no. Laos es relajada, muy relajada, pero lo de las islas ya es el colmo. En los guesthouses, que estaban semidesiertos porque la temporada de lluvias no es precisamente la más adecuada para visitar la zona, nos atendían en pijama, y a las horas del culebrón tailandés como mucho nos dedicaban una mirada desde el sofá, pero hasta que no acababa el capítulo allí no se movía ni el tato. Ni en mis tiempos del Spectrum había mirado yo una pantalla con tanta concentración como la que le dedican aquí a los culebrones tailandeses. No se si será porque llegaba a los restaurantes a las horas que no debía, pero en Don Khong es uno de los sitios del viaje (junto con Nong Khiaw) en donde peor he comido. O falta de ganas o falta de práctica, pero la verdad es que excepcionalmente mal. Por suerte, teníamos los desayunos de nuestro guesthouse (Souk Savay, que recomendamos), en los que nos ponían un excelente pan de barra recién hecho. Desde aquí damos las gracias al señor panadero de Don Khong por salvar a nuestras papilas gustativas de un suicidio seguro.


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Comida aparte, la isla era de lo más tranquila. En realidad lo único que hay para hacer allí es darse paseos en bici por la carretera desierta que atraviesa los campos de arroz y parar de vez en cuando en los chiringuitos de las aldeas a tomarse una naranjada. O intentar acercarse a los búfalos de agua que descansan en los charcos sin que se asusten. O ver un rato como faenan los pescadores en el río. O conectarte un rato a Internet mientras el dueño del cibercafe se pasea en calzoncillos por allí y el resto de la familia dormita a la luz de la tele. No es que nos aburriéramos, porque la verdad es que es lo mismo que estamos haciendo en el resto de Laos y nos lo estamos pasando pipa (es difícil de explicar, pero es así), pero el hecho de que la comida fuera tan mala nos decidió a mudarnos a las islas del sur en menos de dos días. Le compramos a la mujer del señor de los calzoncillos un billete en bote para Don Khone, que se supone que es la isla más tranquila y desde la que se pueden ver los delfines sin necesidad de excursión, y nos fuimos para allá al día siguiente.


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Pero la señora o no nos entendió o no nos explicamos bien, o simplemente estaba más atenta a las palabras del galán de turno que a las nuestras, y en el billete escribió Don Det en lugar de Don Khone. De eso nos dimos cuenta al día siguiente cuando nos hicieron bajar en la isla que no era, claro. Y como querían cobrarnos casi otro euro por llevarnos a la isla correcta decidimos quedarnos y probar. Además, las dos están comunicadas y se pueden recorrer en bici, por lo que tampoco del todo mala opción. Pero la verdad es que la acumulación de guiris ( de los que menos nos gustan ) y de guesthouses no tenía muy buena pinta. En el "embarcadero", por el que se paseaban un par de búfalos de agua, había montada una especie de playa con tumbonas y sombrillas sólo apta para los británicos más confusos. Los británicos no estaban aún, porque eran las once de la mañana y todavía no se habían acabado sus cervezas matutinas, así que seguían en el bar, pero seguro que no tardarían en llegar. Tras cinco minutos de deambular por la calle de los guiris una doceañera, como no, nos convenció de que nos quedáramos en su hotel. Suyo no sería, pero como era la que mejor ingles tenía de la familia, era la que hablaba con los turistas y la que se encargaba de casi todo. Nos pidió 20.000 kips por noche (1,5 euros al cambio), y aunque la habitación era de las más cutres que hemos visto en todo el viaje, nos quedamos, más que nada porque lo de dormir por menos de un euro cada uno aún no lo habíamos experimentado. Dejamos las cosas y nos fuimos a alquilar unas bicis para explorar la isla y para alejarnos en la medida de lo posible de la Disneylandia mochilera que se había montado allí.


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La isla es bonita, pero entre que el cielo estaba gris y el bochorno era asfixiante no acabamos de disfrutarla, o por lo menos no tanto como nos habían prometido. Cruzamos el puente que construyeron los franceses y llegamos a las cataratas, bastante espectaculares para ser Asia, y a una playa en la que se supone que te puedes bañar, pero con tanta corriente que si tienes mala suerte, como parece que la tuvo un chico español de nombre Xevi hace unos años, te ahogas. Evidentemente no nos metimos, y nos fuimos directamente a comer a uno de los chiringuitos de la zona. Por lo menos la comida era mejor que la de la isla norte. A la vuelta, totalmente amodorrados, paramos a echar una siesta en un bar de hamacas en el que sólo había tres niñas laosianas jugando a las cocinitas. Nos quedamos un rato en la hamaca esperando a que vinieran los padres, pero como allí no aparecía nadie y nos daba un poco de apuro echarnos una siesta sin consumir le preguntamos a la mayor, que tendría unos seis años, si podíamos tomarnos una pepsi y un agua. Nos las puso y nos las cobró, y cuando vinieron los siguientes clientes y también les atendió ya vimos que no estaba allí esperando a los padres, sino que éstos la habían dejado al cargo no sólo de los hermanos sino también del local. Alucinante. Una siesta y media después llegamos al guesthouse, y al poco empezó a llover, que para eso estamos en temporada de lluvias. Nos dio el tiempo justo de cenar y de "encerrarnos" (lo entrecomillo porque las ventanas consistían en un par de agujeros con barras, así que muy hermético no era el sitio) en la habitación antes de que empezase el diluvio universal, que duró casi toda la noche. Al día siguiente todo estaba tan sumamente embarrado y el tiempo era tan poco prometedor que decidimos volvernos para Pakse esa misma mañana, sin ni siquiera intentar ver los delfines. Al parecer en el Mekong camboyano también hay, así que igual si nos pilla mejor tiempo lo intentamos allí.

Pues eso es todo respecto a las 4.000 islas. El post ha salido un poco plomizo, pero es que lo de ver islas cuando el tiempo no acompaña es lo que tiene... ni fotos hemos podido sacar casi. En el próximo nos esmeraremos más, prometido.

lunes, 12 de mayo de 2008

Terremoto en Wenchuan, China.

Siguen las desgracias en Asia, y parece ahora le toca a China. Nos dice Jose desde alli que a diferencia de lo que ocurre en Birmania, alli el gobierno informa de la situacion, y posiblemente tambien ofrezca ayuda rapida. A ver que pasa. Si quereis obtener informacion de origen podeis hacerlo aqui.

viernes, 9 de mayo de 2008

Nuestro granito de arena

Estamos leyendo cada día en las noticias cómo va aumentando el número de víctimas mortales y desaparecidos en Myanmar. Después de vivir la hospitalidad de los países del sureste asiático nos resulta imposible no intentar ayudar de alguna manera. Aunque estemos más cerca, tampoco sabemos formas distintas a las que se pueden realizar desde España, así que nos apuntamos a las siguientes, y os pedimos que en lo que cada uno pueda también pongáis vuestro granito de arena.

Datos recogidos del blog de Pako:
"En las mías, en estos momentos, solo cabe la posibilidad de ayudar mediante algún tipo de asociación u organización no gubernamental, y así lo he hecho:
Datos de la catástrofe por Cruz Roja Española.
"
Para hacer una donación online a través de la web de Cruz Roja en 2 minutos con tu tarjeta de crédito utiliza este link:

Añadimos algunas cuentas a través de la que la Cruz Roja está recogiendo las donaciones:

BANCAJA 2077-0014-36-6600002608
LACAIXA 2100 - 0600 - 85 - 0201960066
CAJAMADRID 2038 - 1500 - 71 - 6000002275
BBVA 0182 - 5906 - 86 - 0010022227
SANTANDER CENTRAL HISPANO 0049 - 0001 - 53 - 2110022225



Cohetes y lluvia en Muang Sing. Las fiestas de Boun Bang Fai.

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Aún no nos habíamos secado toda la ropa que nos mojaron en el Pi Mai y ya nos metemos en otro festival. En este caso es el Boun Bang Fai, la fiesta de los cohetes, que se celebra en muchas regiones de Laos pero que es especialmente gorda en Muang Sing, en el extremo noroeste. Y fíjate tú que casualidad que nos enteramos justo tres días antes y en Luang NamTha, a escasos cincuenta kilómetros... Total, que decidimos alargar la estancia en el norte para no perdérnosla, porque si hay una forma interesante de conocer un país (y divertida, por que no decirlo) es a través de sus fiestas. Especialmente en Laos, donde la gente es muy tímida y discreta y sólo el Lao-Lao o la Beerlao son capaces de desinhibirlos un poco. Así que nos despedimos de nuestro hostelero Mr Zankiuverimas, del restaurante Panda donde desayunábamos todas las mañanas, de la chica del cibercafé, que nos daba el cambio con tanta amabilidad que daban ganas de volverle a pagar, y del resto de comodidades de Luang Nam Tha para irnos un par de días a la remota Muang Sing, donde no hay casi asfalto, no hay internet y donde, según la Lonely Planet "los guesthouses son bastante maluchos", que para la L.P. es mucho decir.

Tras dos horitas compartiendo asiento, gafas y auriculares con un señor laosiano que consiguió sentarse en algo que probablemente era un reposavasos, nuestra minivan llegó a Muang Sing. El señor, al que según parece le iban mejor mis gafas que las de Carol y al que le gustó mucho Amy Winehouse, se bajó un poco antes al grito de "Sa Sa!!!" (So So?), por lo que los últimos diez minutos fueron hasta cómodos. En la calle mayor de Muang Sing, la única del pueblo que no es de tierra, vimos unos cuantos guesthouses, y nos metimos en el primero aleatoriamente. Se llamaba "MuangSing Guesthouse", y aunque no era precisamente lujoso tenía mosquiteras, ventilador, y lavabo privado, y pagamos sin discutir los 3 euros que nos pedían por la habitación. La verdad es que por estos lares no te puedes fiar mucho de la pinta de los hoteles, y hasta que no es de noche no sabes si vas a compartir la habitación con fauna o vas a poder dormir tranquilo, por lo que la mosquitera es casi el elemento más importante. En este caso acertamos. Con lo de las mosquiteras, claro, porque en cuanto cayó el sol los bichos, especialmente los saltamontes y los escarabajos, se apoderaron del hotel. Pese a que sellamos la habitación con celo y una bolsa de plástico a la mañana siguiente todavía encontramos dos o tres pares de coleópteros en las paredes, mochilas y zapatillas.

El primer día en Muang Sing intentamos alquilar unas bicis para dar una vuelta por los poblados que rodean el pueblo, pero fue imposible. En todo el pueblo sólo encontramos una tienda donde las alquilaran, justo al lado de la oficina de turismo, y según nos dijo el encargado, al que interrumpimos el vermut, ninguna funcionaba muy bien. Luego nos encontramos con Serge, con el que habíamos coincidido en Luang Nam Tha y que también se quedó más tiempo por el norte para ir al festival, y nos dijo que a él le había pasado lo mismo, y que se había decidido a ir andando los 10 km y pico que separan el pueblo de la frontera china o los poblados Yao y Akha. Nosotros pensamos que casi mejor contratar un tour, que había que reservar fuerzas para el festival, así que nos fuimos a la oficina de turismo y contratamos el más descansado que vimos, que te llevaba en tuktuk a unos diez poblados de alrededor. Ya nos avisaron en la oficina que probablemente nos tocaría ir solos y que la excursión sería más cara, y efectivamente así fue. Carol ya ha contado en otro post cosas de la excursión, así que me la salto.

Uno de los alicientes que tenía el festival es que unos días antes nos habíamos picado con Pako (nacido en Hortaleza, Madrid, pero con el pelo rasta típico de Cardenete, Cuenca) a ver quien sacaba las mejores fotos. Pako tiene carisma, tiene talento, es un gran profesional y un artistazo como la copa de un pino, que diría Jose Luis Moreno. Nos ha explicado mil aventuras de su viaje (volvemos a recomendar su blog, con el que coincidimos en muchos puntos de vista) y del mundillo fotográfico, a cual más divertida e interesante. Cuando lo conocimos ya había pasado por Birmania y venía encantado, así que si queréis haceros una idea de como estaba la cosa cuatro días antes del tifón, pasaros por su blog. A nosotros nos convenció de incluirla en la ruta tras sólo diez minutos de charleta, aunque tal y como están las cosas igual ya no podemos. Pero Pako tiene un problema, y es que es el auténtico rey de los Farangs del norte de Laos. Estos días no dejábamos de oir "Where is Pako?", "Have you seen Pako?" y similares por las calles de Luang Nam Tha y Muang Sing, y es que el tío se ha metido a toda la gente en el bolsillo (nosotros incluidos), y ahora tiene que pagarlo con una sobredosis de vida social que no le deja tiempo para poner el blog al día. Que les das, Pako? Y no nos digas que es la colonia...

boun-bang-fai2No sabemos quien ganará el combate, pero la verdad es que el día del festival fue una gozada y las fotos salían solas. Aunque el festival de Boun Bang Fai es un rito prebudista que se celebra justamente antes de la temporada de lluvias (su misión es justamente esa, invocar a las lluvias), este año se ha programado algo más tarde de lo debido, y las nubes y tormentas se le han adelantado. En esta época te puedes encontrar con tormentas, días nublados, o cielos de azul intenso con nubes algodonosas. El día del festival tuvimos las tres situaciones a la vez. Amanecimos nublados y con lluvia, pero a mediodía, cuando empezó la acción, el cielo estaba perfecto. Por la tarde volvieron las nubes, y acabó diluviando cuando ya se iba el sol, por suerte cuando las fotos ya estaban hechas. Así que perfecto para nosotros y también para los Laosianos, que con el aguacero debieron llegar a casa, si es que se llegaron a ir, un poco más despejados.

La fiesta se desarrolló en los campos de arroz del pueblo, donde a primera hora de la mañana ya andaban montando todos los chiringuitos, la orquesta, y donde poco a poco iban llegando las peñas con los cohetes, en plan procesión. A partir de la una o las dos de la tarde, cuando aquello ya estaba abarrotado de gente, empezaron los bailes y los lanzamientos de cohetes caseros. Los días de antes habíamos ido viendo como los fabricaban a base de cañas de bambú, pero hasta el día del festival no vimos lo enormes que eran algunos. Al principio los subían a la plataforma con mucho cuidado, y el encargado avisaba "que enciendo" y no quedaba nadie en veinte metros a la redonda. A media tarde las cosas habían cambiado, y cuando el hombre avisaba era para que no le diera a nadie el casco de la beerlao que se le había caído de la plataforma, que estaba más abarrotada que la pista de baile. Algunos cohetes llegaban bien lejos, pero otros fallaban o explotaban a escasos metros, y en esos casos el jefe de la peña responsable corría el riesgo de ir a parar al río. Mientras, las peñas comían, bebían y bailaban en los distintos tenderetes.

Laos2 A mi me reclutó la pandilla de la oficina de turismo, donde nuestro guía parecía bastante más despierto que el día anterior. También estaban por allí la mayoría de occidentales, Pako incluido, y el de la tienda de bicis, que ya vimos que era muy amigo de los de la oficina de turismo (y posiblemente no te deja la bici buena hasta que has pagado una excursión) . A Carol la secuestró una de las muchas pandillas de chinos que bajan para las fiestas, que la atiborraron a pinchos de nosequé y a lao-lao. Yo no la encontré hasta bastante rato después, para desgracia de los solteros que se la disputaban., porque los de la oficina de turismo nos habían programado a Pako y a mi un baile con la peña de las solteras ("de las solteras con solera y algunas con motivo", añado). Así que allí nos tienes en parejas, en fila india por medio de la plaza haciendo el paripé. A Pako se le daba bastante bien, que conste. Yo no le acabé de pillar el truco, y me perdí del todo cuando me chivó "esto es como las sevillanas", pero como mi recién adquirida novia laosiana me hacía que "ok ok", aguanté hasta el final de la canción. Luego nos volvimos a dispersar para tirar más fotos, y para dispersar la vergüenza también.

Laos

Los cohetes seguían, y cada vez que tiraban uno paseaban al jefe de la peña en un trono móvil, mientras unos le jaleaban y otros amenazaban con tirarle al río si el cohete fallaba. La verdad es que no vimos a nadie caer al río de forma involuntaria, y eso que teníamos la cámara preparada. Varios cohetes después me volví a encontrar a Carol , que había vuelto a caer en las redes de otros chinos, y a Pako, que andaba subido al trono con una caja de beerlaos a cuestas. Resulta que los farang reclutados por la oficina de turismo se habían unido para patrocinar uno de los cohetes, lo que era tan fácil como comprar dos cajas de cervezas, y lo habían nombrado representante. A esas horas ya llovía algo, así que nos fuimos a refugiar a los tenderetes. Yo me fui donde los chinos a ver si viendo que Carol y yo éramos pareja la dejaban irse, pero costó lo suyo. Me despistaron con una caña rellena de tamarindo pegajoso que me tuvo entretenido un rato, lo que aprovecharon para enseñarle de nuevo todos los pasaportes. Al final se pudo escapar, pero pagando prenda de foto y pellizcos varios. Volvimos al tenderete de la oficina de turismo y allí nos quedamos un rato, porque ya diluviaba. A esas horas algunos farangs ya andaban que se caían de la silla, y los guías andaban a lo suyo, abrazando todo lo que pillaban. A un pobre japonés que había a nuestro lado le tocó un abrazo de más de cinco minutos, que no sabemos como acabó porque tanto abrazado como abrazador desaparecieron misteriosamente. Por cierto, en Laos las demostraciones de afecto, desde darse besos hasta andar agarrados de la mano, se consideran de muy mal gusto, aunque en las fiestas parece que se olvidan algo. Como además de la lluvia se estaba haciendo de noche y estábamos en un campo de arroz a las afueras del pueblo, empezamos a desfilar. Para cenar nos juntamos con el resto de farangs y comentamos la jugada con Pako. De nuevo, más de la mitad de los que andábamos por allí éramos españoles (bueno, unos decían que eran vascos, nosotros ahí no nos metemos), precisamente los que aún estábamos despiertos. Los que no, no sabemos de donde eran porque no eran capaces de vocalizar, pero nos tememos que anglosajones. Nos despedimos de la gente y nos fuimos a acostar.

Al día siguiente nos levantamos pronto, como siempre aquí, y nos fuimos para la estación de autobuses, donde el nuestro salía a las ocho para Luang Nam Tha. Llegamos a las siete menos veinte con la intención de pasarnos a tirar unas fotos por el mercado matutino, a donde baja un montón de gente de los poblados étnicos a vender y comprar, pero nuestro autobús ya estaba medio lleno y yo me quedé guardando sitio. Carol se fue a tirar unas fotos (quedaba una hora y pico para que saliera el bus), y yo me empecé a poner nervioso cuando vi que ya no cabía nadie más y que empezaban a pedir billetes. Les dije que la iba a buscar, pero me dijeron "tranquilo, que no salimos aún", así que me quedé. Cinco minutos después, a las 7:10 de la mañana, volvía Carol, y otros 5 más tarde estábamos saliendo. Casi unna hora antes de lo previsto. Llegamos sin novedad, y pasamos el resto del día haciendo el vago e intentando quitarnos el hollín, la roña y el barro cogidos en el campo de arroz. Al día siguiente nos fuimos hacia el aeropuerto de Luang Nam Tha, recién construido y claramente inspirado en el aeropuerto de los clics de Famóbil. Allí pasamos por varios controles de seguridad mientras los locales se paseaban libremente por la pista de aterrizaje y entraban y salían a despedirse de sus familiares (no vimos ninguna gallina, que conste), hasta que nos sentamos en la sala de espera junto con otros veinte o treinta pasajeros. De vez en cuando una chica del aeropuerto se levantaba de su silla, se pasaba por delante de los veinte viajeros, y se metía, cinco metros más allá, en una habitacioncilla desde la que lanzaba mensajes de aviso por megafonía. Como nadie la entendía, ni en laosiano ni en inglés, cuando volvía para su sitio algunos le preguntaban "que has dicho?" y ella les contestaba, probablemente, que ya faltaba menos para el vuelo. Porque en todo el día sólo salía nuestro avión, pero por los mensajes parecía que estuviéramos en Heathrow

Ahora ya estamos en Vientiane, haciendo los trámites para prorrogar el visado, y pegándonos lujos como croissants de mantequilla. ¡Incluso hemos encontrado una esponja de las que rasca! Mañana nos vamos en autocar cama para Pakse, y desde allí visitaremos las 4.000 islas ( bueno, todas todas no, alguna ) e intentaremos ver a los delfines del Mekong. Sí, sí, que se ve que en el Mekong hay delfines... Ya os contaremos...


viernes, 2 de mayo de 2008

Luang Nam Tha o la tierra del pollo alienígena

Estamos en Muang Sing, a 58 kms y 2 horas de viaje de Luang Nam Tha, el pueblo desde donde escribimos el último post. Hemos venido porque aquí mañana se celebra el Boun Bang Fai, o Festival de Cohetes, que dicen que es la fiesta más grande de toda la región. Saldremos con las cámaras a ver si podemos hacer algunas fotos.

color Muang Sing está rodeado de aldeas de etnias diferentes: Hmong, Yao, TaiDam, TaiLue, Akha, Lolo y probablemente alguna más que se me olvide. Cada una tiene una lengua, un estilo de vida y una procedencia diferente, aunque la mayoría vinieron de China. Hoy hemos aprovechado que estábamos aquí para contratar un guía y un tuktukero y hacer una ruta por un poblado de cada tipo. Nuestro guía, de nombre Tin( o "Alegría", como nos ha traducido) era un ejemplo perfecto del estilo de vida laosiano. Ha aparecido con cara de resaca y una sonrisa de oreja a oreja explicando que estaba cansado porque el día anterior había estado de fiesta hasta las tantas (el Boun Bang Fai es el sábado, pero los laosianos ya lo están celebrando). A media excursión se nos ha perdido en una estupa en la montaña y hemos tenido que bajar sin él a preguntarle al tuktukero, que tampoco lo había visto porque estaba durmiendo en una hamaca. Al final ha aparecido tumbado en una sombra dándole a la húmeda con uno del pueblo. Y ahí aún estaba animado, pero ha sido comer en casa del tuktukero y ha ido cuesta abajo. Hacíamos apuestas para ver cuando se nos dormiría en el tuktuk. Subía el tío las pendientes como alma en pena y en cuanto ha visto un grifo ha metido la cabeza debajo a ver si se despejaba. Eso sí, sin dejar de sonreir. Lo cierto es que si nos hubiera tocado un guía así en cualquier otro sitio nos habríamos mosqueado pero aquí nos resulta imposible. Los laosianos, en general, tienen una forma bastante relajada de hacer las cosas pero son tan simpáticos y hospitalarios que es difícil enfadarse.

En el caso de los tuktukeros es muy parecido. Tú acuerdas el precio, te subes al tuktuk, y lo que habría de ser un camino directo se convierte en una ruta por la casa del tuktukero para recoger nosequé, por la estación que pille de paso para ver si coge más clientes, por el mecánico a comprar repuestos y luego ya por tu destino. Como normalmente no llevas prisa es muy divertido.

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Una de las cosas que nos sorprenden de los locales es su timidez para las fotos. Cuando pasas por los pueblos con la bici o andando la inmensa mayoría te saluda pero muy pocos acceden a posar delante de la cámara. Hoy hemos estado cerca de encontrar una explicación cuando las mujeres de un poblado Yao se han excusado diciendo que si les hacíamos fotos y la gente podía verlas sin ir a su poblado no vendrían a visitarlas (la segunda parte, no dicha, es que si no iban no podrían venderles la pila de bolsos, colgantes, monederos y demás que te ponen encima nada más verte). De todas formas este razonamiento no creemos que sea el más común y yo creo que normalmente es pura timidez. Los que muchas veces posan sin complejos son los niños y yo he acabado teniendo tarjetas de memoria llenas de fotos de niños pero apenas adultos. Tampoco ayuda mucho el hecho de que durante el día los mayores están trabajando en el campo y cuando entras a las aldeas sólo te encuentras a los niños y a los muy mayores. Hasta que no baja el sol no vuelven los adultos que, como es comprensible, se meten directamente a bañarse y cambiarse de ropa, y para cuando salen te has quedado sin luz.

akha Un buen sitio para hacer fotos es el mercado de Muang Sing. Las mujeres de las tribus bajan a vender sus productos y hay tanto ajetreo que no te prestan demasiada atención. Hasta consigues que algunas posen. Allí le hice el otro día una foto posada a una abuelilla que vendía en un puesto y cuando se la enseñé en el visor diciéndole "ngam lai" (muy guapa) le dio la risa floja de la verguenza y acto seguido me arreó un sopapo de "ay, qué maja!" de esos que sólo te dan tus familiares lejanos en las fiestas del pueblo. Claro que aquí las abuelas tienen el triple de energía que las españolas y la del otro día, que se empleó a fondo, me hizo polvo el carrillo.

De lo que también tengo un montón de imágenes es de cerdos, pollos, vacas y búfalos. Los laosianos deben pensar que somos medio tontos cuando nos ven hacerles reportajes enteros a sus gallinas. Pero yo no puedo evitarlo, porque sólo con las gallinas laosianas ya se podría escribir un libro. Las hay de muchos tipos y cada uno más extraño que el anterior. Las más comunes son las que no tienen pechuga, por lo que en las cartas de los restaurantes cuando hay pollo siempre es muslo. También hay otras que son medio gallina medio pavo, o a lo mejor son pavos medio gallinas. El resto sólo puedo describirlas como alienígenas. Nosotros las señalamos y a veces hasta las perseguimos cámara en mano mientras oímos las carcajadas de los locales a nuestra espalda.

gallina

Con otros bichos más desagradables que las gallinas también hemos tenido nuestros encuentros estos días. En Luang Nam Tha funciona el toque de queda y a las 11 y media todo el mundo ha de estar recogido. En los hoteles te piden que estés una hora antes, pero una noche se nos pasó y volvimos pasadas las once. Como en Laos la hora oficial de levantarse son las 6 de la mañana (y no intentes dormir más porque es imposible) volvíamos al hotel con ganas de plegar la oreja. Al entrar vimos un par de saltamontes pero como las paredes eran de bambú y con bastantes rendijas no nos extrañamos de que se hubiera colado algún bicho. Cuando estaba doblando la ropa para meterme a la cama vi una antena y pensé "esta la de la tele no es". Más que nada porque tele no teníamos. Cogí el spray antimosquitos, que es lo único que había a mano y solté un chorro en esa dirección. Acto seguido antena, dueño de la antena y primo del dueño de la antena hicieron presencia de cuerpo entero en la pared y resultaron ser dos cucarachas gordas como puños. Las cucarachas cuando aparecen por el suelo dan mucho asco, pero encima si están en la pared uno no puede evitar imaginarse que le van a caer en la cabeza y es mucho peor. Intenté arrinconarlas con el spray para que se fueran hacia la puerta pero echaban a volar y se me iban a otra pared fuera de mi alcance. Alberto desde la cama se negaba a matarlas y los dos nos negábamos a pegar ojo si seguían rondando por allí. Al final una cometió el error de ponerse a un metro de la Lonely Planet sin saber que a mí, cuando quiero dormirme y no puedo se me pone una mala leche de cuidado. Agarré la guía, ignoré el grito de Alberto de "Noooo, con la Lonely Planet nooooo" y le pegué el último librazo de su vida. Como ya estaba envalentonada en dos minutos me había cargado a la segunda. Al volver de echar los dos cadáveres al pasillo me fijé en que las paredes de la habitación estaban llenas de rendijas por entre las que se oía "ris ras ris ras", así que al día siguiente ya estábamos durmiendo en otro sitio.

hmong-girl Hablando de Lonely Planet, hoy nos han contado una cosa curiosa. Sobre Muang Sing la guía da a entender que hubo una sobreexplotación del negocio de los treks por parte de los locales y que a consecuencia de esto se abrió una oficina central que es la única autorizada actualmente a hacer estas excursiones y la zona, que es parque natural, sólo la puedes visitar acompañado de un guía. Hoy la versión que nos ha dado el guía es completamente diferente. Nos ha contado que la oficina se abrió porque hace unos años murieron 4 turistas. Resulta que muchos "farang" venían a la zona y se iban a pasar unos días a las tribus, donde se ponían hasta las cejas de opio. Los cuatro que murieron fue por sobredosis. Desde entonces se prohibió hacer trek por cuenta propia a las montañas y se creó el servicio oficial de guías. En las oficinas de turismo de Luang Nam Tha y Muang Sing además hay unos carteles bien grandes avisando de que está prohibido el consumo de drogas en los treks. Pues eso, dos versiones bastante diferentes.

Como el tema pollos y cucarachas es de poca ayuda para alguien que esté leyendo este post y vaya a venir a Luang Nam Tha, voy a ver si me sale algo práctico. Mi recomendación es alquilarse unas bicis, por menos de 1 euro al día, y visitar las aldeas de alrededor. En la tienda de alquiler de bicis te proporcionan un mapa que ni es a escala ni en algunas zonas se parece a la realidad pero que es suficiente para llegar a los sitios. Si quieres tener un detalle con las aldeas que visites y vas por la mañana, llévate cuadernos y bolis y los dejas en el colegio. También recomendable el Panda Restaurant, donde nos han servido los mejores desayunos de todo Laos y el guesthouse Adounsiri, que tiene unas habitaciones estupendas por 40.000 lak (unos 3 euros).

luang-nam-tha

Por cierto, mi plan de no darle dinero a Alberto para que no se deje timar ha fracasado completamente. En Muang Sing hay unas niñas guapísimas que venden bufandas y bolsos y te acosan a la que sales del guesthouse. El día que llegamos me alegré de llevar yo todo el dinero, pero me duró poco porque enseguida descubrí que Alberto, al ir sin blanca, en vez de comprar se dedicaba a regalar a las niñas los baturricos y pulseras que le habían encasquetado los de la banda de Luang Prabang. Es que con este chico no hay forma.