martes, 28 de octubre de 2008

La clase de japonés

Cuando el otro día contaba que me habían puesto en el parvulitos del japonés, mi amiga Susana me preguntaba si nos harían troquelar letras con un punzón y cosas similares. Lo que entonces parecía un chiste resulta que no anda tan alejado de la realidad como yo pensaba.

A lo largo del curso se suponía que íbamos a tener una actividad que se realizaría fuera del horario de clase. Yo me imaginaba, no sé, unas clases de ikebana o un taller de sumo. Pensaba que sería el equivalente japonés a ir a un tablao flamenco, y me veía dando patadas al aire o doblando cisnes en papel.

Bueno, pues el otro día nos entregaron el comunicado que anunciaba la fecha y la actividad y ni lo uno ni lo otro: visita de dos días a una escuela de cerámica. Uno de ellos sólo a mirar y el otro nos dejarán hacer una taza. Eso sí, sin asa, y esto lo ponía en letras gordas y negrita. SIN ASA! Es que lo del asa ya se debe pasar de peligroso.

El día de ir a mirar pero no tocar fue la semana pasada. Con decir que en la sala había tres abuelillas y mi clase lo digo todo. El profesor molón de mi escuela (es el que más laca lleva), el sensei Hasegawa, nos acompañó y nos dio una explicación muuuy larga en un japonés que nadie entendió. Luego nos dijo, hale, para casa, y esto ya lo entendimos todos y nos fuimos.

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Y es que el sensei Hasegawa no habla una palabra de inglés. El resto de mis profesores tampoco. Pero es que aunque lo hablaran tampoco serviría de mucho. La mitad de mi clase tampoco lo entiende. En toda la escuela sólo hay una persona que habla inglés y nos hace de contacto con el personal a los alumnos que hablamos inglés. También hay otra persona que habla chino y coreano, y es el que sirve de traductor al resto. Y en mi clase hay una ukraniana que a nadie entiende, porque sólo habla ruso.

El hecho de que las clases sean exclusivamente en japonés tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Las primeras son evidentes, aprendes mucho más, pero también hay cosas que con inglés de por medio se podrían resolver más rápidamente y que al tenerlo que hacer en japonés se alargan un montón y algunos detalles se quedan sin explicación.

En clase yo tengo como compañera a Nam, una chica coreana de mi edad que ha venido a Japón con un plan parecido al mío. Habla muy poquito inglés y tenemos que explicarnos la vida en japonés. Yo cada día me preparo lo que me haya pasado en el día anterior para contárselo, pero claro, con lo poco que puedo decir parece que las historias me las escribe el guionista de Barrio Sésamo. Ella con su diccionario y yo con la Nintendo nos vamos traduciendo la una a la otra y bueno, al final nos comunicamos. Eso sí, estoy convencida de que acaba igual de frustrada que yo, porque yo creo que nos caemos bien mutuamente y nos gustaría poder hablar de más cosas.

La procedencia del resto de la clase es de lo más variado. Hay dos chinas, dos taiwanesas, una tailandesa, dos coreanos, dos ukranianas, un vietnamita, un americano, un inglés y un francés (esto parece un chiste).

Yo creo que he tenido suerte, no sólo con la academia, sino con mis compañeros también. Pensaba que me tocaría en una clase de adolescentes recién salidos de los USA, y con los humos que da la edad y la nacionalidad, y cuando vi donde me había tocado respiré aliviada. Durante el viaje mis simpatías por los anglosajones han caído en picado y me apetecía evitarlos a toda costa, y hasta en eso he tenido suerte, porque de dos que hay en clase uno es muy majo.

También estoy contenta con las tres profesoras que tengo. Van explicando a buen ritmo, son agradables y han tenido varios detalles de los que te hacen pensar que se toman en serio su trabajo.

En fin, aquí pongo la foto que nos hicieron el otro día antes de ir a la exposición de cerámica. A mí, teniendo en cuenta que las ukranianas son bastante identificables, es fácil verme y mi compañera es la que está tan seria delante mío. A la izquierda, en una postura bastante incómoda, la sensei Hashimoto, mi profe. El resto, a repartir entre los países que he mencionado antes. Desde luego, si nos ve Toscani nos saca en una campaña de Benetton.

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sábado, 25 de octubre de 2008

Puffy Amiyumi: las vueltas que da la vida

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Mientras nosotros andábamos dando botes por Asia mi hermana Paula y mi pre-cuñado (David, el año que viene, si Dios, la familia cercana, la familia lejana, la falta de presupuesto o el oleaje en Estocolmo no lo impiden, será oficialmente mi cuñado) cuidaban de nuestra casa y de los gatos en Barcelona. Les hemos dado las gracias montones de veces, porque realmente sin ellos no nos habría sido posible marcharnos de viaje. Antes de que decidieran coger sus trastos en Estocolmo, alquilar su piso e irse un año a Barcelona yo andaba bastante preocupada pensando qué hacer con los gatos. Tengo que reconocer que son angustias de histérica y que me augura un futuro de absoluto sufrimiento como madre, pero estoy resignada.

La idea de que mi gato Tarikito y mi gata Chilindrina pasasen un año en casa extraña me tenía atrapada y llenaba mis pesadillas. Cuando Paula y David anunciaron su intención de irse a Barcelona 35 toneladas de peso se cayeron de mis hombros como por arte de magia. Alberto y yo, por supuesto, firmamos al instante. Y es que sabíamos que los gatos con Paula y David iban a estar no como con nosotros, mejor aún. Y así ha sido.

En este año mientras Paula se dejaba los días currando en el IRB de Barcelona, David se los pasaba en casa dándole al coco y al piano. Viendo los vídeos y las fotos que nos enseñaron después parecía que teníamos en casa a Richard Clayderman.

Tantas horas aporreando teclas al final dieron como resultado una canción que ha visto la luz este verano en Japón. Se llama "My story" y la cantan el grupo Puffy, dos japonesas muy chiquitillas que tienen mucho éxito aquí y hasta una serie de dibujos animados en la Cartoon Network americana.

En los días que llevo en Japón he oído ya varias veces la canción en comercios y la ponen en la tele en un anuncio de Kanebo. El año pasado cuando estuvimos aquí incluso vimos aparecer el vídeo de una canción de David para Puffy en las pantallas de Shinjuku. Ahora, cuando oigo el nuevo single, no puedo evitar pensar que lo escribió David en el salón de nuestra casa en Barcelona, a miles de kilómetros de aquí, con Chilindrina durmiendo al lado y alucino de pensar las vueltas que da la vida.

jueves, 23 de octubre de 2008

Aprende japonés reclamando (II)

Justo cuando yo pensaba que mis días de reclamar se habían acabado va mi recién comprada Nintendo DS y empieza a emitir un pitido continuo al encenderla. Cuando la compré lo hice con la intención de aprender japonés con ella, pero no pensaba que iba a ser para devolverla.

Yo sé de uno que se estará riendo ahora. El año pasado ya descambié una cámara aquí porque hacía así como clic clic. Qué culpa tengo yo de ser de oído sensible! Antes de que el pitorreo vaya a más quiero aclarar que esta vez es muy diferente. Hasta he encontrado a alguien que le pasa lo mismo y lo ha grabado en video. Otro incomprendido.

La verdad es que empiezo a sentirme un poco como el protagonista de la película aquella del día de la marmota. Me levanto, estudio, descambio algo, entro a clase, salgo de clase, compro algo, estudio y me acuesto. No vale decir que esto me lo evito no comprando nada. En Tokio eso es misión imposible.

Ayer, en medio de esta rutina conocí a la dueña de mi casa. La señora Pakky. Tiene tela que se tenga que venir una a Japón a tener una casera llamada Pakky. Nos saludamos muy cortésmente y con mucha ceremonia, como se estila aquí y nos preguntamos por la salud la una de la otra. Fue ella la que vino a saludarme al entrar yo por la puerta de casa y lo hizo por mi nombre. Me pareció curioso que se supiera los nombres y procedencia de todos los inquilinos.

La casa que la señora Pakky nos alquila a mí y a otros seis es realmente bonita. Bueno, realmente nos la alquila Sakura House, pero la señora Pakky pone su granito para que estemos contentos y le siga viniendo gente. La casa está recién reformada y hemos estrenado todo, desde los colchones a los frigoríficos.

Cuando acabamos de intercambiar formalidades le hice un comentario a propósito de la buena impresión que me había la causado la casa y a la mujer se le iluminó la cara. Se fue a buscar a una amiga, que andaba rondando por la casa, y me explicó que ella era la que se había encargado de las reformas y de los detalles de la decoración.

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Aparte de tener una amiga manitas la señora Pakky nos ha surtido de mapas, guías de viaje, planos de la ciudad, revistas de moda y decoración y una colección de libros de manga. Todo super ordenado y etiquetado en el salón. Y como se ve en la foto de la izquierda hasta tenemos un jardín zen con estanque de pececillos.

Con estos últimos creo que el tailandés que vive abajo ha tenido alguna historia. Ayer le oí que se lo contaba a la casera pero no me enteré de gran cosa. Su habitación da al estanque, no sé, igual este tipo de pez ronca.

martes, 21 de octubre de 2008

Aprende japonés reclamando

Ayer, en una tienda de electrónica, donde más solemos curiosear los gaijines, tuve la ocasión de poner a prueba todo lo que he aprendido. Compré una antena usb, para ver si ampliando el alcance de mi wifi consigo encontrar una gratuita. Salí de la tienda y me senté en una cafetería a probar el invento pero para sorpresa mía al abrir la caja no había dentro nada más que las instrucciones. En un momento pasó por mi cabeza la película con diálogos de la situación de mi reclamación y me vino una oleada de sudor a la frente. Armándome de valor e intentando montar las frases que estaba a punto de pronunciar me dirigí de nuevo a la tienda. Subí a la quinta planta, miré a mi alrededor, me di cuenta de que estaba en la tienda equivocada, me volví a meter en el ascensor, bajé los cinco pisos y esta vez sí, entré en la tienda correcta.

Volví a la sección donde lo había comprado, donde la mitad de los empleados andaban ocupados y la otra mitad era del tipo avestruz. Al final utilicé la técnica de esconderme detrás de una estantería y esperar agazapada y así capturé al que me habría de gestionar la reclamación.

No se me dio mal explicarle en japonés que había comprado el aparato hacía 15 minutos y que no había nada dentro. Hasta yo me sorprendí de lo bien que fluía la conversación. Al final él dijo "chotto matte", o espere un segundo, y yo me quedé allí parada con mi bolsa de plástico a modo de muletilla.

Pasaron cinco minutos y vi aparecer a mi dependiente empujando una impresora por un pasillo. Otros cinco y empujaba un monitor. Para entonces yo ya le ponía una mirada asesina, y en eso estaba cuando se acercó a mí el que resultó ser mi auténtico dependiente. El que pasaba de un lado a otro era uno que imagino que debía alucinar cuando me veía ahí plantada queriendo asesinarle. Pero es que realmente se parecían mucho.

Al final, no sin una cierta desconfianza, accedieron a darme una caja nueva, esta vez con cosas dentro. Lástima que el aparato tiene peor recepción que la wifi de mi portátil y lo he devuelto esta mañana.

La semana pasada compré tres cuentos infantiles de segunda mano en una librería que he descubierto en Ikebukuro. Ese día tuve ocasión de practicar mi respuesta a "¿Quiere una bolsa?". Parece una tontería pero aprenderse esta frase le ahorra a uno unas cuantas caras de tonto al día.

Unos días más tarde entré en otra librería y compré otro, esta vez nuevo. Al llegar a casa e ir a colocarlo con los que tenía me di cuenta de que lo había comprado repetido. ¿Cuántos cuentos puede haber publicados en Japón? Todos esos y más aún y yo compro cuatro y repito. Total que al día siguiente volví a la tienda con mi libro repe y toda la conversación estudiada. Y o me entendieron a la primera o todavía no me entero de cuando me ponen cara de ¿y ésta qué dice? Salí de la tienda con un libro nuevo y la emoción de realmente estar aprendiendo algo de japonés. lo segundo se me quitó en cuanto salí a la calle y vi que seguía sin entender un 99% de los carteles.

Pongo una foto de los cuentos, primero porque me parecen muy bonitos y segundo porque estos días apenas he hecho fotos y menos alguna que merezca la pena.

japones

viernes, 17 de octubre de 2008

Neko Cafés

neko-cafe Aquí les llaman Neko Cafés. Mi cuñado dice que son prostíbulos de gatos. En cualquier caso son locales donde se paga por pasar tiempo con gatos. Es como ir a una tienda de animales y poder tocarlos, jugar con ellos o que se te suban encima. En Japón este tipo de negocios tiene su mercado porque la afición de los japoneses por los animales es muchísimo mayor que en España. En Tokyo hay cientos de tiendas que venden complementos para las mascotas, desde chubasqueros para la lluvia a modelitos que harían enrojecer a Paris Hilton. Los pisos en las grandes ciudades japonesas son muy pequeñitos, y los que pueden permitirse una mascota optan por un gato o un perro pequeñito. Los que no pueden son los posibles clientes de los Neko Cafés.

El otro día exploraba la ruta entre mi casa y la escuela en busca de conexiones wifi gratis. En Tokio encontrar una wifi abierta es tarea casi imposible. Hasta un compañero de clase y yo nos hemos repartido la zona para ver si entre los dos somos capaces de encontrar algún acceso gratuito. El caso es que en un mapa que me había bajado de internet aparecía un café en una calle de Ikebukuro. Al llegar a la puerta vi que no era un café corriente, sino un Neko Café. Con el poco japonés que he aprendido pude entender que me cobraban 600 yenes por media hora y, aunque caro, no me pude resistir.

En el café un japonés muy solícito me sacó un cartel gordo que guardaba debajo del mostrador que decía "Lo siento, no hablamos inglés", en inglés. Tuvimos que pasar a las señas y bueno, al final más o menos entendí lo que me explicaba. Las normas de la casa consistían en lavarse las manos antes de entrar y no poder coger a los gatos: jugar sí, tocarlos sí, pero no alzarlos en el aire. El del café me entregó una tarjeta para colgarme al cuello y que servía para contabilizar el tiempo que pasaba allí. Yo me descalcé, me lavé las manos y entré por una puerta a la sala donde andaban correteando los gatos.


Como era por la mañana sólo había 3 o 4 japonesas, que se acercaban a los gatos como si fueran de porcelana y soltaban grititos y Kawaiiisss (Qué mono!) cada dos por tres. Los gatos andaban revolucionados, persiguiendo al dueño para que les diera de comer y peleándose entre ellos. A una de las japonesas le soltaron un bufido que casi la mata del susto.

Más tarde, enseñé a los de mi clasé de japonés el video que había hecho del Neko Café y como les hizo mucho gracia, volvimos al día siguiente. Estuvimos leyendo el correo unos, tomando un café otros y Hung, mi compañero vietnamita, se lo pasó probando los sillones de masaje. El del Neko Café, viendo que igual yo le podía llevar clientes, ayer me dio tarjeta de puntos, personal, folletos y todo lo que tenía por ahí. Yo aproveché tanto interés para pedirle un descuento por haber ido cuatro. Me dijo que sí, pero tardé un rato en darme cuenta porque cuando en un establecimiento pides algo (descuentos, devoluciones, reclamaciones) los dependientes ponen la misma cara si te dicen que sí como si no. Exactamente la expresión es de "Claro claro. Concedido!", pero como luego ves que no se mueven un milímetro para darte el dinero que reclamas o aquello que pides acabas deduciendo que te han dicho que no y te marchas.

lunes, 13 de octubre de 2008

Taiiku no Hi

Estos días han sido festivos en Japón y hasta el martes no tendré que volver a clase. El motivo es la celebración del Taiiku no Hi, o el Día Nacional del Deporte y la Salud, que conmemora la apertura de los Juegos Olímpicos de Tokyo de 1964. En la actualidad eso se traduce en una fiesta en la que los colegios organizan actividades deportivas para que participen tanto los alumnos como sus padres.

Para comenzar mi fin de semana de tres días, quedé a comer el sábado con Carola, una chica que conocí poco antes de venir a Tokyo. Pasamos el día en Harajuku y Shibuya. Paseamos extasiadas por los pasillos del depachika (son los bajos de los grandes almacenes y están destinados a la venta de comida y delicatessen) del Tokyu, donde me aprovisioné de tomates. El precio de la fruta y algunas verduras es más alto en Japón que en España, llegando la diferencia hasta el triple o cuádruple en algunos casos. Por ejemplo, una manzana puede costar entre 1 y 3 euros, y las sandías o las uvas no bajan de los 20 por unidad/racimo. Mis tomates costaron 4 euros pero estaban riquísimos y me han durado tres días.

Así como anteayer fue un día normal en Tokyo, ayer la ciudad entera parecía revolucionada, empezando por mi barrio. Aquí en Otsuka tenían montado un chiringuito con música y coreografías. Y como en todo evento japonés, un megáfono. De lo poco que podía entender, la voz anunciaba a todo trapo las actuaciones y les animaba con un "Gambatteee!".

Gambatte! es una expresión japonesa que se utiliza con bastante frecuencia. En la academia nos la sueltan cada dos por tres. Viene a significar algo así como "Persevera!" o "Sigue adelante!" y se dice para dar ánimos. Es el equivalente a nuestro "Que tengas suerte!". Los japoneses creen que el éxito sólo se alcanza a través del esfuerzo personal y la insistencia. Para ellos, poco tiene que ver la suerte en conseguir lo que uno quiere.

Aquí dejo un video de los tokiotas bailongos:

Si os fijáis, detrás de cada conjunto hay uno o dos individuos que agitan una bandera en el aire al tokyo2016 ritmo de la música. Me llamó la atención que tanto algunas banderas como las camisetas de los voluntarios que andaban organizando los grupos llevaban escrito TOKYO 2016. Entonces recordé que Tokyo es candidata a los juegos del 2016, en competencia con Madrid, Río de Janeiro y Chicago. Mucho me temo, para pesar mío y alegría de algunos indeseables, que Madrid no organizará los juegos ese año. Serán para Tokyo? Gambatte!

También se puede apreciar en el vídeo el atuendo del jubilado medio japonés. Por algún motivo, las parejas de pensionistas siempre van preparados como si fueran a subir alguna montaña: camisa de explorador, pantalones de tejido que seca rápido, botas de trek y gorro de Woody Allen filmando en la Barceloneta. Yo antes pensaba que sólo vestían así cuando iban de vacaciones, pero no, es un uniforme multiocasión, tanto vale para visitar la Giralda como para el paseo del domingo por el centro de Tokyo.

Al acabar las actuaciones cogí el tren a Shinjuku, donde resultó haber más fiesta. Habían cortado las calles, que estaban tomadas por trapecistas, payasos y equilibristas. Iba a hacer un chiste con el desfile del Día de la Hispanidad, pero como a los trapecistas y a los equilibristas no sé donde encajarlos mejor lo dejo.

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El caso es que entre ver las actuaciones, comer y tomarme un café se me pasó el día. Yo iba con intención de meterme al cine a ver Gakke no ue no Ponyo, la nueva de Miyazaki, pero en Tokyo siempre acaba siendo difícil llevar a cabo mis planes. Siempre hay algo que me distrae y el tiempo se me pasa volando.

En el sitio donde estuve tomando café aproveché para hacer los deberes que me habían puesto en la escuela el viernes. Cada día nos dan ejercicios para hacer y luego nos los devuelven corregidos. A mi lado, en una mesa corrida, había un chico japonés y al mirar de reojo, vi que también estudiaba, pero en su caso los ejercicios eran en inglés. Pensé decirle algo, porque la ocasión era perfecta para que practicase yo mi japonés y él su inglés. Al final me eché atrás pensando que, como les sucede a muchos japoneses cuando te diriges a ellos, se pondría colorado y saldría huyendo.

El caso es que con este pensamiento volví a casa y decidí hacer un intento serio de intercambiar mi conocimiento de inglés o castellano por algo de charla en japonés. Localicé un foro dedicado precisamente a eso, me registré y envié un par de mensajes a japoneses que estaban interesados en practicar castellano. Y funcionó. Atsushi contestó a los cinco minutos y hoy hemos quedado a tomar algo y cenar. La rapidez de la contestación no fue tan sorprendente como el hecho de que la respuesta me la escribiese en un perfecto catalán. Y es que Atsushi vive en Barcelona desde hace un año y como buen japonés, no le gusta perder el tiempo. Habla un castellano que aunque no es perfecto es superior al de muchos tertulianos televisivos, y hasta se atreve con el catalán. El pobre ha tenido que soportar mi chorreo de preguntas tontas sobre Japón y hasta se ha animado a repetir otro día.

domingo, 12 de octubre de 2008

Poniendo un pie en Japón

Quince días han pasado desde la última entrada del blog. Diez desde que llegué a Japón y solamente uno desde que me pude sentar a hacer algo que no fuera correr de un lado para otro.

Desde que aterricé en Nagoya el día dos nada ha salido según el plan que traía yo en mente. la habitación que había alquilado en un apartamento al norte de Tokio resultó estar a menos de 10 metros de una autopista. Tras dos horas oyendo pasar camiones, decidí volver a la agencia y pedir un cambio de piso. Al día siguiente visité lo que es mi actual casa e hice la mudanza. Los 20 kilos de maleta entre el jet lag y la humedad agobiante que había en Tokio pesaban como 40.

Tras el ajetreo me presenté en la academia donde pasaré estos meses aprendiendo japonés. Me hicieron una prueba escrita. Y al decir escrita me refiero a las preguntas, porque las respuestas no fui capaz de contestar apenas ninguna. En la oral en cambio respondí a todo, pero si era a lo que me preguntaban o a otra cosa nunca lo sabré. Bueno, en realidad deduje que no había estado muy acertada en el momento que me dieron la hoja de ingreso con la clase que me habían asignado: la 1A. El parvulitos del japonés.

El resto de días los he dedicado a tareas bastante más productivas que interesantes: llenar la nevera, regular el sueño o proveerme de calcetines. Otras han sido tan poco productivas como interesantes: intentar comprar una bicicleta de segunda mano, decidir si hacerme con un móvil o no o buscar café descafeinado. Y también dedicarme a observar cómo el euro sigue cayendo, pasando de valer 160 yenes en agosto a 134 ayer.

Ahora, con la nevera llena, los pies calentitos y mis ocho horas de sueño, hasta he podido escribir un post.