Ayer, en una tienda de electrónica, donde más solemos curiosear los gaijines, tuve la ocasión de poner a prueba todo lo que he aprendido. Compré una antena usb, para ver si ampliando el alcance de mi wifi consigo encontrar una gratuita. Salí de la tienda y me senté en una cafetería a probar el invento pero para sorpresa mía al abrir la caja no había dentro nada más que las instrucciones. En un momento pasó por mi cabeza la película con diálogos de la situación de mi reclamación y me vino una oleada de sudor a la frente. Armándome de valor e intentando montar las frases que estaba a punto de pronunciar me dirigí de nuevo a la tienda. Subí a la quinta planta, miré a mi alrededor, me di cuenta de que estaba en la tienda equivocada, me volví a meter en el ascensor, bajé los cinco pisos y esta vez sí, entré en la tienda correcta.
Volví a la sección donde lo había comprado, donde la mitad de los empleados andaban ocupados y la otra mitad era del tipo avestruz. Al final utilicé la técnica de esconderme detrás de una estantería y esperar agazapada y así capturé al que me habría de gestionar la reclamación.
No se me dio mal explicarle en japonés que había comprado el aparato hacía 15 minutos y que no había nada dentro. Hasta yo me sorprendí de lo bien que fluía la conversación. Al final él dijo "chotto matte", o espere un segundo, y yo me quedé allí parada con mi bolsa de plástico a modo de muletilla.
Pasaron cinco minutos y vi aparecer a mi dependiente empujando una impresora por un pasillo. Otros cinco y empujaba un monitor. Para entonces yo ya le ponía una mirada asesina, y en eso estaba cuando se acercó a mí el que resultó ser mi auténtico dependiente. El que pasaba de un lado a otro era uno que imagino que debía alucinar cuando me veía ahí plantada queriendo asesinarle. Pero es que realmente se parecían mucho.
Al final, no sin una cierta desconfianza, accedieron a darme una caja nueva, esta vez con cosas dentro. Lástima que el aparato tiene peor recepción que la wifi de mi portátil y lo he devuelto esta mañana.
La semana pasada compré tres cuentos infantiles de segunda mano en una librería que he descubierto en Ikebukuro. Ese día tuve ocasión de practicar mi respuesta a "¿Quiere una bolsa?". Parece una tontería pero aprenderse esta frase le ahorra a uno unas cuantas caras de tonto al día.
Unos días más tarde entré en otra librería y compré otro, esta vez nuevo. Al llegar a casa e ir a colocarlo con los que tenía me di cuenta de que lo había comprado repetido. ¿Cuántos cuentos puede haber publicados en Japón? Todos esos y más aún y yo compro cuatro y repito. Total que al día siguiente volví a la tienda con mi libro repe y toda la conversación estudiada. Y o me entendieron a la primera o todavía no me entero de cuando me ponen cara de ¿y ésta qué dice? Salí de la tienda con un libro nuevo y la emoción de realmente estar aprendiendo algo de japonés. lo segundo se me quitó en cuanto salí a la calle y vi que seguía sin entender un 99% de los carteles.
Pongo una foto de los cuentos, primero porque me parecen muy bonitos y segundo porque estos días apenas he hecho fotos y menos alguna que merezca la pena.
4 comentarios:
Hola Carol! Qué bien que vuelves a estar de viaje, así me engancho nuevamente a asiasido! No me pierdo ni un post tuyo!!!
Un beso muy grande desde la India,
Isabel (elyellaonthetrail)
Claro si te dejas guías por las ilustraciones de gatitos, pues no me extraña que compres varias veces el mismo libro. Tienes que alternar de animalito :)
Un besote
Isabel! No sabía que tenías un blog nuevo. Anoche casi me puse al día, me leí los post desde el principio a septiembre del tirón.
De aquí en adelante no me pierdo uno.
Cuídate mucho!
Eso me dijo Alberto. Pero es que de verdad que parecían distintos grmffff
Jo, siempre aprendo mucho del "Viaje de Carol" (Por cierto ¿donde he oído yo esto antes). No sabía que allí los gatos también tenían los ojos achinados. Ah, me uno a la moción de comprar cuentos de otros animales, como un perro, por ejemplo, aunque lo mismo estos sólo aparecen en los libros de cocina ¿no?
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