Ayer era nuestro aniversario, así que
para celebrarlo nos fuimos primero a hacer un trekking de 8 horas por
la montaña y luego a cenar al restaurante más lujoso de Kumily, el
Chrissi's Café.
AVISO: Para entender el siguiente post
es conveniente haber visto algunos sketchs de los Monty Python.
Como la ocasión lo merecía buscamos
un sitio en el que tuvieran platos de a más de dos euros y eso aquí
es sinónimo de cocina de importación. En el Chrissi's, que es el
restaurante de un hotel, vimos que tenían hummus, pizza, pasta y
otros lujos, así que dijimos “esta es la nuestra”. Entramos con
nuestras mejores galas, subimos al piso superior, muy elegante, y
allí nos colocamos en la mesa que mejor nos pareció. No había
nadie más, estaba totalmente vacío. En un anexo al fondo unas
escaleras llevaban a lo que parecía la zona de los camareros. Tres
hombres estaban sentados allí charlando tranquilamente. Cuando nos
vieron sentarnos en la mesa uno de ellos, curiosamente parecido al
Jemaine de los Flight of the Conchords pero en Indio, se levantó
corriendo y nos dijo “No, no, por favor, son dos y se han puesto en
una mesa de cuatro. Miren, allí hay una mesa de dos y allí otra.
Por favor, luego pueden venir otros clientes y es mi obligación
organizarlo todo para la satisfacción de los usuarios”. Alarmados
ante la posibilidad de que una avalancha de clientes de última hora
(el restaurante cerraba en una hora) nos aplastara o de que al único
camarero germánico de la india le diera un síncope decidimos
movernos hacia una mesa de dos.
Comedor del Chrissi's. Al fondo, el altar de Jermaine |
Carol aguantando la risa |
Tras algunos minutos de impasse en los
que Jermaine posiblemente estuvo comentando la jugada con sus dos
amigos (“estos extranjeros son de un informal que asusta, yo no se
que hacer con ellos...”) nos bajó la carta. El menú efectivamente
tenía pizzas, pasta, comida de oriente medio y otras delicatessens
poco frecuentes en la India, pero por desgracia sólo podías elegir
dos platos por día. Es decir. Si era Martes o Jueves podías pedir
pizza o un pancake. Si era Lunes o Miércoles hummus y nosequemás.
Ayer era Sábado y pudimos elegir entre Tagliatelle y Lasaña de
espinacas. Tras una breve pero intensa deliberación decidimos
pedirnos unos Tagliatelle (tallarines con tomate) y la Lasaña de
espinacas. A Jermaine debió parecerle que la elección no era tan
sencilla, porque nos dio tiempo para leernos el Mahabarata varias
veces mientras hablaba con sus amigos/aprendices/discípulos. Como no
bajaba, le llamé: “Por favor, podemos pedir ya?” “Dadme un
minuto, que ahora voy”. Tras dos o tres minutos de cháchara con
los colegas (“Ya verás como voy y aún no se han decidido, es que
se creen que lo tienen claro pero luego les surgen las dudas en el
último momento y yo venga a aguantar mecha... “) Jermaine se
levantó, se metió por una puerta que tenía por allí, volvió a
salir, bajó las escaleras, dio varios paseos por la sala
(recuerdo:VACIA), pasando varias veces por detrás nuestro. De vez en
cuando se paraba en algún punto, como si se hubiera calado, y miraba
algo que nosotros no conseguíamos identificar. Cuando volvió a
arrancar se metió en la “Staff room” que había detrás
nuestro, volvió a salir, volvió a subir las escaleras, comentó
algo más a los acólitos, se metió por la puerta otra vez y como
por arte de magia se materializó por las escaleras de detrás
nuestro, justo en la otra punta de la sala. Los últimos escalones
los bajó a toda prisa, con un salto, creemos que para
impresionarnos. El tupé ondeando al viento en toda su majestuosidad,
en sus labios una sonrisa de triunfo. En su “OK, are you ready to
order?” brillaba una respiración calmada, llena de paz, en
absoluto alterada por el último sprint. En una mano llevaba un lápiz
y en la otra una libreta. Una luz celestial rodeaba su tupé como un
halo. Podía ser la lamparita del techo, pero creemos que se trataba
de una señal divina, una bendición, que sólo el elegido por
“Mahutmaburiyastan”, el diós hindú de los camareros, era digno
de recibir.
Una vez hecha la comanda nos dispusimos
a disfrutar de lo que se preveía una velada interesante. Al cabo de
un rato llegaron otros dos comensales, franceses, que se sentaron en
la misma mesa de cuatro que habíamos elegido. Yo estuve a punto de
decirles que se cambiaran de mesa si no querían causar un conflicto,
pero al final me retuve porque a esas alturas ya se me habían
soltado algunos lagrimones de risa y seguramente no quedaría
creíble. Por algún criterio que no conseguimos descifrar esta vez
Jermaine no puso ningún reparo y les tomó nota sin prestar atención
al desajuste cósmico que estaban causando. Al cabo de un rato nos
trajo nuestros manjares (que para ser sinceros estaban bien buenos) y
recibió a otros tres clientes. A partir de ahí la situación se le
descontroló y empezó a venirse abajo. Teniendo en cuenta que tenía
unas probabilidades de acertar la mesa con el plato del 50% y que
consiguió arreglárselas para equivocarse todas las veces de mesa,
tiene mucho mérito. Yo lo tenía de espaldas, pero Carol me lo
retransmitía sin perderse una. Los dos acólitos también seguían
la situación desde la planta de arriba, atentos a las enseñanzas de
su swami.
Como nos lo estábamos pasando muy bien
y no habíamos conseguido gastarnos más que siete euros en nuestra
comida especial decidimos pedirnos un postre. Llamamos a Jermaine,
que bajó a la velocidad de la luz, en menos de siete minutos. Le
preguntamos si podíamos pedirnos un postre y nos contestó “Sí,
claro” y se fue igualmente rápido. Pensamos que iba a traernos la
carta, pero al cabo de veinte minutos de verle dando vueltas
aleatorias por el local ya vimos que no, que sólo había bajado para
contestarnos a la pregunta. Carol aprovechó un momento en el que
estaba reposando del esfuerzo de sus paseos en el altar con los
acólitos para acercarse a las escaleras y pedirle el menú de
postres. Jermaine, alarmado por la extravagante actitud de Carol bajó
a toda prisa hasta el punto que se paso de frenada y su rostro quedó
a veinte centímetros del de Carol. “Yes Madam?”. Al cabo de quince minutos ya teníamos el menú en las manos.
Nos pedimos algo para compartir que no
recuerdo, pero que resulta que era lo único de la carta que no
tenían. Jermaine se excusó “es una pena es una pena” y nos dijo
que tenían un brownie de chocolate magnífico y no se que más.
Carol se pidió un crepé con platano y yo el brownie. Cuando nos los
trajo puso sólo un tenedor para los dos. Yo le sostuve un poco la
mirada a ver si se trataba de un desafío o algo, pero no, en su
rostro iluminado por Mahutmaburiyastan no se veía ninguna maldad.
Así que se fue y empezamos a comernos el postre, intercambiándonos
el tenedor de vez en cuando. Mi brownie era un bizcocho de los de
Nestlé de toda la vida, aunque tengo que decir que a mi me salen
menos secos y requemados. El crepé de Carol era un crepé enrollado
con un plátano dentro. Mi pastel estaba salado por los lagrimones,
pero eso no era culpa de Jermaine (o sí). Al cabo de tres
intercambios de tenedor Jermaine, que lo observaba todo como un
águila desde su altar, soltó un “NOOOOOOOOOOOOOOO” que detuvo
el tiempo. Yo me quedé con el tenedor en la mano, con un trozo de
brownie ya pinchado a punto de entrar en mi boca. Todos los
comensales del local, los cinco, se giraron para ver como Jermaine
bajaba las escaleras mientras su grito aún resonaba en la sala,
cogía un juego de cubiertos completos y nos los ponía en la mesa
mientras se deshacía en disculpas. Nos costó muchísimo acabarnos
el postre, es muy difícil comer y llorar de risa a la vez sin
atragantarse. Cuando acabamos pedimos la cuenta, le dejamos casi un
euro de propina (la cuenta eran 11 €) y nos fuimos.
Jermaine, seguramente abrumado por
nuestra generosidad, nos persiguió escaleras abajo. “Sir, Sir!”.
Al darme la vuelta me hizo entrega de la botella de agua que nos
habíamos pedido, a la que aún le quedaban casi dos dedos.
Satisfecho por el deber cumplido regresó a su altar, donde con toda
seguridad explicó alguna parábola o moraleja a sus acólitos.
1 comentario:
ajajajaaaaaajajaj em tronxxoo
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