Estos últimos días hemos estado a la carrera y con más bien poco tiempo para actualizar el blog. Tras cinco días de risas y pan con tomate, Marta y David han salido con su furgoneta para Christchurch y nosotros hemos seguido hacia el sur. Nos ha dado mucha penilla despedirnos de ellos porque a nosotros, que somos más bien paradillos (pardillos también), la marcha que llevan ellos dos nos ha venido muy bien. Lo que hemos hecho en esos días lo contamos en el siguiente post, porque yo en este voy a hacer un pequeño resumen de los días pre-vorágine.
Después de exponernos a los peligros del Tongariro seguimos nuestra ruta hacia el sur, con objetivo Wellington. Entre los dos puntos se encuentra el Otaki Forest, un bosque que además había sido una localización del Señor de los Anillos. Qué mejor sitio para pasar la noche. Nos internamos con la furgoneta en la garganta de un río, que supongo sería homónimo del bosque. La carretera primero era tal y más tarde se hizo camino, y el camino a cada rato se estrechaba y le sobresalían más piedras del suelo. Cada kilómetro nos parábamos, nos bajábamos de la furgoneta para examinar lo que teníamos por delante y decíamos, uy uy, de aquí ya no pasamos, eh. Nos volvíamos a subir y arrancábamos, y así andamos unos 10 kilómetros, para acabar en un parking en medio del bosque. Esa es una de las cosas que más me sorprende de NZ, que puedes hacer kilómetros en medio de la nada, pensando que por allí no pasa nadie en meses y de pronto das una curva y te encuentras una señal de "Cuidado, escolares cruzando", o una zona de picnic de las de papel higiénico en los lavabos.
Una vez en el bosque Otaki vimos que aquello era muy chulo y como ya estaba anocheciendo, hicimos nada más que un paseo corto, que acabó siendo lo suficientemente largo como para encontrarnos con la casa del guarda, que como la del cuento de ricitos de oro, aparecía en medio de la maraña de arboles y vegetación en forma de lucecilla en la puerta. Como la presencia del guarda en NZ casi siempre indica que te van a cobrar pasar la noche allí, salimos del bosque disimulando y nos reaparcamos en otra zona donde en teoría no cobraban. Cenamos y como buenos frikis nos apalancamos delante del portátil a ver El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey. En realidad yo había comprado la segunda parte y no esta, pero en el super me dieron el cambiazo y me enchufaron la tercera con la carátula de la primera. Tampoco vimos el final, porque no nos llegó la batería del portátil, pero anda que no nos emocionamos cuando salió el Tongariro en forma de Mordor. Decíamos ahí ahí he subido yo!! Al final esa noche llovió tanto que no apareció ni el guarda ni el que repone el papel higiénico ni nadie. Salimos de allí cantando y todo, lo que explica que siguiera lloviendo todo el día.
En unas horas nos plantamos en Wellington, que nos pateamos entre esa tarde y la mañana siguiente. Yo había leído que el viento en la ciudad era considerable, y en verdad que lo era. Fuimos a ver el Te Papa, un museo de casi todo lo que uno puede pensar en aprender sobre NZ, desde naturaleza a artilugios que se fabrican aquí. No llegamos a verlo entero, porque tuvimos que salir pitando para el ferry, pero es una visita muy recomendable. En general la impresión que nos quedó de Wellington es muy positiva. Está llena de cafés y la calle Cuba, que es donde se agrupan la mayoría de comercios, es muy agradable para pasear.
Cruzamos de la isla norte a la sur por la tarde, y para sorpresa nuestra, acabamos con el estómago revuelto de la travesía en ferry. Yo no recuerdo haberme mareado nunca en barco, pero éste se movía todo el rato como los ascensores en los rascacielos, que te suben y te bajan el estómago al frenar. Al llegar a Picton teníamos el gran plan de dormir en una zona de acampada muy cerquita, pero acabamos en una carretera de muchas muchas curvas y sin encontrar el sitio que prometía nuestro mapa, con lo que dormimos en el primer hueco que apareció. Eso sí, vimos 6 conejos, 5 possums y 2 puercoespines.
¿Y que es un possum? Aquí es donde entra la sabiduría y el conocimiento adquirido por mí a base de cotillear los libros de fauna de las tiendas y los folletos del Departamento de Conservación (DOC) de NZ, que son de pago. El possum es un animal del tamaño de un gato, quizá un poco mayor, y que parece un cruce entre un mapache y un hurón. Los trajeron de Australia en las primeras décadas del siglo 20 para aprovechar su pelaje, y casi un siglo después se han encontrado con el problema de que tienen 70 millones de possum rondando por NZ, donde no tienen depredadores naturales. Los possum devoran la vegetación y lo que pillan, y se les están comiendo los arboles, los huevos de los pájaros, las crías de otros animales más pequeños... En Australia los árboles tienen protección contra los possum, pero aquí no, asi que trepan hasta alcanzar las ramas y se comen los brotes nuevos, que por supuesto, son los que más les gustan. El problema es tan grande que temen que el possum haga que desaparezcan otras especies y el DOC y los locales buscan constantemente formas de eliminarlos. En los bosques hay un montón de cebos venenosos y también se organizan partidas de caza (en el Te Papa vimos la imagen de un cazador de possums y en el pie de foto comentaba que había atrapado 700 en una noche). Estos días, cuando conducíamos de noche se te cruzaba alguno a cada rato y las carreteras están llenas de possums aplastados. Lo que no hemos conseguido aún es fotografiarlos, pero más por torpeza nuestra que porque no se dejen ver un buen rato.
De Picton fuimos hacia Kaikoura, con la intención de ver allí una colonia de focas. Entiéndase por colonia agrupación de focas, no fragancia, que en el caso de las focas es tirando a asquerosilla. Nuestra guía de gratis por NZ apuntaba otra colonia al norte de Kaikoura menos conocida y con más individuos. Como estaba en la ruta paramos al pasar y por suerte o por iluminación nos adentramos con la furgoneta en un camino más de lo que recomendaba la prudencia y animaba el firme. Tras 5 minutos de saltos en el coche, empezamos a ver focas. Aparcamos y una vez parados vimos más, y luego más. Al principio no nos acercábamos, pero nos fuimos aproximando y había algunas que no sólo no se asustaban, incluso posaban para las fotos. Al final acabamos a un metro y con las piernas metidas en el agua hasta la rodilla, pantalones y zapatillas puestas y todo. Fue muy emocionante verlas así de cerca y en una playa donde no había nadie. Por si alguien que tenga intención de ir quiere señas, está unos 7 u 8 kilómetros al sur de Clarence, enfrente de un hotel/hostal con el nombre de la bahía. Siguiendo la misma carretera hacia el sur, se puede ir parando en 2 o 3 sitios más donde las focas están muy cerca de la carretera. Tanto que hasta hay una señal avisándolo.
De Clarence seguimos bajando hasta Kaikoura, donde nos pusimos al día de ropa de invierno. A medida que hemos ido bajando al sur la temperatura ha ido descendiendo y nos hemos tenido que ir comprando camisetas y polares. Afortunadamente, se acerca el verano en NZ y las tiendas se están deshaciendo de lo que nosotros necesitamos a bastante buen precio.
En Kaikoura visitamos la otra colonia de focas, pero ni punto de comparación con la que vimos el día anterior. Allí organizaban tours para nadar con focas, pero nosotros después de lo de los delfines, ni nos lo planteamos. Luego nos comentaron que en estos de las focas te daban dos neoprenos en lugar de uno, y estaban ajustados, cosa que en los delfines era un neopreno y holgado, que no sirve de mucho.
Como en Kaikoura lo que había eran actividades de pago y no nos llamaban demasiado la atención, seguimos camino de Christchurch. La ruta había cambiado ligeramente desde la última conversación con Marta y David y habíamos acordado encontrarnos tres días después en Greymouth, que está en la costa opuesta a Kaikoura y Christchurch. Nuestra intención era visitar ésta última y cruzar el paso de Arthur entre los Alpes neozelandeses para llegar a Greymouth a tiempo.
Christchurch la vimos lo suficiente como para comer, tomar un café y robarle la wifi al párroco de turno, que ignorante de la situación incluso se acercó a saludar y por poco se nos autoinvita a cenar. Para lo que nos sirvió la visita a la ciudad fue para encontrarnos con un folleto que nos abría nuevas posibilidades. Resulta que a unos cientos de kilómetros de allí, que para nosotros a estas alturas son nada, se alzaba lo que otrora había sido Edoras (por otrora entiendase los 2 años que duró el rodaje del SDLA). Para los que son aficionados al Señor de los Anillos, pero no lo suficiente para que este nombre encienda una luz en su cabeza, explico que Edoras es la ciudad que sobre un montículo albergaba la urbe de los rohirrin o caballeros de Rohan. En mi opinión es una de las localizaciones más bonitas de la trilogía y fue un golpe de suerte ver que estábamos cerca. Como en la oficina de información no nos iban a explicar cómo llegar sin contratar el tour, aprovechando la wifi que el clero amablemente nos prestaba averigüamos cómo llegar por nuestra cuenta.
Mapa en mano y depósito lleno, salimos a la mañana siguiente camino de Edoras, también llamado Mt Pott y Mt Sunday fuera del film. Nos esperaban kilómetros de carreteras buenas, pachuchas y muy malas, pero a mediodía estábamos allí. Definitivamente había merecido la pena. Los decorados por supuesto no estaban ya, pero el lugar era perfectamente reconocible. Hicimos fotos e intentamos llegar a pie, pero un par de ríos demasiado profundos y fríos para nuestras delicadas canillas se interpusieron entre nosotros y nuestro objetivo, asi que nos conformamos con admirar Edoras desde la distancia. Para rematar la jornada nos quedamos a dormir a unos pocos metros y puedo decir que al día siguiente lo primero que vi al abrir los ojos fue Edoras. Esto se lo contaré a mis nietos, y el que se cachondee se queda sin herencia.
Podría relatar que más tarde llegamos a Arthur Pass y lo que allí ocurrió, pero eso se lo dejo a Alberto, que se lo sabe mejor que yo.
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