Después de separarnos de David y a Marta cerca de Christchurch, con sus consejos debajo de un brazo y un paquete de kleenex debajo del otro, nos pusimos en ruta hacia el sur con los lagos Tekapo y Pukaki como primera parada antes de nuestro objetivo: el monte Cook. Llegamos con la mejor luz posible, a última hora de la tarde y con un cielo bastante despejado y la vista de los lagos era espectacular. Pasamos la noche y el día siguiente allí, moviéndonos con la furgoneta sólo hasta el sitio donde habíamos de pasar la noche siguiente, también al lado del lago Pukaki, pero más cerca del monte Cook. Para llegar allí cogimos un camino que pasaba por una central eléctrica y un criadero de salmón e hicimos unos 20 kilómetros de carretera de gravilla que bien parecían un safari por la cantidad de animales que vimos: conejos no fueron menos de 50, ciervos, ovejas, vacas, un puercoespín y un toro. Plantamos la furgoneta al lado del lago confiando en que no hubiera una ley física en NZ que hiciera que subiera la marea también allí.
A la mañana siguiente y 50 kilómetros de conducción mediante, estábamos a los pies del Monte Cook dispuestos a hacer un track de 3 horas por un valle de nombre Hooker. El tiempo no acompañó demasiado y a cada rato asomaban nubarrones que amenazaban con aguarnos el paseo, pero al final sólo quedó en eso y pudimos acabarlo sin mojarnos. Nosotros y unos 50 japoneses a los que íbamos saludando con un konichiwa! que ellos celebraban y nos agradecían con arigatos. Esa misma tarde salimos para Dunedin y la península de Otago. Dormimos en ruta y a la mañana siguiente continuamos parando sólo para ver unas piedras en una playa llamadas Boulders. Verlas era gratis, pero acceder a la playa justo enfrente de donde estaban no, te cobraban un par de dólares. Ahora, 200 metros más allá, en una carretera sin señalizar, había otra entrada por donde no pagabas nada. Este camino B casi siempre existe en NZ, sólo hay que buscarlo y a veces hacer unos kilómetros de más, pero al final llegas a ese sitio donde la máquina de hacer dinero neozelandesa no te atrapa.
Ya en Dunedin dimos una vueltae hicimos la compra y de ahí nos fuimos a pasar la noche a un camping, donde aprovechamos para limpiar un poco la furgoneta, que llevábamos totalmente apocilgada, rellenar todo lo rellenable, lavar todo lo lavable y ducharnos. Arremangados ya y a punto de empezar a cocinar una tortilla de patatas, descubrimos que el tapón de nuestro aceite de girasol había sido sellado "misteriosamente" y por mucho que lo intentamos no conseguimos abrirlo. Suponemos que esto no tendría que ver con el pegamento de contacto que le prestamos a David, ni con el cangrejo que salió de su caracola en el bolsillo de Alberto para después volver a introducirse en ella "misteriosamente" y aparecer medio tieso en nuestra cama. El caso es que decidimos renunciar a la botella y la dejamos en la cocina con una etiqueta que decía "El que sea capaz de abrir esta botella reinará en NZ durante 100 años". Yo quería añadir que también se habría de casar con la princesa bigotuda de ese castillo, por la hija del dueño del camping, que era una petarda y nos había dado una parcela muy cutre, pero Alberto no me lo permitió.
El día siguiente lo dedicamos a explorar la península de Otago (la foto que abre el post), que es un apéndice que le sale a Dunedin lleno de curvas, verde, playas y sobre todo animales, muchos animales. Focas, leones marinos, albatros, pingüinos... de todo hay. Los albatros no pudimos verlos porque nos dijeron que estaban anidando . Eso sí, te seguían cobrando por ir a verlos, aunque no se vieran. El resto, pingüinos, focas y leones, si te guiabas por los folletos que había en el centro de información también había que pagar. Nah, todo mentira. En la Pilot Beach te cobraban, pero en Sandfly bay y en Allans beach se podían ver también, y sin poner un duro. En Allans beach pasamos la mañana, en una playa espectacular y por la tarde nos fuimos a Sandfly Bay. En la primera casi pisamos un león marino, suerte que empezó a estornudar y lo vimos. A la segunda llegamos a eso de las 7 de la tarde, con intención de ocultarnos en el sitio que hay preparado para ver a los pingüinos de ojos amarillos, que a última hora de la tarde salen del mar para volver a sus nidos.
Cuando llegamos a la playa, que habíamos de recorrer entera para escondernos, nos encontramos con una de las imágenes que más grabadas se nos quedará de este viaje: el sol cerca de ponerse y una playa de unos 500 metros de largo llena de leones marinos totalmente espantingados en la arena durmiendo. Al principio vimos un par, luego otro más y ya dentro de la playa levantamos la vista y nos encontramos esto. Algunos estaban sólos, y otros dormían en parejas (es fácil distinguir un macho de una hembra, porque ellas pesan unos 150 kgs y son de color crema y ellos son oscuros y algunos llegan a los 400 kg). Fuimos pasando por al lado de ellos hasta la caseta desde donde ver los pingüinos. Una vez allí, asomados por un agujero, vimos como dos pingüinos subían a saltitos hasta lo alto de una colina de unos 20 metros. Parece mentira que ver a dos pingüinos hacer eso sea lo emocionante que fue, pero nosotros los observabamos como si algo muy importante dependiera de que llegasen arriba.
Al volver andando por la playa, ya pasadas las 9 de la noche, nos paramos a observar a una pareja de leones que se había despertado y jugaba en la arena. Para sorpresa nuestra, todos los leones que había en la playa se fueron desperezando. Unos se quedaban levantados y luego se dirigían al mar, otros remoloneaban, andaban unos pasos y se volvían a dejar caer en la arena para unos segundos después volver a levantarse y algunos, como los que aparecen en la foto, incluso peleaban por la moza de turno. Ninguno de los que estábamos en la playa pudimos cerrar la boca ni un solo segundo en lo que duró la escena.
Dormimos allí mismo y a la mañana siguiente nos pusimos en marcha para emprender lo que los neozelandeses llaman la Ruta Escénica del Sur o los Catlins, que recorre la costa desde Dunedin hasta un poco más allá de Invercargill. Nosotros tardamos dos días, parando en la mayoría de puntos de interés. Vimos más pingüinos, focas y leones y muchas especies de pájaros. Dormimos en la misma playa o como en la foto, al lado del faro en Waipapa Point. Algunas vistas era espectaculares, pero quizá llegamos con grandes expectativas, o que veníamos de Otago, que nos había gustado mucho, pero no fue lo que esperábamos.
En Invercargill tocaba limpia, asi que pasamos la noche en el holiday park Lorneville, donde nos trataron a cuerpo de rey, y hasta nos regalaron unos huevos recién puestos que nos metimos entre pecho y espalda al día siguiente. Si alguien piensa hacer noche en Invercargill, este sitio es totalmente recomendable.
Al salir de la ciudad teníamos una parada obligada en un sitio de probablemente mínimo interés turístico, pero que no podíamos dejar sin ver: la Monkey Island. Para los no aficionados a aventuras gráficas para PC, Monkey Island es una archifamosa saga de juegos de piratas que se ha convertido casi en leyenda. Mi hermana Paula es su fan número uno y yo tenía que conseguir esa foto. Lloviendo y todo, salimos e hicimos la foto para asombro de los que estaban allí acampados que debían pensar que estábamos pirados por salir con esa lluvia a fotografiar ese pegote de tierra sin importancia. A lo mejor también eran fans, quién sabe.
Diluviando llegamos a un pueblecillo donde paramos, cenamos, Alberto se cayó de la furgoneta al suelo, y nos acostamos. Al día siguiente partíamos para Te Anau y Milford Sound, los dos gigantes de la isla sur.
1 comentario:
Monkey Island, uff a algunos casi nos podría hacer sentir mayores. El Señor de los Anillos, Monkey Island esto de NZ es un poco friki, no?
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