Chiang Mai.
Es la segunda ciudad más grande de Tailandia, con casi dos millones de habitantes, y para los tailandeses representa la esencia del país. A diferencia de Bangkok, es sumamente tranquila, e igual que Bangkok está repleta de mercadillos, hasta tal punto que Carol no pudo dormir bien después de visitar el gigantesco mercado dominical de antesdeayer. Lo que más nos ha alucinado de la ciudad es que, por algún motivo que desconocemos, aquí el sol se pone rojo como un tomate a partir de las 5 de la tarde, cuando todavía está muy alto. La luna crece también muy roja, y sólo cuando está muy alta toma su color normal. Nunca habíamos visto nada parecido, y para variar no sabemos que explicación tiene.
Los dineros.
La gestión del presupuesto se nos ha desmontado por completo. Antes teníamos que preocuparnos por lo que gastábamos en alojamiento, comida y transporte, pero ahora son gastos casi secundarios. En Chiang Mai estamos pagando 2,5 € por cabeza para dormir en habitación doble con ventilador, ducha y wireless, y otros 5 o 6 en restaurantes con entrantes, segundos, zumos y algún que otro postre. Podrían ser algunos menos, pero ya son gastos casi despreciables. Ahora tenemos que controlar lo que nos gastamos en compras, masajes, cursos y excursiones, que suben mucho más. Si cuando estábamos en los países caros conseguíamos con mucho esfuerzo no alejarnos del presupuesto marcado ahora nos pasa exactamente lo mismo, que no hay manera de alejarnos por debajo. Es todo tan barato que al final gastamos mucho :)
El rey de Siam.
Phra Chaoyuhua Bhumibol Adulyadej, el Grandioso, es el rey mundial que más años lleva en el cargo, y por lo que parece también es uno de los que más admiraciones despierta entre sus súbditos. A ojos de los tailandeses es a partes iguales un santo y un super-héroe, y no hay casa, tienda o calle que no tenga por lo menos una foto suya. En realidad toda la familia real recibe veneración casi divina, y ahora que acaba de morir la hermana del rey todo el país está de luto y millones de tailandeses acuden a los templos a mostrar sus respetos. En las tiendas de recuerdos venden todo tipo de fotos y estampitas del regente, incluidas las de su etapa de monje y de estudiantes gafotas. No sabemos muy bien si el señor se merece tanto respeto, pero lo cierto es que hace unos meses hubo un golpe de estado para echar a un gobierno corrupto y aquí parece que nadie pestañeó porque el rey seguía estando ahí, y en nada volvieron a organizar elecciones. También nos han contado que la reina es famosa porque ayuda personalmente a los más necesitados, como en los cuentos de hadas. El respeto por la casa real es tan grande que la ley prohibe expresamente pisar los billetes para no mancillar la imagen del rey que aparece en ellos. En los billetes, por cierto, suele aparecer con una cámara de fotos de la que no se separa nunca. La publicidad que le ha hecho a Canon no debe tener precio...
Cucarachas.
A lo largo del viaje estamos teniendo mucha suerte con los avistamientos de fauna salvaje. Hemos visto koalas, delfines, possums, tortugas, focas, leones marinos, pingüinos de ojos amarillos, tiburones y otros bichos relativamente poco frecuentes. El problema es que los sentidos se nos han acostumbrado a la vida natural y vemos hasta lo que no queremos ver. Cucarachas hay en todos los países y ciudades que hemos visitado, aunque a veces nos da la sensación de que sólo las vemos nosotros. El otro día estuvimos cenando en un restaurante aparentemente limpio, en el superturístico barrio de Kao Sahn, en Bangkok, al lado de un ejemplar de tamaño considerable. El bicho estaba intentado decidir si sentarse en nuestra mesa o zambullirse en el pastel de 20 cumpleaños de la guiri de la mesa de al lado, en la que nadie le prestaba atención. Como nos daba rabia que nadie más la viera nos esperamos un rato a ver si saltaba al pastel, pero al final no pudimos soportar la tensión y nos chivamos a la camarera, que entre risas la aplastó con el menú y acto seguido le rompió el cuello con el canto del mismo. El resto del restaurante, guiri en su totalidad, se giró a ver que pasaba, pero siguió cenando como si tal cosa. El menú también quedó en la mesa de al lado, como si tal cosa. Y nosotros nos levantamos, pagamos, y saltamos sobre el cadaver de la cucaracha, que seguía allí, para irnos a dormir como si tal cosa. En esos casos hacemos como que no pasa nada, pero el subsconciente lo graba todo.
Chiang Mai a la hora de comer.
La mayor parte de la gente que visita Chiang Mai lo hace por un tiempo muy limitado. Aquí se viene a ver mercadillos, fábricas de artesanía y a visitar las montañas y tribus de los alrededores, normalmente como parte de un tour organizado por toda Tailandia. Así que los turistas sólo tienen tiempo de salir a la calle por la noche, que por otra parte es cuando refresca y mejor se está. A mediodía no se ve un alma, y muchos restaurantes están cerrados o desiertos. De eso nos hemos dado cuenta tarde, claro, y hoy nos ha pillado por sorpresa, así que tras un rato buscando restaurante en los alrededores del templo que estábamos visitando nos hemos metido aleatoriamente en la pizzeria "Il Forno". Allí nos esperaban dos camareras aburridas, un pizzero que descansaba al lado del horno de leña, inmaculado y aparentemente apagado, y cuatro o cinco mesas desiertas. El restaurante se anunciaba como "the real slow food". Dudamos un momento, pero como no se veía ningún otro sitio cerca, nos sentamos. Tras leer una extensísima carta nos decidimos por unos espaguetti carbonara y unos ravioli vegetarianos. El pizzero puso cara de decepción, y las camareras, tras tomar nota, se retiraron hacia el interior de la cocina. Al cabo de un rato vino una de ellas para decirnos que mis ravioli se habían acabado y que si no prefería una pizza. En esas nos dimos cuenta de que el pizzero, que andaba entreteniéndose con un trozo de masa y mirándonos de reojo, era manco.
Aunque me picaba la curiosidad por saber como podía hacer la pizza con un sólo brazo, deje que decidiera el hambre y me pedí otros carbonara con la esperanza de que la comida no fuera tan slow como prometía el cartel. La camarera se volvió a retirar y el pizzero, decepcionado, volvió a su aburrimiento. Al cabo de un rato entró un hombre con pinta de chino y de jefe (por lo que hemos visto en casi toda asia los dueños de los negocios suelen ser chinos) y se puso a hablar con el pizzero manco. Este nos miraba y le decía algo al otro de unos espaguetis y nos señalaba con su único brazo. El chino hizo una llamada con su móvil y al cabo de nada se fue. Yo ya me estaba imaginando que tenían la cocina cerrada y estaban intentando revendernos los espaguetis de algún restaurante cercano, o llamando a casa para ver si la mujer tenía fideos en la nevera. Pero no debió conseguir ni lo uno ni lo otro, porque a los dos minutos volvió a salir la camarera y nos comunicó que, por motivos ajenos a su responsabilidad, de la extensísima carta sólo podíamos pedirnos una pizza. Como teníamos hambre pero veíamos que la cosa no iba a acabar bien nos pedimos una única pizza cuatro estaciones para compartir. El pizzero, entusiasmado, empezó a amasar con su única mano y las camareras trajeron unos cuantos tappers con los ingredientes, que dejaron a disposición del chef. Una vez éste acabó de amasar, y bajo la paciente e inactiva mirada de las dos camareras, fue colocando uno a uno todos los ingredientes encima de la masa. Tardó por lo menos diez minutos, durante los cuales yo me pregunté varias veces por qué las camareras y el pizzero no intercambiaban los papeles. Al acabar, el pizzero se lavó la mano, quizás para despejar dudas, y mojó el horno de leña, que yo pensaba equivocadamente que era sólo de decoración, para comprobar la temperatura. Como marca la teoría, en dos minutos la pizza estaba hecha. Resultó ser una de las pizzas más buenas que he probado en la vida, y eso que, como mi ex-tripa puede atestiguar, he probado muchas. Menudo sorpresón. Cuando ya acabábamos llegó otra camarera en silla de ruedas y ya empezamos a darnos cuenta de que además de que la comida era buenísima el restaurante tenía una sensibilidad especial hacia los discapacitados. Nos lo hemos apuntado para ir a cenar cuando tengan la cocina abierta del todo, porque promete.
Chiang Mai a la hora de cenar.
Después de cenar en el hostel por menos de un euro me he ido a buscar a Carol al mercadillo. Ella no había comido nada aún, así que nos hemos metido a picar algo en el restaurante "Grumferhosserssstrumpfer & Antoñio´s", que como su nombre indica es un restaurante de auténtica comida belga y española. La "Ñ" de AntoÑio es prueba más que suficiente de la autenticidad. Las camareras tailandesas llevaban un gorro claramente tirolés, y saludaban en el idioma del cliente con un grado de acierto bastante elevado. Como los precios eran desorbitados, es decir, propios de Europa, Carol se ha conformado con una tortilla de patatas y un pan con tomate. Según Carol la tortilla era exactamente igual que las que te ponen en los bares de Barcelona. El pan con tomate, en cambio, estaba bastante bueno. Al salir nos dijeron "adiós adiós, vuelvan mañana", pero no se quitaron el sombrero tirolés para saludar, lo que nos pareció una falta de educación. No creo que volvamos.
Antoñio, el Zelig Tailandés, en la puerta de su restaurante.
El tren de las 8:30 Bangkok - Chiang-Mai.
Dicen que es un tren que vale la pena coger pese a las 12 horas que oficialmente dura el trayecto. Nosotros compramos los billetes y llegamos más que puntuales a la estación, a eso de las 8 de la mañana. Llegamos tan pronto que pudimos asistir a la retransmisión por megafonía del himno nacional de Tailandia, durante el cual toda la estación se queda congelada. Pero el tren no apareció. En el andén número 13 estaba el cartelito que anunciaba el tren y que coincidía con lo que ponía el billete, pero allí no había nadie, ni pasajeros esperando, ni revisores, ni tren ni vagones. Cuando ya había pasado media hora de la salida teórica nos dedicamos a preguntar por allí si alguien sabía que había pasado con el tren. Tres preguntas más tarde nos enteramos de que el tren se había cancelado sin más ni más. Por lo que nos dijeron, tenía algo que ver con las obras del AVE de Barcelona, aunque no pudimos entender muy bien los detalles. Nos devolvieron el dinero y nos fuimos directos a un ciber a comprar un billete de avión por unos 30 euros cada uno. Así no hay manera de dejar de volar.
2 comentarios:
Desde Salinas del Manzano, un saludo; aquí si que se está bien, solo hay lo necesario, (que envidia eh?.
Un abrazo.
Llevaba varios dias sin seguiros la pista y menuda risa...Al, me pido un masaje a tu llegada que tu sobri está tremendo. Que pena por la cuqui del restaurante, im..presionante el encuentro de posesos y la cena en la pizzeria. Apa, una abraçada,
Prometo fotos en breve :)
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