jueves, 7 de febrero de 2013

Varkala, el pueblo de los guiris delgados y las señoras que barren la playa

De procesión
Tras un plácido viaje en autocar desde Allepey, sin conductores sicópatas ni precipicios, llegamos a Varkala. Nos pasamos las cinco horas de viaje repitiéndonos “no nos vamos a hacer ilusiones, no nos vamos a hacer ilusiones”. Es que nos moríamos de ganas de playa, pero viendo el estado de la de Fort Cochi y de todo el resto de Kerala lo más que nos podíamos imaginar ahora era el Somorrostro de Carmen Amaya. Siguiendo las instrucciones de nuestra Swami Isabel habíamos reservado en el hotel Akhil, que según las fotos tenía una piscinaza de aquí te espero.

Desde Kalambalam Junction hasta Varkala nos pillamos un tuktuk que nos dejó, como le pedimos, en el restaurante Sreepadman, lo que según la Lonely era “Una verdadera joya gastronómica con vistas a la piscina del templo y estupendos asientos en la parte trasera”. Como nos vieron guiris y con la Lonely en la mano nos hicieron pasar a la parte trasera. Sólo tenían dos platos a elegir, nada buenos, y los estupendos asientos, de plástico, claro, estaban invadidos de perros pulgosos y cuatro guiris superauténticos que, según lo que les oímos, iban de ahí al ashram de Amma “la madre de los abrazos” de Allepey, donde una señora les iba a abrazar en plan místico varios días seguidos. De nuevo la sensación de “por qué se me ha ocurrido venir aquí con lo bien que estaba yo en Allepey con Jose Luis Kethrapapoooli...”

Pero al llegar al hotel y cruzar la puerta todo cambió. Al principio no nos lo creíamos, pero en las paredes, en los suelos... se veía algo que hacía dos semanas que no habíamos visto y que ya casi habíamos olvidado. “¿Que es ese extraño material que cubre suelos y paredes?” Azulejos relucientes, metales recién pulimentados... Nuestros ojos tardaron en acostumbrarse. Al principio parecía que todo estuviera hecho de agua, pero al tocar ya vimos que no, que eran Superficies Brillantes. Increíble. Los cristales volvían a ser transparentes y no translúcidos. En el espejo del baño salía yo reflejado y no ese señor raro con manchas de color café, pasta de dientes y moho. Dejamos las mochilas y nos fuimos corriendo a ver la piscina. “No nos hagamos ilusiones todavía no nos hagamos ilusiones todavía”, repetíamos en voz alta mientras dábamos saltitos de ballet por el camino de hibiscus que llevaba a la pisci. En la piscina había varios guiris gordotos, pero inofensivos, porque la piscina era inmensa y estaba impecable. Hicimos un pequeño templito en una esquina con unas hojas y unos cocos en honor a nuestra nueva diosa Isabel (shanti shanti), y nos tiramos de cabeza por el lado hondo, que cubría y todo.

Playa recién barrida
Varias horas después me acordé de que supuestamente también había playa por ahí. Como Carol se muerde las uñas no me costó mucho sacarla de la piscina para llevármela a ver si la encontrábamos . Y ahora que teníamos la piscina asegurada ya hasta ni nos preocupaba que la playa estuviera sucia o fuera de ladrillos. Tras dar dos voltios y medio por una casa en obras llegamos a un acantilado y debajo, increíblemente, había una playa magnífica. No nos lo podíamos creer. El agua caliente, la tierra limpia, las olas justas... Pero lo mejor estaba por llegar. Entre los varios guiris que estaban haciendo yoga y alcanzando el nirvana había unas cuantas señoras indias que estaban como si tal cosa BARRIENDO LA PLAYA. Nos derrumbamos. Caímos de rodillas y lloramos.

De los cinco días siguientes no recordamos casi nada. Todo era demasiado raro. No raro divertido en plan indio, sino raro raro. Por una parte estábamos encantados con la piscina y la playa y con una vagancia encima que nos impedía hacer cualquier cosa de provecho, pero por otra parte lo de estar en un sitio lleno de restaurantes que se llaman “Himalayan Kitchen” “Café del Mar” “Trattoria Peppo”, etc... donde todos los currantes son nepalíes y en las tiendas te venden recuerdos de “Free Tibet”, donde la comida ni pica ni está muy buena, donde todos los turistas son occidentales pero visten como los indios de los dibujos animados... es muy raro. Lo más raro de todo la fauna de guiris que nos juntábamos allí. Lo más abundante eran las señoras que eran jóvenes y parecían muy viejas o eran viejas pero se mantenían jóvenes (no lo averiguamos), todas con sus fulares, sus saris y sus colchoncillos de yoga debajo del brazo. Carol lo vió enseguida. Aquí estamos faltos de complementos. Necesitábamos urgentemente camisetas con el “OM” , un colgante con un elefante, pantalones de estampados vivos, la bufandita, pulseras variadas (imprescindible al menos una en un tobillo) y un libro de Paulo Coelho (no hace falta abrirlo, se sobreentiende que hace mucho calor para leer).


 Luego estaban los guiris extremadamente delgados y morenos, que daban bastante yuyu. Igual estaban muy sanos, pero parecía que se fueran a desmayar de un momento a otro. Ser delgado en la india, aunque vengas de visita, esconde algo inquietante. Para compensar había otros tantos anglosajones obesos, que ya es más normal. También, y pese a los acantilados, vimos a unos cuantos con muletas y hasta a una pareja de ciegos con un niño pequeño. Pandillas de rusos variados. Familias de suecos, franceses con críos... El mejor guiri de todos era un zumbado (creo) que en un loable esfuerzo por salvar el universo se estaba montando un huerto ecológico de 3 x0'50 metros en el borde del acantilado con varias macetas y textos explicativos como “Aquí he plantado SEIS semillas SEIS de platanero”, haciendo compost con pieles de tres naranjas y cosas por el estilo. Lo vi los dos primeros días, pero estoy preocupado porque luego ya no, y las plantas se le empiezan a secar. Alguien debería continuar su obra.

A decir verdad en la playa también hay color local. En la cala norte hay unos cuantos señores que se ponen debajo de una sombrilla multicolor y dan bendiciones y rezos al que se los pide. Normalmente tienen colas de gente esperando. Luego están las familias de domingueros que vienen todos juntos y se remojan en tejanos, saris o hijab , lo que toque, pero sin enseñar chicha. Los mozos locales sueltos si que enseñan, y se van paseando de lado a lado de la playa en plan machomen mientras exploran a las guiris. A diferencia de los chuliplayas españoles, los de aquí gustan ir de ligoteo agarraditos de la mano entre ellos, lo que creo que les hace perder puntos.

Bendición matutina

En cualquier caso, la mayor atracción de la playa son los vigilantes. Cuatro señores con bigote, entrados en años, carnes y un uniforme que no se ve muy adecuado para tirarse a salvar a nadie. Al parecer las playas de Varkala son bastante peligrosas por las corrientes, así que estos señores son los encargados de velar por la seguridad de los bañistas, pero al estilo indio, claro. Ateniéndonos a la actitud de los vigilantes de Varkala el peligro empieza a partir de media tarde, justo después de la siesta. Hasta entonces están tranquilillos, adormecidos quizás... pero a partir de las cuatro o cinco empieza el concierto de pito. Porque aquí salvan a la gente con pitidos. También llevan un banderín como de juez de línea. A la que ven que uno se va muy para dentro, pitido. A la que uno se va para la derecha y se sale de las banderitas, pitido. A veces lo hacen al revés, al que se va muy a la izquierda, pitido. En realidad depende de donde estén ellos. Si por ejemplo viene un fotógrafo local que les hace un reportaje y se quedan allí todos de charleta en la banda izquierda, pues todos los bañistas de la derecha amonestados. Aunque el bañista esté a tres kilometros ellos le pitan, y le señalan así con la bandera como diciendo “que te he visto eh que te he visto, a la próxima te vas a la calle”. Cuando el sol está a punto de ponerse y las olas crecen los vigilantes se lo toman más en serio y van pitando a todo bicho que se mueve. A la única pareja mixta de indios que vimos meterse al agua les pitaron cuando les llegaba por los tobillos, y los pobres se quedaron con cara de “Pero si no hemos hecho nada. Si allí hay unos que ni tocan y están ya que se los comen los mejillones... ” Pues nada, pitido otra vez. Los pobres se quedaron mirando alrededor a ver si entendían algo y al cabo de un rato de darle patadas al agua se salieron con cara de fastidio. Mientras, los guiris seguíamos chapoteando alegremente y tragando agua, ajenos a los pitidos de los trencillas. A uno rubio que se metía también le pitaron y se quedó a cuadros, porque estaba justo en medio de la zona delimitada por banderitas. “Estoy en línea, que no lo ves!!!” le gritaba a riesgo de ganarse la roja. El juez de línea le indicó que a la derecha y el rubio obediente se iba a la derecha, pero le volvían a pitar “mi derecha, no tu derecha” (si no no entiendo que pitaba). Empezó a meterse de espaldas para ver si el árbitro le decía que “ok” o le pitaba y poco a poco parece que encontró una ruta y se consiguió meter hasta el cuello y cuando ya se lo llevó una ola el vigilante le dejó en paz y se buscó a otro. Otro vigilante, que parecía el jefe, enviaba a algunos chuliplayas que tenía a sus ordenes y ya estaban mojados para mandar mensajes a los que no respondían a su pito. Poco a poco fueron reduciendo a los bañistas hasta que sólo quedábamos diez guiris y cuatro chuliplayas en cinco metros de agua. El sol estaba rojo como un tomate, se cayó de golpe y se ocultó. Final del partido. Nos abrazamos por la victoria, salimos del agua, saludamos a los vigilantes y a los chuliplayas y ante los aplausos de los domingueros nos fuimos para la ducha.

Tambores en las fiestas del templo de Pozhikkara en Paravoor

Total, que esto ha sido como un lapsus en el viaje y hay mucho menos por explicar que del resto de sitios de Kerala. Eso sí, nos hemos puesto morenitos, y el último día, casi por sorpresa, un tuktukero nos llevó a las fiestas de San Roque de un pueblo de por allí al lado. Aquí las fiestas se miden por elefantes, y estos tenían más de diez, así que debía ser una fiesta gorda. Era muy bonito verlos pasar por la calle mayor del pueblo, con los mahouts apartando los cables de la luz con un palo para no electrocutarse y la gente tirándoles caramelos. También venían las comparsas de tambores de Calanda y los Locomía versión hijra. De refilón vimos una actuación de Khatakali en la plaza del pueblo. 

No nos quedamos a los pasodobles porque a la mañana siguiente nos íbamos para Trivandrum y de ahí a Kochi a acabar el viaje comiendo un poquito más.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué fotos más chulas! Antes de iros que no se os olvide acabar de explicar la casta minúscula que esto ya es una intriga total.

Carol dijo...

Nos hemos quedado con la duda. Con esa y otra más gorda: un día el jefe del hotel nos sacó por una puerta y en cinco días de investigar no fuimos capaces de volver a encontrarla. Vamos a tener que volver...

promociones en la cumbre dijo...

Que hermoso!, es todo tan colorido, que lindas playas también, muchas veces uno no se imagina con los lugares tan bellos que se puede encontrar, siempre es bueno salir a recorrer todo lo que se pueda.