El templo de la foto es el de nuestro barrio, Monzen Nakacho, y se llama Fukagawa Fudo. Los días 1 y 15 de cada mes organizan un mercadillo de antigüedades, que viene a ser un mercado de saco lo que tengo en casa que está pa tirar y algún pardillo picará. No tenía mucha historia pero entre encontrarlo y recorrerlo pasamos la mañana. Como nos ha pasado casi en cada lado que hemos ido, una señora muy simpática se me acercó para explicarme la historia de las figuras que había allí, de cómo tenían los ojos de diamantes, que los había pagado una compañía de transportes muy importante en Japón y que las sacaban a hombros una vez al año. Todo eso me lo contó en un pispas y sin pestañear.
Luego buscamos un sitio para comer en el barrio. Era tarea sencilla porque este barrio es un lujazo y tiene de todo. Comimos poco pero barato: por 480 yenes nos trajeron un bol de sopa miso, uno de arroz, un trozo de tofu tamaño flan y una hilera de empanadillas que te ponen aquí en muchos restaurantes. Como yo ya las había probado y sabía que había sin ajo y con, pero no sabía decir ajo, le pinté uno a la camarera en mi libreta, que lo cogió al momento y me enseñó cómo se decía: ninyikú. En el diccionario de mi guía ni rastro del "ajo". Y es que esta guía, la Lonely Planet de Tokyo, es muy mala y muy cara. Los planos los ha copiado un demente y si coincide algo es casi casualidad. Está fatal organizada y en un coñazo consultarla. A ver si alguien nos la compra en el edificio jeje.
Por la tarde quedamos con Paula, David y June. June es una amiga de David que trabaja en Sony y que nos consiguió unas entradas muy hermosas para el Hit & Run Festival para Alberto y para mí y unos pases de backstage todavía más majos para que Paula y David pudieran saludar a las Puffy. Éstas actuaban en el festival, que estaba lleno de fans que bailaban al ritmo de las coreografías que se marcaban en el escenario. Aquí cualquier grupo y canción que se precie, ha de ir acompañado de un bailecillo estilo los Pajaritos de María José. Cuando llega un concierto las fans, que van muy preparadas, demuestran su calidad de idems bailando los pasos de memoria. Paula y yo, que somos nuevas, hicimos lo que pudimos y dejamos el pabellón a la altura del cesped. Yo creo que nos miraron mal.
Como Alberto estaba en lo mejor de su catarro, nos pasamos el resto del festival sentados en un rincón. Esa especie de código de barras cuadrado que véis a la izquierda lo hay en un montón de sitios. Es en efecto un código que es legible para los teléfonos móviles y contiene información. En este caso, era toda la información relativa al festival. Así como en Benicassim, por ejemplo, está el cartel de actuaciones en todos lados, aquí ponen carteles con esto y la gente los va registrando con su móvil para enterarse de los horarios.
Aprovecho para subir esta foto de Paula para que se vea lo modosita que era antes de conocer a las Puffy y el cambio que ese encuentro ha operado en ella. Si es que lo que está aprendiendo esta chica en Japón no se aprende en otros lados.
Pues eso, que en algún momento el concierto acabó y alguien nos llevó a casa en coche. Alberto se acostó, sudó como un pollo y dijo que desde esa noche no contáramos con él, que se hacía hikikomori. Y dicho y hecho, oye, dos días que se ha pasado encerrado en 13 metros cuadrados con una sábana por encima de la cabeza. Ni en sus mejores gripes. Daba cosa verlo. Ahora, no hay mal que por bien no venga. Traíamos un montón de peso en la mochila y gracias a este (in)oportuno catarro he podido deshacerme de unos cuantos algiasdines y otras así en sobre que dice Alberto que sabían mal.
Ayer Paula, David y yo pasamos el día en Harajuku, de compras y dando una vuelta por Yoyogi. Los domingos esta zona se pone imposible y cuando empezamos a pensar en comer, nos imaginábamos un sitio lleno de gente, con ruido y apretados. Intentado huir de eso, nos metimos por un callejón y vimos un cartel que anunciaba un café y una tienda de ropa, todo en uno: Mussa Cafe. Qué suerte. El local estaba genial, con aire acondicionado, se podía fumar, la música estaba bien y había revistas de Los Beatles para mantener a David entretenido. Pedimos comida y también estaba muy buena. Era todo tan antiestrés que incluso mantuvo a David una hora más de compras, en contra de todas las apuestas.
Hoy Alberto y yo hemos amanecido tarde. Teníamos entradas para para el Museo Ghibli. Las habíamos comprado hace meses. Con Alberto acatarrado hemos estado a punto de no ir, pero al final se ha recompuesto un poco y a las 3 de la tarde hemos aparecido en la puerta del museo. Las expectativas no eran muy altas, por lo que había leído había poco que ver. Y es cierto, pero hay una animación con luces estroboscópicas que aunque no hubiera más ya merecería la pena la visita. También puedes ver un corto en una minisala de cine, que en nuestro caso era de un perrito que se pierde y no encuentra a su dueña. Vaya dramón que han montado en 15 minutos que duraba. Yo me acordaba de mi gata Chilindrina y me daba complejo de mala dueña por dejarla un año en las garras de Paula que seguro que la tortura cada tarde a golpe de sandwiches de nutella (o nocilla extra avellanas, pero nunca de la normal).
En fin, que también hemos picado y nos hemos gastado el presupuesto Scrooge de hoy y mañana en camisetas, dvds y pines de Totoro. Un día es un día, hasta para el más agarrao de los catalanes, que es el que me ha tocado en suerte (esto no se lee en Cataluña, verdad?)
1 comentario:
Hola soy Rosa, Alberto Y Carol os escribo desde el ordenador de la nieta de la Montse, no he visto muchas fotos, poner mas!!!
ya habeis tenido otra primita??
Y ha nacido la primita Abril. No os despedidteis de mi pero ya os he encontrado eh??
Bueno un besito adios.
Publicar un comentario