Ayer Paula y David cogieron el avión de vuelta a Barcelona. Ocho días después de su llegada se volvían con una maleta más, repleta de monigotes, zapatillas tokiotas última moda, gadgets electrónicos y un bajo. Los días que hemos pasado con ellos en Tokio han sido una mezcla de surrealismo y compras. De esto último Alberto se ha escaqueado algo con la excusa de su catarro, pero David ha sufrido días enteros de Paula y yo entrando y saliendo de tiendas.
Estos últimos días hemos estado un poco (más) descontrolados de sueño. Habitualmente yo no suelo aparecer por casa antes de las 11 de la noche y Alberto un poquito antes, por eso de que no está hecho a andar. Los últimos trenes en Tokyo salen entre las 12 y la 1 de la noche y, a excepción de un día que casi pierdo el último (Miguel Angel perdió el suyo y por cabezonería de ir andando llegó a casa casi las 4 de la mañana), siempre vengo en esos últimos. Alberto a las 7 ya le entra el muermo y se viene para estar en casa 9 y media, lo justo para ver el Casimiro. Pero estos días con Paula y David aquí hemos alargado los días y no nos han dejado irnos a dormir antes de las 3. Además en cuanto Alberto se ha recuperado hemos vuelto a sacar la lista de planes y no hemos parado.
El martes, tras una maratón de compras por Asakusa, y con David ausente en cena de negocios, teníamos dos opciones para cenar. Paula se había encontrado con un australiano(¿?), que le había recomendado dos restaurantes: uno en el que te tenías que pescar tu propia cena y otro de ninjas. El primero tenía más puntos, así a bote pronto, pero el que Alberto sea vegetariano lo complicaba. Pescarte tu propio tofu no tiene mucha gracia. Eso nos dejaba el de los ninjas como primera opción, que fue por la que nos decidimos. Teníamos como indicaciones la estación de metro y la referencia de un hotel, en el que se suponía que estaba. Al llegar al hotel nos encontramos con 40 plantas de superlujo y ni rastro del restaurante. Mientras Alberto y yo todavía ideábamos una estrategia para entrar y preguntar si allí había un restaurante de ninjas sin perder la dignidad, Paula ya estaba recibiendo instrucciones de un policía que con ayuda de un compañero al walkietalkie nos puso en la dirección correcta. Un poco más allá, por fin llegamos, sin saber qué nos íbamos a encontrar. Bajamos unas escaleritas para adentrarnos en una recepción que sabíamos que era tal porque una japonesa sonriente nos dió las buenas noches, pero que de no ser por ella, nos hubiéramos creído en la entrada al pasaje del terror. Paredes, techos y suelos negros y ninguna puerta a la vista. Glubs. Al aceptarnos para cenar sin reserva previa y tras dar unos golpetazos en una pared de madera, otra japonesa, vestida de ninja, salió a recibirnos por una puertecilla de madera que había escondida. Nos fue guiando por pasadizos y puentes "muy peligrosos" hasta nuestra mesa, que estaba dentro de un camarote que parecía salido de Piratas del Caribe. En realidad, el paseíllo que nos dió tenía más de infantil que de emocionante, pero nosotros íbamos con la risa puesta y nos pareció muy divertido. Una vez allí vimos que en la pared había una frase en castellano, que no recuerdo, y que había escrito en su visita al restaurante este mismo año el mismito Ferrán Adrià. Ya es casualidad. Nos enseñaron un menú con unos precios que se nos salían del presupuesto (yo ya me ví que me iban a tener a pan bimbo durante días, pero pensé, que me quiten lo bailao). En estos sitios temáticos, y con la referencia de los que hay en España, uno se espera un espectáculo más o menos bueno, y una comida mala, sin excepción. En cambio, lo que pedimos en el Ninja estaba de muerte. Incluso prepararon un plato especial vegetariano para Alberto, que quedó tan contento que "nos" ha perdonado pasarnos del presupuesto.
Después de la espléndida cena, quedamos con David, que había sido liberado de sus obligaciones de músico esforzado, para una noche de karaoke. Ni que decir tiene que David nos barre a todos, pero como hay confianza y poca vergüenza, nosotros nos lanzamos a cantar lo que sea. De la noche hay un video, claro, pero está guardado bajo cuatro llaves y sólo saldrá a la luz cuando la tecnología permita modificar digitalmente nuestras voces para que sonemos como Albano y Romina Power. Una cosa que nos sorprendió del karaoke es que tenía un sistema por el que las luces se encendían si nadie cantaba y cuando registraba una voz, las cambiaba por unas de esas azules que hacen que parezca que estás debajo del agua. Otra fue que en su lista de hits en inglés tenían una canción de The Merrymakers, "Monument of me", que David nos obligó a cantar mientras nos daba instrucciones "más alto! ahora más bajo!". Qué moral. Yo abría un poco más la boca cuando decía "alto", porque se lo había visto hacer a Rosa en Eurovisión, pero claro, eso me desconcentraba de mi intento de no emitir muchos gallos y no hacía sino empeorar la cosa.
Al día siguiente, que para Alberto y para mí empezó bastante tarde, y con David también ocupado, quedamos con Paula en Shibuya y de ahí nos fuimos a Roppongi. David estaba por allí cerca haciendo una entrevista para la tele y esperábamos que después de su cena de trabajo pudiera escaquearse un rato. Paula nos había hablado de unos margaritas de fresa de un bar de esa zona y allí nos fuimos a probarlos. Nos cenamos unas pizzas y nos bebimos unos margaritas de fresa, que eran lo menos de medio litro cada uno. Cuando estábamos en ello nos llamó David para que nos uniéramos a su grupo de cena, que consistía en June, a la que ya conocíamos, y otros dos de la misma compañía, en un bar llamado Abbey Road. La temática del bar es fácil de adivinar: The Beatles. Una vez en el bar nos encontramos con 5 japoneses tocando canciones de los Beatles (sí, cinco, aunque uno medio escondido), el grupo de David sentado en una mesa y en otras 4 o 5 japoneses en distintos estados de embriaguez cabeceando al ritmo de la música. Tras las presentaciones y como el ambiente estaba bastante amuermado, la cosa acabó pronto y pudimos marcharnos a nuestro aire.
Al llegar a un cruce David preguntó a unas chicas por el bar que anunciaban, que resultó ser sólo de sake, en el que encima cobraban entrada. Menos mal que la propia camarera nos rescató de allí y nos acompañó a otro más adecuado a lo que buscábamos. En buena hora, pensaría el del bar. Y me explico. Nada más sentarnos David, como el camarero hablaba un poco de inglés, empezó a darle conversación. Que si somos de Suecia y España, que si hazme el cóctel que quieras. Como entre el camarero y nosotros había un acuario de unos 20 cms de alto que rodeaba toda la barra, que era redonda, pronto la conversación derivó hacia ahí. El camarero muy emocionado nos contó que ese día le habían nacido seis peces, guppys, y nos mostró unas barreras que había colocado entre los recien nacidos y los huevos, y entre los huevos y el resto de peces. Nos decía que las había colocado así porque si no los peces grandes se le comerían los recién nacidos, y los huevos también. Se masca la tragedia, eh. Pues sí, David al devolverle los menús los metió por error en el acuario, y cuando nos dimos cuenta ya se habían hundido derribando a su paso la obra de ingeniería que había construído el pobre camarero. Como pudimos sacamos los menús y volvimos a levantar todo mientras el camarero venía corriendo con las manos en la cabeza. Luego decía, no, si no pasa nada, pero le caía una lágrima cuando contaba señalando con el dedo las crías que le habían sobrevivido al accidente. Éste ya no vuelve a comprar en Ikea en la vida.
Desde que se han ido Paula y David el ritmo de las salidas ha descendido considerablemente. Ahora nos acostamos más prontito y nos levantamos más tarde. Hemos hecho compras que teníamos pendientes y hemos salido a hacer fotos, esto último había sido incompatible con la vida social. Antes de ayer pasamos el día en Shinjuku y por fin vimos a los gigolós intentando cazar chicas cerca de la salida Este. Muy cerca de ahí, pasando las vías de la Japan Rail, descubrimos un pasadizo lleno de yakitoris (bares de pinchos a la brasa) donde tenemos que volver, a comer y a hacer fotos. Pongo una para que lo veáis.
Me chiva Alberto que la frase de Ferrán Adrià era "La cocina es magia". Ejem.
2 comentarios:
Yo quiero irme para allá otra vez!!! Ahora estoy con la depre postvacacional, menos mal que tengo a la Chili y el Tarik en plan plasta y me animan un poco :) Por cierto, que el tío era americano y con el poli se os ha olvidado decir que para preguntarle por el restaurante Ninja saqué mis dotes interpretativas y me puse a dar guantazos al aire tipo ninja. El guarda de ese hotel de 5 estrellas debió de alucinar en colores el pobre con mi representación de Ninja.
Es que cuando te liaste a dar leches aún no habíamos llegado nosotros. Sólo tuvimos tiempo de ver las marcas en las paredes y la cara de susto del segurata.
Si te sirve de consuelo te iremos poniendo vídeos... :)
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