miércoles, 12 de septiembre de 2007

Haciendo el turista

En estos días hemos andado lo que no está escrito. Alberto se libró el día que se quedó de marujillo, pero yo me marché a ver el Yoyogi Park. Este parque, en la zona de Harajuku, el domingo se llena de Lolitas y actuaciones improvisadas y aunque todo es un gran escaparate, merece la pena verlo una vez. Llegando a Harajuku, me encontré a Miguel Angel, que venía de pasar el día en el parque, asi que dimos una vuelta rapidilla y nos sentamos a mirar en el mapa otra zona donde ir.

No sé si lo hemos comentado antes, pero aquí hace un calor espantoso. De día, si amanece bueno, es imposible aguantar al sol. Notas que la ropa se te va pegando, como si pasaras por un túnel de lavado. Al final ya no sabes si lavarla o tirarla directamente. Si llueve es lo mismo, pero además te calas los pies.

Al final, Miguel y yo decidimos ir a Roppongi y tras un viajecito en tren, aparecimos en un centro comercial muy pijo que no nos cuadraba nada con lo que esperábamos encontrar. Ésto último tampoco lo teníamos muy claro. Como queríamos comer algo y nos veíamos venir la clavada, nos pusimos a andar y aparecimos en la librería Tsutaya, de la que hay varias en Tokyo. Las que yo he visto van unidas a un Starbucks y puedes tomarte un café mientras lees algo. Nos venía perfecto. Además tenían una sección de cosas rusas, sobre todo de Cheburashka pero también de cámaras lomográficas, muy chula. Al ser Roppongi una zona de extranjeros la sección de libros e inglés era inusualmente grande; Miguel dice que en las otras que ha visto no lo era tanto.

De ahí salimos para la torre de Tokyo, que ciertamente tiene poca gracia en sí, pero que subiendo ofrece unas vistas muy chulas. En mi guía Lonely Planet decía que era una trampa para turistas y razón no le falta, porque Tokyo tiene bastantes edificios altos desde los que se ve toda la ciudad y no hay que pagar para subir. En la torre, en cambio, te hacen pagar. Pero bueno, ya que estábamos allí subimos y, como cualquier cosa que hacemos aquí, estuvo divertido.

Saliendo de Roppongi intentamos buscar otra vez el famoso yakitori (el sitio de los pinchitos) en Shibuya. Nada, desaparecido del mapa. Ayer por fin Miguel Angel nos desveló que el sitio estaba en Shinjuku, no en Shibuya, y que habíamos estado buscando el el barrio equivocado. Grrrmffff.

Ayer por la mañana fuimos al Museo de Arte Contemporaneo de Tokio a ver una exposición de Kazuo Oga y su trabajo para el estudio Ghibli. Tuvimos que hacer bastante cola para entrar, lo que nos sorprendió bastante porque la exposición de un dibujante en España no habría tenido tanto éxito. Había gente de todo tipo y edades. Hasta grupillos de señoras mayores que examinaban los dibujos con atención. Eso sí, mucha gente, pero todo muy organizado y civilizado, con trabajadores del museo que te iban indicando en cada esquina por donde colocarte. Al final te daban un origami de Totoro que todo el mundo resolvía en 2 minutos mientras yo le daba vueltas sin saber muy bien por dónde empezar. Ni con las instrucciones delante, oye. Qué vergüenza para mi profesor de pretecnología.

Al salir del museo diluviaba y un aparcacoches muy amable nos regaló un paragüas para que pudiéramos salir. ¿He dicho ya lo amable que es todo el mundo aquí? Pasamos el día en Akihabara, descambiando una lente angular que ha comprado Alberto para su flamante nueva cámara de de video alta definición Sony de última generación. En cuanto termine de pelearse con ella empezaremos a postear videos. O una foto de la cámara pisoteada en el suelo. Lo que venga antes.

Acabamos el día cenando con Miguel, una amiga suya coreano-japonesa y otro amigo japonés. Nos llevaron a un okonomiyaki. ¿Qué es lo que es esto? Pues una mesa en la que te sientas que tiene una plancha incorporada en el medio. Ahí viene la camarera y va echando los ingredientes, que son muchos, y casi todos desconocidos. Luego va y los revuelve con una especie de salsilla y deja que se vayan pegando a la plancha, en plan torta. A tí te dan una espatula tamaño mini y cuando está suficientemente socarrado, te lanzas a despegar trozos de tortilla y te los comes. Al acabarse viene la camarera y repite la operación con una mezcla nueva. Tú, en tu lado de la mesa, entre el humo, la cerveza y el sake que lo acompaña todo, te vas pillando un mareillo de cuidado. Tanto que cuando sales del restaurante y sigue lloviendo a cántaros y tu anfitrión japonés te dice que te va a llevar a tomar algo y te lleva corriendo entre la lluvia por pasajes estrechos llenos de garitos llenos de humo y olor a comida te crees que estás en Blade Runner y te emocionas. Hoy resaca, claro.

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